Sin lugar a dudas, la decisión de cerrar el acuerdo con el FMI, en los términos que se había venido negociando con el organismo, fue la decisión más importante que tomó Alberto Fernández desde el comienzo de su mandato.
Una decisión que el presidente tomó, por primera vez en el ciclo, a pesar de la opinión contraria de Cristina Fernández y de Máximo Kirchner, quienes se manifestaron disconformes no sólo con la forma en que se desarrolló la negociación con el FMI, sino también con los resultados que arrojó la negociación.
Pero la situación presenta una paradoja: el momento en que el presidente asume mayor autonomía en la conducción del rumbo de gobierno, es precisamente el momento en que su coalición de gobierno se descompone por las diferencias sobre el rumbo adoptado.
El acuerdo con el FMI ha logrado transformar al Frente de Todos en el Frente sin Todos, una coalición minoritaria integrada por el peronismo no kirchnerista que deberá implementar el programa acordado con el FMI, y eventualmente aspirar a que este tenga éxito para recomponer algo de la situación adversa que el Gobierno enfrenta en materia de apoyo y popularidad.
El espíritu que impulsó la sanción de la Ley de Fortalecimiento de la Sostenibilidad de la Deuda Pública era el de dotar de legitimidad a la discusión de un nuevo acuerdo con el FMI. Una ley que le permitía a este oficialismo diferenciarse del acuerdo firmado por la gestión anterior en 2018, entendimiento que no tuvo el aval del Congreso.
Sin embargo, lo que parecía ser una oportunidad para dotar al eventual acuerdo de mayor legitimidad política, terminó siendo un difícil escollo que debilitó la autoridad del Ejecutivo para poder cerrar el acuerdo con el FMI. No sólo porque el programa negociado no recibió el aval de la oposición, sino porque recogió el rechazo de una parte importante del oficialismo.
Si el acuerdo con el FMI podía proveer la caja de herramientas para fabricar soluciones para la economía argentina, lo cierto es que el acuerdo alcanzado -sin reformas estructurales-, no pareciera ser esa caja de herramientas necesaria para resolver los problemas de fondo que aquejan al país.
Pero si además de las herramientas (las políticas) se requiere a los operarios que las empleen (la voluntad política), después de la discusión parlamentaria del acuerdo queda claro que tampoco hay voluntad política detrás de este programa.
El Congreso finalmente logró consenso, pero para sacarse la responsabilidad sobre el programa económico acordado con el FMI, y sólo ofrecerá la autorización para endeudarse nuevamente y así poder hacer frente a los vencimientos del Stand By de 2018.
Alberto se debilita
La división del oficialismo expuesta en la votación del proyecto que avala el acuerdo con el FMI, nos deja la novedad política de este Frente Sin Todos. Y de un presidente que podrá conducir ahora la coalición de gobierno con más autonomía, sin el tutelaje del kirchnerismo, pero en condiciones de mayor debilidad. En definitiva, un balance que claramente termina teniendo un saldo desfavorable.
La posición manifestada por Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados contraria al acuerdo con el FMI, es la posición que sostiene Cristina dentro de la coalición. Máximo no actúa por iniciativa propia, sino por iniciativa de su espacio, liderado por la vicepresidenta. Con esta manifestación, queda expuesta una diferencia profunda dentro del oficialismo en un tema central.
Se pueden tener diferencias en temas accesorios, pero no en la decisión más importante que tomó la coalición gobernante. Sin 41 de sus 118 diputados, el presidente (debilitado popular y electoralmente) y su programa económico quedaron aun más debilitados de lo que estaban.
Pero hay algo más preocupante que la diferencia expresada, y es que esa diferencia alterará la dinámica interna dentro de la coalición. Ello es efectivamente así porque a partir de esta fractura expuesta dentro del propio oficialismo, habrá dos referencias posicionales respecto de dónde pararse para todos los miembros de esta coalición.
Desde el ministro más encumbrado hasta el último de los concejales del Frente de Todos, sabe que puede pararse más lejos o más cerca de esas dos posiciones, y ello dificultará las posibilidades de reunir consenso detrás de las decisiones que se tomen. Hoy podrá haber una mayoría que piensa que hay que apoyar el programa con el FMI porque la alternativa es el default, pero si el programa no funciona, la balanza se inclinará en sentido contrario.
Rumbo a 2023
¿Cuánto de esta fractura expuesta en la votación del acuerdo con el FMI dentro del oficialismo se terminará expresando en la oferta electoral de 2023?. ¿Es posible esperar que el Frente de Todos siga unido a pesar de estas diferencias? ¿Qué podría ocasionar que la fractura se exprese en ofertas electorales diferenciadas en 2023, que no puedan ser contenidas en una misma PASO?
