Cuántos eran y qué hablaban
“El corte dado con el descubrimiento, toma de conciencia de su existencia por la humanidad total en el mismo momento (1492-1522) en que la humanidad toma conciencia de la longitud y latitud de su hábitat: ese descubrimiento nos permite visualizar casi a un mismo tiempo, en nuestro continente, distintos estadios de la sucesión que llamamos progreso y lleva al hombre de lo simple a lo complejo de su sistema de vida, y así lo vemos como en ramas dispersas en diferentes grados de aceleración y como consecuencia en diferentes grados de sus respectivos recorridos.
Una buena pauta de las diferencias originadas por tiempo y lugar de emigración, así como por apartamiento en su dispersión, es el gran número de familias lingüísticas conocidas: de 100 a 120 según Leheman, algunas con “inmensa irradiación”, cifra que confirma Luis A. Sánchez al apuntar sólo para Canadá y Estados Unidos 50 familias lingüísticas que a razón de 30 o 50 idiomas o dialectos dan un término medio de 2.000 lenguas, a las que hay que agregar otras 50 familias idiomáticas investigadas en Sudamérica, con la muestra de 906 dialectos señalados por Markman en el Amazonas, y queda sin contar una extensa área.
Ello para una población que, según cálculos de Angel Rosemblat, sumaba en toda América 13.385.000 habitantes en 1492, cifra que Sánchez rechaza sobre la pauta de 8.000.000 sólo para Perú, estimados “teniendo en cuenta no meramente los relatos de los cronistas sino el estudio del territorio y de las obras de regadío, plantíos, andenes, etc. dejados por ellos…”.
Sánchez supone 20.000.000 de aborígenes americanos al momento del descubrimiento por los europeos. Y no podrían ser muchos más si en cuanto a Méjico, dicen Beals y Hoijer que sólo unos 2.500 españoles bastaron, cierto que con fuerte apoyo del “descontento nativo”, para dominar Tenochtitlán, y el país entero luego, con sólo “unos veinte mil españoles”, que había hacia fines del siglo XVI”.
Por Arturo Gutierrez Carbó (Todo es Historia Nº234)
¿Humanos o animales? ¿Infieles o gentiles?
“Los primeros navegantes y colonizadores españoles y portugueses llegados a América se encontraron ante un problema de conciencia una vez sabido que las tierras recién descubiertas correspondían a un “nuevo mundo”.
Durante la primera etapa, es decir, los últimos años del siglo XV y los primeros del XVI, los descubridores, ante la seguridad de que habían llegado a una región que geográficamente formaba parte de China o Japón, o, de una manera menos concreta de Asia, no se planteaban problemas de ninguna índole.
Quizás el descubrimiento del Pacífico, del “Mar del Sur”, por Vasco Nuñez de Balboa, en 1513, que venía a confirmar, más allá de toda duda, la existencia de otro continente, de un “Nuevo Mundo”, fuera la causa de la crisis que iba a sobrevenir.
La crisis derivó de una serie de problemas de conciencia que se plantearon los descubridores. El más importante de estos problemas giró en torno a la atribución de los habitantes del “Nuevo Mundo” al género humano o animal, y cuando a la postre se vio la imposibilidad de negar la humanidad de aquellos seres, se planteó la cuestión de saber si eran infieles o gentiles. Esta problemática que en sus orígenes tuvo un claro contenido religioso poco a poco evolucionó hacia planteamientos históricos vinculados con la incógnita del poblamiento del “Nuevo Mundo”.
En los siglos XVI, XVII y VXIll encontramos que el poblamiento de América se atribuye a los bisnietos de Noé, a los hebreos, a los tirios de la flota de Salomón enviada a Ofir, a los fenicios, a los cananeos expulsados por José, a las Diez Tribus perdidas de Israel, a los cartagineses, a los egipcios e incluso a los supervivientes de la Atlántida de Platón. Estas son las hipótesis más sencillas.
Esta visión del problema no llegó a abandonarse, y todavía a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fenicios y egipcios siguieron siendo la explicación de algunos estudiosos para los primeros pobladores americanos”.
José Luis Lorenzo (“La Tierra y su Poblamiento”)
“Gente muy fermosa y de buena estatura”
“El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón desembarca y entre las primeras apreciaciones que deja registradas en su diario está la descripción física de los indígenas: “Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no dive más que una farto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de colas de caballos, e cortos; los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras que traen largos, que jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos de lo que fallan, y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos solo los ojos y dellos solo la nariz…”.
La descripción del día 13 continúa así:
“Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy fermosa: los cabellos no crespos, salvo corridos y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que otra generación que fasta aquí haya visto, y los ojos muy fermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios (…) Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha…”.