Con sus esculturas en madera y en cerámica, Juan Algot Hedman participó de los salones provinciales, regionales, nacionales y del MERCOSUR, donde recibió premios y menciones por sus obras. La temática predominante en ellas eran los animales regionales, especialmente el tucán. Buena parte de ellas, se encuentran a resguardo en la casa que habitó junto a su esposa, América Camacho, y a sus hijas: Graciela y Rossana, a pocas cuadras de su querida Facultad de Artes, donde se desempeñó como docente a lo largo de 32 años.
El último encargo que le hicieron fue recrear el portal de la iglesia de San Ignacio Miní para el nuevo edificio del Banco Macro, frente a la plaza 9 de Julio, de Posadas, que debió ser terminada por sus ayudantes ya que la muerte lo sorprendió en plena tarea, el 8 de marzo de 1999. Para la obra de 4,25 metros de alto por 4,75 de ancho se empleó piedra arenisca y madera (canela guayca y cedro moro).
De Guayabera al mundo
Hedman nació el 13 de junio de 1933 en colonia Guayabera, entre Campo Grande y Oberá, donde pasó su infancia. Era hijo de padre sueco y su madre, brasileña, pero descendiente de suecos, ambos agricultores. Siempre estuvo en contacto con la naturaleza y de niño pasaba horas escuchando historias y leyendas de la tierra, contadas por sus padres.
Asistió a la Escuela N° 73 de Picada Vieja, mientras que cursó el secundario en el Colegio Nacional “Amadeo Bonpland”, de Oberá, hasta donde viajaba diariamente desde la chacra.
En 1964, contrajo matrimonio con América Camacho y continuó viviendo en la colonia, cerca de Campo Ramón. Cuatro años más tarde se mudó a la ciudad. Hizo estudios terciarios en el entonces Instituto Superior del Profesorado en Disciplinas Estéticas de Oberá, que luego pasó a ser Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), y finalizó el profesorado en Dibujo Artístico, en 1978, a los 45 años. Fue socio fundador del Taller de Cerámicas Hedman junto a su hermano Waldemar y a los profesores Abelardo Ferreyra y Gilberto Hasselstrom.
Fue docente de la Facultad de Artes desde 1967 y durante 32 años, en las cátedras: hornos, modelado cerámico y taller de actividades prácticas, en las que transmitió sus conocimientos y su pasión por la naturaleza y la escultura.
Dirigió el proyecto de investigación de materiales cerámicos regionales y presentó el informe final del proyecto “Desarrollo tecnológico para producir cerámicas para la construcción a partir de materias primas nuevas descubiertas”. Estos conocimientos adquiridos en cuanto a las arcillas regionales, fueron volcados posteriormente en la construcción de las maquetas de los pueblos jesuíticos.
De acuerdo a los datos proporcionados por su hija Rossana, el 15 de septiembre de 1987, participó de una reunión de coordinación de acciones a realizar en el marco del V Centenario del Descubrimiento de América, realizado en el Museo Histórico-Arqueológico “Andrés Guacurarí”, de Posadas, presidida por el padre Rafael Carbonell de Masy -nominado como nexo entre los jesuitas latinoamericanos y europeos- y otros especialistas en el tema jesuítico. Allí se organizó una muestra monográfica que luego sería exhibida en Córdoba y en Sevilla, España.
Asistió al curso “Arqueología histórica de las Misiones Jesuíticas de Rio Grande Do Sul, Brasil”, en diciembre de 1987, organizado por la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, de la UNaM. En agosto de ese mismo año, quedó inaugurado el “Museo vivo” de San Ignacio. En una de las salas se encuentra la primera de las maquetas, encargada por el Gobierno provincial, en la que trabajó junto a su hija menor. En 1990 comienza la construcción de las maquetas de San Ignacio Miní, los Santos Mártires del Japón y Jesús, encargadas por el sacerdote Rafael Carbonell de Masy para ser expuestas en el congreso internacional de historia sobre el tema “La Compañía de Jesús en América, Siglos XVI-XVIII”, que se realizó en Córdoba, España, en septiembre de 1991. La de Jesús fue expuesta también en el pabellón del Vaticano de la Expo Sevilla 92.
En julio de 1997, la maqueta de los Santos Mártires fue prestada a la Subsecretaría de Cultura de Misiones para la inauguración del Centro de Visitantes de la Reducción de Santa María la Mayor. También fue expuesta en el Foro Social de la Facultad de Artes de Oberá, en 2002 y en el Centro Cultural Misiones, en 2003. Juan Hedman participó también en las VII Jornadas Internacionales sobre las Misiones Jesuíticas, organizadas por el Instituto de Investigaciones Geohistóricas, Conicet, donde se expuso la maqueta del pueblo de Concepción de la Sierra, en agosto de 1998.
