El conflicto es natural, normal e inherente a la condición humana, en tanto vivimos con otros diferentes, existe tal posibilidad.
Si bien, en principio a nadie le gusta tenerlos, la realidad es que, bien gestionados son ventanas de oportunidad.
Ahora bien, el tema no es el conflicto en sí, sino lo que hacemos con eso. Se ha popularizado la cultura del “escrache” ¿Qué lleva a un grupo a escrachar a otro sin tener pruebas o conocimiento acabado de lo sucedido? ¿Existe la mirada de otredad -indispensable para la buena gestión de un conflicto- en el escrache?
Muchas veces tuve muchas ganas de escrachar, sentí el impulso de salir a gritar esa injusticia que me ahogaba, de contagiar esa impotencia que hacía efervescencia adentro mío. Quizás fue la suerte de contar con una voz amiga que me ayudó a reflexionar, quizás los años de transitar estos caminos que me dejan como enseñanza que la violencia solo engendra más violencia y que una vez que esta se dispara no distingue víctimas, los que me detuvieron.
El escrache divide, polariza, unos toman partido por unos y otros toman partido por los otros, se dividen las aguas y no hay retorno. Es tan violento como las prácticas que pretende poner de relieve. El escrache no repara, todos terminan siendo víctimas.
Quizás sirva como desahogo emocional, quizás podamos pensarlo impulsivamente, sin embargo, como adultos debemos ser responsables y no naturalizar el maltrato y la cultura de la violencia en ninguna de sus formas.
Me refiero a desnaturalizar la cultura que justifica la violencia desde lo cotidiano, desinstalar la idea que el más popular, el ídolo es el que se lleva a todos por delante, o que el más canchero es quien se maneja de manera irrespetuosa. Basta del sálvese quien pueda, desde la pareja hasta la empresa, desde la escuela, la familia y el trabajo hacia toda la sociedad.
¿Te preguntaste alguna vez qué sucede luego del escrache? El escrache cristaliza al “escrachado” en el lugar del demonio, cancela socialmente al otro, cerrando posibilidades de gestionar lo que sucede.
No pretendo una solución mágica ante un tema de tantas aristas, si bien existen contextos que parecerían justificar los escraches como forma de equilibrar el poder -estado ausente, falta de respuestas de la justicia-, no me cabe duda de su ineficiencia para la gestión de la situación que queremos cambiar.
A los gritos intenta cualquiera. Requiere más trabajo, esfuerzo y valentía el camino de la definición conjunta de un problema, generar espacios de diálogo para la co construcción de soluciones, sentarse a conversar estando dispuesto a recibir un “no” por respuesta y seguir intentando.
Los conflictos nos brindan la oportunidad de cambiar las condiciones en las que se originan, permitiéndonos una perspectiva para generar soluciones integrales que abarquen aspectos materiales -recursos, acceso, etc.- y subjetivos -reflexionar sobre la forma en que pensamos y nos relacionamos-, sólo si son gestionados adecuadamente.
Muchas veces tuve ganas de escrachar, sin embargo y por más esfuerzo que implica, el diálogo siempre brinda mayores posibilidades. El escrache no repara.