Si hay un sector de la sociedad que nutre indefectiblemente el discurso de los dirigentes argentinos es el de los jubilados, verdaderos alfiles usados para los alegatos políticos al momento de repartir culpas y administrar “soluciones”.
Kilométricas argumentaciones que describen el pesar de una enorme masa de jubilados argentinos que tiene graves problemas para llegar a fin de mes, casi nunca se ven plasmadas en reparaciones prácticas.
Al final de las sucesivas administraciones, una gran mayoría de nuestros adultos mayores siguen en el mismo lugar que al principio… presentes en la teoría, pero en la práctica son los olvidados de siempre.
Por estos días el Gobierno nacional confirmó que habrá un bono para jubilados. Fuentes oficiales explicaron que el monto del bono será de 6.000 pesos para los que cobren la mínima y que se pagará en abril.
Así, en el medio de la nada y sin contexto, el bono parece ser una solución, una medida práctica que obedece al discurso.
Pero en realidad el contexto es abrumador y el bono en cuestión “la nada misma”, como planteó el defensor de la Tercera Edad, Eugenio Semino.
Sólo durante el último lustro el haber jubilatorio tuvo una pérdida del poder adquisitivo cercana al 60% y hoy, en el medio de una escalada inflacionaria aplastante y con proyecciones abrumadoras, un bono de tan corto alcance es una medida aleatoria que casi no tiene efectos, como casi todas las que se adoptaron para frenar la inercia de los precios.
El fuerte deterioro del poder de compra de los ingresos va mucho más rápido que los ajustes trimestrales que estipula la movilidad jubilatoria.
Semino describió que actualmente cerca de “cinco millones de jubilados y pensionados están cobrando de bolsillo 31 mil pesos” frente a una canasta básica que duplica y más esa cifra.