
Fidencia Estela Arapayú murió de tres martillazos en la cabeza, el golpe determinante fue en la base del cráneo. De acuerdo a la elevación a juicio del juez de Instrucción de Jardín América, Roberto Sena y el fiscal Jorge Francisco Fernández, a la mujer de 49 años le partieron el cráneo entre la noche del 6 y madrugada del 7 de mayo de 2019 en la vivienda de su chacra en Colonia Oasis.
Lotario Pablo Puzin (56), es el acusado. Un colono y changarín de 1,90 metros de alto y los brazos aptos para la labor rural y mecánica. El encartado ayer se sentó ante los integrantes del Tribunal Penal 2 de la Primera Circunscripción Judicial, César Antonio Yaya, presidente, y los vocales Gregorio Augusto Busse y Carlos Jorge Giménez.
Puzin está imputado por los delitos previstos en el artículo 80 (incisos 1,2 y 11) del Código Penal Argentino: “Homicidio agravado por el vínculo, por alevosía y por la condición de mujer de la víctima”. Esta acusación prevé la pena máxima de cárcel en el país, prisión perpetua.
Evidencias y testigos lo ubican en el lugar y hora del crimen, pero también su presunta autoría se cimienta en que reconoció haberlo cometido, ante autoridades judiciales y con su abogado defensor designado hace casi tres años, Pedro Benito Piriz, hoy juez de Instrucción de San Ignacio.
Fue la lectura de su declaración en indagatoria lo que ayer se destacó en la primera jornada, de cuatro previstas, para el juicio oral en la sala de audiencias de calle San Martín casi 25 de Mayo de esta capital. Sobre la noche del femicidio declaró: “Cené temprano y me acosté porque tenía que levantarme temprano, siempre tenía mucho trabajo (…) Siempre dormíamos abrazados pero esa vez me pidió que no lo hiciera porque tenía un grano en el cuello que le dolía. Eran las 9 de la noche y yo le pregunté si ella iba a seguir con el tratamiento para ese problema. Después le agarré la mano y dormimos”.
“Pero noté después que ella estaba despierta, entonces la abracé, me saca la mano y le pregunto si ella salió con ese hombre (presunto amante) ella respondió ‘yo no soy digna de tu amor’. Eso me dejó lleno de intriga, no sabía qué quiso decir con eso. Insistí y me dijo: ‘Si yo salgo con él a vos no te importa’. Me agarró una amargura porque se repetía lo que nos pasó cuando recién nos habíamos acompañado”.
Su declaración contiene detalles del crimen pero ausencia de memoria en un momento clave: “No sé que hora era, de madrugada seguro, la volví a tocar y se dio vuelta para el otro lado. Me sentía tan impotente que me perdía. Después de eso vi a mi esposa ensangrentada, perdí el conocimiento y desperté viéndola así. Yo temblaba, no sé qué me pasó. Cuando la vi me arrepentí mil veces de lo que hice pero ya era tarde”.
“Lo que hice fue grave. Me dio miedo, no sabía cómo afrontar el problema, como conocía toda la casa, la puse en un pozo que estaba vacío, tenía sólo una tapa arriba. Hice un pocito al costado y oculté el cadáver”, amplió.
También reconoció que intentó borrar huellas del asesinato: “Como estaba la cama ensangrentada, saqué todas las sábanas, mi camisa y tiré todo, pero como no pude tirar el colchón, fue la evidencia que saltó con el allanamiento. Limpié todo menos el colchón que tenía sangre. Fue la evidencia para mi detención y como yo creo en Dios le pedí sabiduría para saber qué hacer y recordé un texto bíblico que dice que si confesamos nuestros pecados seremos libres de toda maldad. Y me dormí con ese pensamiento, con la decisión que apenas llegue el comisario y decirle la verdad”.
“No sabía cómo explicar lo que hice, le dije que era mi casa y que abajo del árbol de palta estaba. Hice un croquis y le dije que la maté con un martillo pero no podía decirle cómo porque no recordaba”.
“Más tarde, cuando volvía de trabajar, para intentar ocultar el hecho le mandé un mensaje (de texto a Fidencia) que decía ‘no volviste con el colectivo de las 11’. Empecé a mentir a intentar tapar todo lo sucedido. Me comuniqué con la hija Verónica para decirle que su mamá no volvió. No recuerdo cómo pasó, cómo el celular tenía sangre, no lo puedo recordar. Declaré porque la conciencia no me dejaba tranquilo, por eso decidí decir la verdad, confesar todo”.
“No le pude mirar a la cara pero confío en que lo condenarán”

La sexta y última testigo que declaró ayer ante el TP-2 fue Patricia Elizabeth Arapayú (31), la mayor de los ocho hijos de la víctima de femicidio.
Recordó el día de su desaparición y que fue ella quien denunció la ausencia preocupada “porque no era habitual que desaparezca Fidencia y menos sin su cartera, celular, sus documentos y sus tres hijos más chicos. Fui a denunciar porque él (Puzin) no hacía nada”.
También manifestó que “Lotario y Fidencia mantenían una mala relación, inestable. Yo a los 18 me fui de la casa por las peleas. Él estaba bien un día o dos y se volvía a enojar y gritar”.
Patricia Arapayú, tras finalizar su declaración judicial, dialogó con PRIMERA EDICIÓN: “Declaré lo que sabía, lo que vi, nada más que eso. Esperé este juicio con mucha ansiedad porque tengo a cuidado a mis tres hermanos más chicos, uno de ellos ya cumplió 18. Confío en que lo condenarán. Estaba tranquila porque quería cumplir con mi hermana, quiero justicia. Pero no lo miré a la cara (a Lotario Puzin), todavía recuerdo lo que ocurrió y cómo la encontraron a mi madre, fue muy doloroso”.
La segunda jornada de debate continuará hoy a partir de las 8.30 con el resto de los testigos solicitados por la defensora Belloni y el fiscal Glinka.










