“Cuando empecé con todo esto, le dije a Dios que si él me daba la capacidad de poder entender y comprender -porque la parte química es muy difícil- iba a devolver al monte todo lo que se perdió. Y a partir de ahí empecé a crecer, a hacer más y más, y hoy estoy empezando a cumplir con el objetivo”. De esta manera, Leandro Jonathan Martínez (33), nacido en Leandro N. Alem, pero residente en Oberá, intentó explicar cómo, siendo autodidacta, llegó tan lejos con el cultivo de orquídeas in vitro.
En el 2007 comenzó a coleccionarlas. Empezó de la manera menos pensada. Se encontraba en casa de su suegra, sentado en el patio, cuando observó un ejemplar de color amarillo. “Me llamó la atención la planta porque semejaba a una mujer, a una bailarina, con el pollerón, la cara. Mi suegra me regaló una muda, y a raíz de eso, comencé a buscar más datos en Internet. En aquella época pagaba dos pesos la hora en el cyber, y me quedaba investigando”, relató, quien se inquietaba porque descubría cada vez más plantas. En 2008, de dos orquídeas, pasó a tener seis, y empezó a sacar cuentas: “si en dos años, tuve tres más, en tantos años, voy a tener tantas”, aunque eran tiempos en que eran caras las plantas.
Justo en 2008 se había recibido de protesista dental y empezó a comprar revistas, “porque no sabía los nombres, nada, y quería saber cuántas más había. Compro una que traían desde Brasil, y cuando giro la hoja, veo la imagen de un japonés que decía: este año hicimos diez millones de orquídeas. Me pregunté ¿cómo lo hizo? Porque dividiendo la planta es imposible, además, es hiper lenta, da entre uno y dos brotes por año. Entonces empecé a indagar sobre cómo reproducirlas. Veo el laboratorio. Me preguntaba si eso existía, veía frascos, fórmulas. Me acerco a un orquideófilo y me dijo que era complicado, nosotros no tenemos eso, hay que estudiar mucho, porque es genética, es química, y no tenía nada de eso”.
Fue entonces que empezó a estudiar, “sometía a prueba, ensayo, error, y salía mal. Como eran químicos caros, que acá no había y se traían desde Estados Unidos, para el potasio, por ejemplo, utilizaba la banana, al nitrógeno lo sacaba de los fertilizantes y así, iba sacando de distintos derivados para hacer el caldo que funcione. De primero no funcionaba porque se contaminaba y luego supe que había que esterilizar con una máquina. Otro gasto más. Empecé a hacer con una olla a presión. Funcionaba, pero cuando sembraba, se contaminaba. Tenía que esperar que florezca porque una vez que se tiene una flor hay que fecundarla y tardé de tres a ocho o hasta once meses para tener el fruto falso donde está la semilla”, explicó, quien recibió por su labor, un reconocimiento de la Cámara de Diputados de Misiones.
Obtener la semilla, era otro problema. “Si no tenés semillas, no podés hacer la germinación. Los primeros ensayos se me contaminaban. Después iba deduciendo, fui buscando resolver los dramas que tenía, y logré la primera germinación de una orquídea. No lo podía creer, iba a mirarla todos los días, y descubrí que germina entre los quince y 28 días. Veía su transformación. Empezó a tomar cuerpo, tamaño y otro tema era sacarlo a campo porque era otra estructura, otro vivero. Las personas que están en esto, todas estaban empezando. Estudié tanto, me concentré tanto, que empecé a dar charlas, capacitaciones, talleres sobre enfermedades, plagas, juzgamiento para competición, para lograr premios” como los que tiene colgados en la pared de su laboratorio. A través de las charlas, formó un grupo en Leandro N. Alem.
Asistía la gente grande, chicos y jóvenes, que se empezaron a enganchar cada vez más y de dos clases se fueron a 9. Era un curso que iba de 8 a 10, y terminó siendo de 8 a 12.30, y así, “fui escalando, escalando, hasta que surgió la idea de repoblar nuestros montes”, dijo quien pertenece a la Asociación Civil Orquideófila Zona Centro.
En la Capital de la Alegría, también trabaja en un semillero donde quiere tener todas las especies de orquídeas de Misiones “por alguna eventual catástrofe o siniestro. Cualquier cosa que pasa, se sustrae la semilla, se lleva al laboratorio, y en un año y medio ya tenemos cientos de miles de plantas para multiplicar”.