En el Centro Cultural “Juan Yaparí” de Posadas, se realizó un homenaje póstumo y se le dio su nombre al taller de cerámica. También fue homenajeado en la Facultad de Artes de Oberá, donde la sala de hornos lleva su nombre. El Concejo Deliberante de la Capital del Monte nombró a una de las calles del barrio Docente como Juan Algot Hedman.
El legado de un grande
Al ingresar por la galería que antecede a la vivienda en la que residía el artista, el visitante se encuentra con un proyecto que quedó inconcluso en 1999, cuando lo sorprendió la muerte. Es que su plan era recrear la puerta de la sacristía de las Ruinas de San Ignacio, tallar los relieves y luego cubrirlos con un arenado (arena y pegamento) para simular piedra. Está hecho en escala -es un poco más chico que el original- en madera de petiribí, dura y pesada. El año pasado, su familia lo ubicó en ese sector de la casa en la que habitaba con su esposa e hijas, para poder conservarla junto a otras tantas de sus creaciones.
“Siempre hacía varias cosas a la vez”, sostuvo Rossana, al iniciar el recorrido. Y confió que “estaba haciendo este proyecto de investigación para la facultad, y estaba haciendo el trabajo para el Banco Macro, con un grupo de colaboradores, pero de forma privada. Antes de poder terminarlo, falleció. Sucedió a los 65 años, a raíz de una embolia pulmonar”.
Prácticamente todas las cerámicas que habitan la casa las hizo él, algunas recubiertas con esmalte de cobre, esgrafiados, con arcillas de colores. El tema que más recurrentemente representó fue el tucán porque decía que en cada posición que se pone el pájaro se ven diferentes los volúmenes, la relación entre los volúmenes del pico, la cola, y eso le daba muchas facilidades plásticas. Y otros animales como el tapir, la arpía, el venado, la naturaleza misionera. Como siempre recorría las chacras e iba al río, recogía los pedazos de madera muerta que el agua acercaba a la costa. Cuando en el rozado se pasaba un arado y se sacaba una raíz, él la miraba y ya proyectaba una escultura en ella. Nunca iba a cortar un árbol para hacer la escultura. Ese era un principio del artista.
Rossana, que tiene a su resguardo buena parte de sus obras, recorrió junto a Ko´ape el galpón/taller que su padre había levantado en el fondo de la casa. “Inicialmente era un galpón con techo de cartón y piso de tierra, allí hizo las primeras maquetas. Lo fuimos mejorando después que falleció porque la idea era hacer un museo taller, o sea, que sea un museo pero que también tenga un espacio para seguir trabajando. Lo estuve poniendo en orden, por eso ahora se ve un poco organizado, pero aún no del todo impecable, pero antes era una pila de cosas. La idea es acomodar las maquetas y las esculturas. Algunas ya están lustradas, pulidas y ubicadas en el estante que rodea la edificación por dentro. Hay algunas cerámicas que tengo que restaurar, para eso recibo la ayuda de mi hermana Graciela y de mis sobrinos”, explicó quien también estudió artes, pero se inclinó por la pintura.
Añadió que se logró restaurar una buena cantidad cuando se hizo una muestra homenaje retrospectiva en el Centro del Conocimiento, de Posadas.
Hasta el Viejo Continente
Dentro del taller, Rossana exhibió una maqueta de las Reducciones Jesuíticas, y enseguida aclaró que “ésta se empezó a romper un poco en el horno, pero la guardamos igual porque la original se fue a España. Fue encargada por los Jesuitas de la provincia jesuítica de Andalucía a través del padre Carbonell. Estaba la de Jesús, la de San Ignacio y la de los Santos Mártires del Japón, que no es conocida porque no está explotada turísticamente. Encargaron esas tres y estuvieron expuestas primero en Paraguay, después en Córdoba (España) y en la Expo Sevilla que se hizo en 1992, por los 500 años del Descubrimiento de América. Después de un tiempo, como siempre estaba en contacto con otros investigadores de la “cosa jesuítica”, recibió unos planos y vio que había cosas que eran distintas a la que ellos habían representado en la maqueta de Mártires. Fue entonces que hizo esta segunda versión”.
Sostuvo que “es interesante porque siempre en la arquitectura jesuítica se conservan algunos pueblos intactos, depende del país, y en otros sólo quedan los cimientos debajo de la selva. Entonces siempre se arman las discusiones: ‘si tenía cúpula’ o ‘si no tenía’, o ‘si tenía una torre o dos’. Al empezar a buscar el documento, siempre están esos debates, de cómo era realmente el pueblo”.
