Entrampado en el contexto internacional y local, pero también en sus propias estrategias económicas y políticas, el Gobierno argentino fue a su anunciada “guerra contra la inflación” desprovisto de armas efectivas y de una planificación que lo sostenga en la pelea por al menos unos meses.
Debilitado, el Poder Ejecutivo comenzó sus maniobras para frenar la inercia inflacionaria con clara desventaja ya que entre el anuncio y las primeras medidas hubo fuertes remarcaciones. Así las cosas, declarar triunfante una retracción de precios al 10 de marzo en realidad es una victoria pírrica, porque el presunto triunfo se instala en el inicio del problema.
En el mismo día el Banco Central movió el tablero para subir las tasas por tercera vez en el año. La intención vuelve a ser ganarle a la proyección inflacionaria y brindar una renta positiva a los ahorristas para moderar la compra de dólares.
El resultado es pasmoso, porque a pesar de haber subido dos puntos la tasa sigue muy por debajo de lo que se espera de los precios hacia fin de año.
Con la nueva tasa un plazo fijo obtiene un rendimiento mensual de 3,7%, nivel que aún se ubica por debajo de la inflación proyectada para marzo, abril y mayo. Es decir que el plazo fijo común hoy pierde contra el índice de precios.
Para colmo, al haber subido las tasas de interés hasta el 44,5% anual, se instaló un nuevo piso inflacionario con lo que hoy se puede hablar sin temor a equivocaciones de una inflación anual superior al 50%.
Hace mucho ya que los argentinos nos acostumbramos a que la grandilocuencia de los anuncios no tenga nada que ver con el resultado de las gestiones. En ese sentido vale recordar las últimas declaraciones al respecto. Pasamos de los “brotes verdes” y la “pobreza cero” a la “guerra contra la inflación”. Antes nos mandaron a dormir y hace pocos nos pidieron que nos quedemos en casa sin juntarnos mientras ellos celebraban cumpleaños.
La moderación discursiva y el realismo de las expectativas debería ser a esta alturas una forma de ejercer la práctica política. De otra forma los resultados en el terreno nublan cualquier posibilidad de éxito tanto en el mandato como en las urnas.