Mbya, el vínculo con el monte
Cuando los mbya guaraní venían a la Fiesta Nacional del Inmigrante, Martínez se acercaba al Parque de las Naciones para comprarles orquídeas, porque era lo más accesible. Llevaba un libro para mostrarles y para enseñarles el nombre de las plantas. En una ocasión, “le dije el año pasado trajeron esta variedad, y me contestaron: no, de esa no hay más. Ya estaba produciendo híbridos, catleya, y empecé a hacer especies nativas, pero sólo trabajaba con cápsulas cerradas. Una vez que una cápsula se abre, se contamina, y si eso sucede, se forra de un moho blanco y se muere por falta de oxígeno dentro del frasco”.
Se hizo amigo de unos paisanos y ellos le confiaron que “iban a sacar orquídeas en Brasil y en Paraguay para traer a vender, porque en Misiones nos estamos quedando sin orquídeas. Entonces pensé en tener un banco semillero de cada especie en frascos. Pero como hacer químicos es muy costoso, comencé a crear un sistema de gel casi seco donde espolvoreaba la semilla y archivaba por dos, tres o cuatro años, lo volvía a cortar y germinaba. Esa es una técnica que nadie utiliza, la innové yo, pero por falta de recursos. Entonces empecé a tener toda la colección de Misiones en ese sistema”, confió el joven, obereño por adopción, a quien conocen como “El guardián de las orquídeas”.
A raíz de los incendios desatados en Misiones y Corrientes, Martínez se acercó a la Casa de Gobierno “para contar lo que hacía y me ofrecí a colaborar o, al menos, a ver la forma”. Creó una página que se llama El guardián de las orquídeas, donde la gente lo sigue y apoya.
Días atrás recibió una encomienda desde Mar del Plata con semillas de especies locales. Además, “hay quienes me llaman preguntando si puedo producir orquídeas, pero para sus parques provinciales o nacionales. De algo pequeño, pasó a ser algo más grande. Me escriben desde Cuba, Colombia, Puerto Rico, Costa Rica, interesados en lo que hago, comprometiéndose a colaborar desde allá. Empezó a crecer tanto que en 2019 mi primer híbrido se registró en Inglaterra. Ahora vamos por el número 11. Soy el segundo en la provincia con el mayor número de híbridos. El primero es Willy Baden, de Montecarlo, con un poco más de 115 híbridos”, manifestó.
Con el paso del tiempo, fue buscando colaboradores “porque es mucho el trabajo, es mucho lo que hay por hacer. Entonces todo lo que produzco, por falta de espacio, mando a Villa Ocampo, Santa Fe, donde una chica tiene un vivero grande donde hace la aclimatización o rustificación. Otro chico se ocupa de las redes, y otras dos personas me ayudan en la parte de inserción a monte”.
Entre otras cosas, innovó con la guata y goma espuma porque “cultivar orquídea es cultivar raíces. Si tiene mucha humedad se pudre, si no tiene, se seca. Y con esta técnica la planta se enraíza rapidísimo, las raíces no se rompen, y no retiene el agua. Es algo nuevo”, dijo, y contó que en la flor están las semillas. “Alberga entre cien y 500 mil semillas. Y esto se lleva al laboratorio y se siembra, y entre quince y 18 meses ya está listo para sacar a campo”.
De tanto camino recorrido, descubrió que “hay una forma de trabajo más rápido. Lo llamo mini invernadero. Se trata de un sistema que improviso en bidones de agua destilada. Pongo acá el contenido de un frasco. Se riega y está para llevarlo al monte. Lo planto en una corteza porque la idea tampoco es contaminar el monte. Se planta en cáscara de incienso u otra madera dura, y después lo único que se hace es estribar en las horquetas de los árboles donde la planta en poco tiempo coloniza y llegado los cuatro años, comienza a florecer. Y esa floración hace lo mismo que hago yo acá, lo hace la naturaleza, sólo que en menor cantidad. Es que cuando revienta la semilla, tiene que caer sobre el hongo exacto que es la micorriza y de esas 500 mil semillas, si germinan 20 plantas es mucho. Porque tienen que tener la temperatura y humedad constante”.
Expresó que con José Sutus ya estuvieron trabajando en la colonización. “Hicimos un sistema de cuadrículas. Tomamos una hectárea en forma anónima a fin que nadie las saque. Hacemos una pequeña comunidad de diez o quince ejemplares de una variedad, en altura, y a tantos metros de distancia. Vemos como en dos o tres años esa planta, a punto de florecer, va caminando, como se sigue dispersando en la naturaleza. Ahora queremos insertar en los parques nacionales, provinciales, ruinas, entonces los turistas no sólo conocen la estructura sino también nuestra flora, además de embellecer el lugar”, agregó, señaló quien en su profesión trabaja tres días a la semana, en Posadas, y el resto de los días se dedica a su pasión por las orquídeas.
