Difícilmente la política de un país sea consistente cuando el resultado de su economía es la crisis permanente. Lo que seguramente sucedería entonces es la fragmentación del sistema político y, por ende, la debacle de la sociedad.
La estanflación que se desarrolló con comodidad en Argentina durante una década potenció ese fenómeno que decantó en la crisis actual.
Así las cosas, de tanto en tanto asistimos a Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias que más bien sirven para armar alianzas o coaliciones flacas de fundamentos, con ideologías más o menos alineadas y con poca vida útil ya que implosionan a poco de llegar al poder, aunque ya con referentes repartidos entre diferentes organismos del Estado. Gobernar en ese caso se vuelve agónico y los resultados quedan a la vista.
El caso argentino más reciente en ese sentido es el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional devenido de una deuda astronómica que jaquea a varias generaciones.
Desde su anuncio, el acuerdo con el Fondo Monetario (FMI) exhibe todas las diferencias posibles entre las diferentes alianzas o coaliciones del oficialismo y la oposición. En este caso la diferencia no hace a la riqueza de la política sino a la abundancia de mezquindades. Las coincidencias entonces se vuelven asombrosas.
¿Un ejemplo? El Frente de Izquierda y de Trabajadores y los liberales agrupados bajo el tándem Milei y Espert van a votar de la misma forma: en contra de todo.
La bonanza económica no es garantía de mejores prácticas políticas, pero quizás sea un terreno más fértil para ello. Y aunque así no lo fuera al menos sería una excelente noticia para la sociedad que, en definitiva, es la que termina pagando las consecuencias de la fragmentación política y la inacabable saga de alianzas y coaliciones que se arman para un solo fin.