Estas preguntas son las que surgen luego de que la votación de la autorización para endeudarse en el marco del Acuerdo con el FMI desnudara la división dentro del oficialismo. Y naturalmente para responderlas se requiere tener un supuesto económico: ¿cómo funcionará el acuerdo con el FMI? ¿Qué tan exitoso será en lograr los objetivos de sostener el crecimiento, reducir la inflación, fortalecer la balanza de pago, estabilizar el mercado cambiario?
Sin querer escaparnos al desafío de responder las preguntas iniciales, queda claro que para responder cómo evolucionará la política hay que saber cómo evolucionará la economía. Son dinámicas que se influyen mutuamente. Pero lo que sí se puede hacer, es trabajar con hipótesis de diferentes escenarios económicos.
Escenarios posibles
Si el programa con el FMI funciona, y logra sostener la recuperación, achicar los desequilibrios (déficit fiscal, brecha cambiaria, tasas reales positivas, etc.), reducir la inflación, mejorar las expectativas, y mejorar la tasa de inversión, entonces podríamos tener el siguiente escenario político:
• Fortalecimiento del liderazgo presidencial.
• Mantenimiento de la unidad del Frente de Todos.
• Recuperación de la popularidad del Gobierno.
• Mejora de la competitividad electoral.
Además, podremos tener una oferta electoral unificada por parte del peronismo, con Alberto Fernández como candidato a reelegir, acompañado de un referente kirchnerista (¿Wado de Pedro?) para reafirmar la unidad del peronismo y reproducir la fórmula 2019. Nadie se animará a disputar el liderazgo presidencial, que estaría fortalecido porque el programa económico del FMI despierta algún tipo de confianza y tendríamos un escenario tendiente a la continuidad de todos.
Todo ello ocurriría, a pesar de que quizá el triunfo ni aún así estuviera garantizado, porque la situación de debilidad de la que se parte, es la que quedó reflejado en la elección de noviembre pasado.
Ahora, si el programa con el FMI no funciona porque no se sostiene la recuperación, no se logran achicar significativamente los desequilibrios, se incumplen las metas, no se logra reducir la inflación, ni mejorar las expectativas, entonces podríamos tener el siguiente escenario político:
• Debilitamiento del liderazgo presidencial.
• Fractura del Frente de Todos.
• Popularidad del Gobierno sin recuperarse.
• Competitividad electoral sin mejoras.
Si el programa no funciona podríamos tener una oferta electoral fragmentada dentro del peronismo. Con el peronismo por un lado y el kirchnerismo por otro.
Con gobernadores desdoblando elecciones, y con el kirchnerismo teniendo incentivos para no ir a una PASO con el peronismo, y así poder quedarse con todo el apoyo recogido sin compartirlo, logrando poner en el Congreso diputados leales para consolidar un liderazgo opositor frente a una eventual derrota electoral a nivel nacional.
Pero, ¿en qué medida estos escenarios económicos alternativos dependen de la dinámica política? En buena medida, y allí radica las principales razones para no ser demasiado optimista si miramos la crisis en la que dejó al oficialismo la discusión del acuerdo con el FMI.
Para que todo salga bien desde lo económico, iba a ser necesario que salga todo bien desde lo político. Y lo político no está saliendo bien en el inicio de este proceso de adopción e implementación de un programa con el FMI, que por más modesto que suene, requerirá asumir algunos costos políticos inconvenientes de cara al proceso electoral de 2023.
La moraleja que nos deja toda esta secuencia sigue siendo siempre la misma: para resolver los problemas de un país no sólo se necesitan ideas, instrumentos y políticas públicas, también se necesita voluntad política, consenso política y alguien que banque políticamente las decisiones por tomar.
Quizá el Frente de Todos tenía recursos políticos para bancar las decisiones por tomar al inicio del ciclo, pero va quedando claro que nunca hubo consenso ni acuerdo respecto de qué decisiones eran las que necesitaba la Argentina para salir de la situación de crisis en la que estaba.
Horas decisivas
En medio de una escena tensionada a nivel interno y con el impulso de la victoria en Diputados, el Gobierno nacional encara una nueva semana clave para el futuro del acuerdo.
Si bien el camino para el acuerdo está despejado a nivel legislativo, ya que Juntos por el Cambio reeditará su estrategia y votará a favor, el problema para el oficialismo se encuentra dentro de sus filas.