“No sé cómo definirlo, pero me siento a trabajar y se me pasan las horas. Vengo un ratito y me quedo cuatro horas. En ocasiones, cuando regreso junto a mi familia, están todos durmiendo”, reflexionó.
En su mensaje, “siempre digo a la gente que la orquídea, como la flora y la fauna, es un patrimonio de la humanidad. Pido que las cuiden y valoren. No hace falta destruir o apropiarse”. Con insistencia repite a su hijo, “si plantamos una orquídea, dentro de veinte años venís con tu hijo y le decís, a esta orquídea la planté con mi papá. Es muy diferente a decir, ahí había una orquídea que planté con papá. Por eso la idea es que la gente cuide, valore, y más adelante voy a producir masivamente, y las voy a vender a muy bajo costo, para que la gente no vaya al monte a sacarlas. Pero primero está el monte porque se está perdiendo mucho”.
Dentro del laboratorio tiene más de 1.500 frascos rotulados. Cada número significa el nombre de la planta, el cruzamiento, la fecha de polinización, la fecha de siembra, y de repique, que es pasar de un frasco a cinco y de cada uno, a cinco, nuevamente. “Este es el código. En una planilla registro todo. En cada siembra van de cinco mil a diez mil semillas por frasco, y tienen que terminar entre 40 y 50, depende la especie. Si tienen hojas muy grandes, 25”, contó.
Sobre las blancas paredes, descansan los diplomas recibidos durante la Fiesta Nacional de la Orquídea, de Montecarlo, de la que participó en tres oportunidades y fue premiado en reiteradas ocasiones. “Allá veo cosas que en otros lugares no voy a apreciar, es como un encuentro de autos antiguos donde ves cosas especiales. Participo para colaborar, no para competir, porque quiero dar la oportunidad a otro que sienta lo mismo que sentí en aquel entonces. Eso me reconforta. Todo lo que hacemos es a pulmón, la mayoría sale de mi bolsillo. Pero siempre pienso que será un bien a futuro. Si perdemos la base de lo que tenemos, nunca más se va a recuperar, es como que se extingan todos los yaguaretés. Aunque tenga toda la plata del mundo, esto se terminó, y terminó. Trato de enfocarme en esos detalles que sé que a largo plazo la gente va a valorar, va a entender. El objetivo es colocarlas en distintas áreas protegidas, entonces la gente no puede sacar, porque en los montes se sigue sacando, y siguen vendiendo”, sintetizó para quien no existen mezquindades a la hora de compartir conocimientos “pero tampoco permito que quieran estar a donde estoy, sin hacer ningún esfuerzo. La idea es que indaguen, descubran, investiguen”.
Zygopetalum maxillare, monumento natural
Martínez se acercó a la Comisión de Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Cámara de Diputados, Rafael Pereyra Pigerl, a fin de interiorizar a los legisladores sobre la tarea que realiza. Comentó que existe una orquídea, la Zygopetalum Maxillare Lodd, que crece sobre el chachi, que está en peligro de extinción y que cuesta muchísimo conseguirla. Como los ejemplares se encuentran en lugares muy específicos, porque viven en el chachi, los cortan, hacen masetas, o venden en Buenos Aires. Según Martínez, “la gente compra porque piensa que es resistente, y no es así porque ella tiene que estar sobre el chachi vivo. Si se corta el chachi, la planta pierde su micorriza, su mundo”. Es por eso que propuso que se elabore un proyecto para que “no se corte, no se robe, no se venda, que sea un Monumento Natural de Misiones”.
El investigador explicó que en todo el mundo hay 17 especies y que Misiones cuenta con una de ellas, con el agravante que se ubican en lugares estratégicos. “No tengo plantas. Anduve en busca de semillas, y no las encontré. Voy a esperar que rebroten para hacer por meristema, que es el gen de la planta, y reproducir cientos de miles de la misma planta. A hacer por semilla, son como hermanos, más alto, bajo, distintos colores, y por meristema cumplen años el mismo día, tienen los mismos dolores, comienzan a florecer el mismo día y terminan el mismo día. Son como gemelos. Es más engorroso, más caro, porque son otros químicos, pero es la única forma de resguardarla”, dijo, al marcar la diferencia.
Asimismo, se refirió a la posibilidad que se defina la celebración del Día del Orquideófilo Misionero, ya que en Argentina se celebra el 14 de febrero, y pasa desapercibido. “Si se aprueba, será el 19 de septiembre. Será un día que podremos aprovechar para dar charlas, concientización, capacitación, a la gente que desconozca, porque hay quienes tienen campos, chacras, y desconocen que algunas de las especies que poseen, son orquídeas. Hay muchas terrestres que parecen yuyos pero que cuando florecen son espectaculares. Son una cosa muy importante para el planeta”.