El carau (Aramus guarauna), también llamado carao, carrao, pájaro llorón o viuda loca, es un ave del orden gruiformes, pariente de las grullas. Es una especie propia de humedales y se la puede ver con mucha frecuencia en Misiones y Corrientes.
Su canto suena como su nombre, “kháro”, de a dos o tres veces, de alarma baja y algo ronca. También muy potente se escucha un “karáooo” o “karáuuuu”, derivando en gritos-sollozos hasta por varios minutos.
Es de color pardo oscuro. De lejos se la percibe de un tono más negro y por ello en la leyenda tradicional sobre su origen se vistió de luto.
Así cuenta su historia la escritora Elsa Leonor Pasternik en el libro “Misiones y sus leyendas”:
“La madre estaba tirada sobre las pajas que hacían de cama. Sufría dolores horribles que la hacían estremecer. Pero confiaba en sanar. Su hijo, su querido hijo, el único, había ido por remedios a la más reputada curandera de esas tierras, prometiendo solemnemente volver esa misma noche.
La muerte mientras reía de esa confianza.
Carau, el hijo, había tomado el camino que bordeaba los esteros corriendo cuanto más podía porque sabía que la vida de su madre dependía de su rapidez. Iba pensando en la alegría de ella cuando volviera con los remedios requeridos y sanara de aquel mal que la estaba matando. La veía en su pensamiento nuevamente sana, nuevamente buena.
Pasó por un rancho donde se sentía música. El mozo había sido siempre afecto a las fiestas, pero aquel día la música no le llegó al corazón, su madre se moría.
Pero… ¿Quién venía hacia él? La chinita más esquiva, la que más le atrajo siempre, apareció en el sendero rumbo al rancho donde se celebraba el baile… Y ya desde lejos lo saludó alegre:
– ¿Dónde vas, Carau? -le preguntó- ¿No me acompañarías al baile?
Y ello fue suficiente. Se borraron de su mente los sufrimientos de su madre y su empeño dejó de serlo. Tomó del brazo a la linda guayna y entró en el rancho pasando al patio.
Bailó esa tarde y toda la noche. Zapateaba alegre. Tomaba en sus brazos a su dama y lanzaba sapucays que llegaban a las nubes.
Una voz le dijo:
– Carau, tu mama se murió, volvé a tu rancho.
– ¿Se murió? -contestó el Carau-. Mirá chamigo, ¡hay tiempo para llorar…!
Muy de madrugada terminó el baile. La moza de sus sueños, voluble, lo abandonó apenas terminaba la fiesta. Y el Carau, paisano que traicionó el afecto de su madre, comenzó el peregrinaje de la vuelta a su rancho con el corazón acongojado porque se sabía culpable de la muerte de su madre y sus palabras jactanciosas le volvían continuamente a reprochar su acción: “¡Hay tiempo para llorar!”.
Un gran sollozo le salió de muy adentro, justo cuando doblaba un recodo del bañado y se veía ya el rancho de su madre muerta. Con el sollozo, Carau se transformó en ave que comenzó a repetir su nombre: ‘Carau… carau… carau… carau…’ y vivió para siempre en los esteros repitiendo su nombre de mal hijo“.