Los incidentes del pasado jueves frente al Congreso que terminaron con la rotura de vidrios en las oficinas de la vicepresidenta Cristina Kirchner, agitaron -aún más- las aguas entre el presidente Alberto Fernández y La Cámpora.
La paradoja que hoy por hoy vive el Frente de Todos
Al kirchnerismo, a Cristina y a Máximo, ahora les sirve paradójicamente que el programa con el FMI fracase, porque curiosamente sería una legitimación de su postura política, y habilitaría el “Cristina y Máximo tenían razón”.
Hoy muchos los cuestionan por su deserción y por su falta de apoyo, pero si las cosas salen mal muchos le reconocerán su diagnóstico correcto. Este incentivo conspira con el que tiene el resto de los miembros de la coalición para que el programa funcione, y ello puede dificultar la implementación del programa.
Cada medida que haya que tomar, o cada política que haya que reorientar, deberá lograrse sin juntar el apoyo pleno de la toda la coalición gobernante.
Considerando nuestra matriz de análisis del comportamiento de Cristina y su espacio, con esta decisión de no acompañar el acuerdo con el FMI quizá hayamos visto la primer señal de quiebre de la coalición. Un quiebre que no llegó a materializarse formalmente (nadie aún se fue del bloque del Frente de Todos), pero lo visto esta semana en el Congreso se asemeja mucho a una fractura, por las consecuencias evidentes que el hecho tendrá en la dinámica interna del oficialismo.
las claves del debate que comienza hoy en la cámara de senadores
1. El Poder Ejecutivo quiere acelerar el tratamiento del proyecto en el Senado y aprobarlo a mediados de semana, con tiempo suficiente para evitar el default el 22 de marzo, fecha del próximo vencimiento de la deuda con el organismo.
2.Hoy concurrirán a la Cámara alta el ministro de Economía, Martín Guzmán, el jefe de Gabinete, Juan Manzur y otros funcionarios. Explicarán ante los senadores el contenido del proyecto que tuvo media sanción.
3. Como existe acuerdo con Juntos por el Cambio, se podrá llevar el texto al recinto el jueves. La oposición colaborará con los dos tercios para habilitar el tratamiento sin esperar los siete días desde la media sanción, como exige el reglamento.
El punto débil del programa
La calma del dólar ha sido uno de los efectos que el Gobierno ha mostrado como prueba de que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional es beneficioso. El hecho de que el tipo de cambio paralelo esté a la baja, de que el Banco Central se haya dado el lujo de comprar u$s460 millones en lo que va de marzo y, sobre todo, de que se hayan incumplido los pronósticos de devaluación brusca no sólo son un motivo de alivio en el equipo económico sino que se presentan como prueba de que lo que viene a futuro es un período de estabilidad.
Pero… siempre hay un pero. Algo escondido por debajo de las noticias positivas y de los debates políticos sobre el acuerdo, también se agazapan otros indicadores más inquietantes.
Por ejemplo, la continuación de una demanda firme de dólares por parte de los pequeños ahorristas, incluso con la vigencia del cepo reforzado y con la imposibilidad de financiar con tarjeta de crédito el turismo y las compras en el exterior.
La recaudación del impuesto PAIS correspondiente a febrero permite adelantar que esa demanda de billetes verdes subió el mes pasado al entorno de u$s560 millones -siempre hablando, claro, de dólares del mercado oficial, que implican una disminución de reservas para el BCRA-.
A primera vista puede parecer una suma relativamente menor, si se tiene en cuenta que en momentos de crisis el público llegó a demandar u$s3.000 mensuales, pero viene a confirmar una situación que inquieta al Gobierno: que la tendencia es alcista, porque en enero se había comprado u$s506 millones y en diciembre u$s421 millones.
Si el nivel de demanda actual se mantuviera a lo largo de todo el año, eso implicaría que el Banco Central debería sacrificar casi u$s7.000 millones en 2022. Una cifra que deja pequeña a la meta de refuerzo de reservas por u$s5.800 millones, que es a lo que se comprometió Martín Guzmán ante el FMI.
Este hecho deja en claro también por qué, en contra de su postura tradicional favorable a la libre flotación, el Fondo Monetario convalidó la continuidad del cepo cambiario: si aun con las restricciones vigentes se siente con fuerza la presión del mercado sobre el Banco Central, un afloje en los controles implicaría una turbulencia cambiaria inevitable.
“El FMI miró para otro lado”, criticó Miguel Kiguel, exsubsecretario de financiamiento, quien se asombra de que el organismo no haya pedido medidas para relajar el cepo cambiario, algo que “choca con los propios objetivos del FMI”.