Aunque aclaró que el trazado del pueblo es lo que menos se debate, “pero hay cosas que sí: ‘si tenía atrio’, ‘si la cúpula se veía o no’, entonces cada vez que se hace un intento de representación así, es complicado satisfacer a todas las opiniones. Es que es mucho tiempo de investigación, de contrastes. Y después, encontrar un lugar adonde esté protegida. Ésta estaba apilada en unos estantes, pero antes de volver acá había dado varios paseos por eso tiene varios golpecitos. Estuvo expuesta en el Centro de Interpretación de Santa María, de prestada. Y en Posadas en el Museo Guacurarí. Las esculturas en madera estuvieron en el Centro del Conocimiento”.
Explicó que las maquetas tienen un proceso y que su papá iba al lugar con sus ayudantes -que eran estudiantes-, tomaba todas las medidas posibles y se documentaba. “En la maqueta que se conserva en San Ignacio, trabajó con un profesor de dibujo de Posadas y dos alumnas de la Facultad de Artes. En la de Concepción de la Sierra, como era un proyecto de investigación de la Facultad, asistió junto a una becaria. En las casas de familia estaban los pedestales. Para hacer la maqueta, Pablo Babi hizo la conexión para conseguir una de muestra. Pero siempre el proceso era parecido, tomar todas las medidas en el lugar, documentarse, y obtener muchas fotografías. El trabajo que hizo previamente sobre materiales cerámicos le sirvió después para las maquetas, para ver el color, la dureza. Tenía como un antecedente. Se puso a experimentar cómo lograr un color parecido a cada piedra, o para hacer los engobes, se hace con la misma arcilla, que le da color blanco, gris, verde, para que no sea solo color piedra”.
La cerámica y la madera parecen eternos pero son materiales frágiles, es por eso que varias de las obras de Hedman se encuentran dañadas a raíz de la manipulación que se producía en los viajes a pesar que siempre las embalaba correctamente. “Él siempre decía que el trabajo en madera era como una investigación propia, personal, al ver cuáles daban el mejor resultado, cuáles eran mejores para tallar, cuáles quedan mejor pulidas, y que no se rajen. Aprendimos mucho a su lado, pero igual solamente fue un 10% de todo lo que él sabía”, aseguró.
Recordó que, en un encuentro de educación para el arte, los participantes se encontraban en un parque, en un lugar abierto, y encontraron un pedacito de madera y apostaron a “El gringo”: “en ésta no vas a encontrar un tucán”, y casi sin pensar empezó a bosquejar “salió éste, con el pico tirado hacia atrás, como limpiando su propia ala. Pero lo sacó naturalmente”.
Rossana entiende que los alumnos que cursan actualmente “no lo deben conocer” porque ya pasaron veinte años de su ausencia física. Pero que los colegas y exalumnos de la época lo recuerdan con cariño. “Tuvo reconocimientos pos mortem. Hay una calle en el barrio Docente que tiene su nombre; en la Facultad de Artes habían puesto su nombre a una sala. Y en el Museo Juan Yaparí también había un espacio con su nombre. También quedó el legado en nosotros”.
Dijo que cuando empezó a hacer su tesis de licenciatura, “la idea era enumerar en lo posible todas las obras y hacer un catálogo exhaustivo y completo, pero se complicó porque incluso algunas no estaban acá, otras estaban muy apiladas, entonces se dificultó enumerar una por una”.
Admitió que cuando tiene un ratito, va, ordena un poco, limpia “También tengo un archivo de fotos que tengo que organizar, para que sea parte de la muestra. La idea es que vengan a recorrer, pero grupos pequeños porque hay muchas cosas y poco espacio. Me interesaría que los alumnos más jóvenes, que no lo llegaron a conocerlo, vengan a empaparse de su obra. Venir al taller, estar con sus cosas, es lindo, pero también te produce mucha nostalgia y me hace pensar que murió tan joven, en lo mejor de su producción, y no vio crecer a sus tres nietos. Entonces, por un lado, es linda la idea del proyecto, pero también se remueven cosas, nostalgias, y sanan”, comentó.
Un dejo de nostalgia
Cuando Juan Hedman cursaba el secundario, a veces venía a caballo, otras a dedo, o caminando, para unir las grandes distancias que separaban al pueblo de las colonias, en un terreno irregular como el que presenta la Zona Centro de Misiones. “Ahora uno no se imagina, con las facilidades que hay. Pero antes no era así. Empezó a trabajar en una escuela rural, haciendo actividades prácticas, y luego en la Facultad. Estudiaba y trabajaba al mismo tiempo porque ya tenía familia. Se estima que el contacto con la naturaleza hizo que despertara su vocación porque de antecedentes familiares de artista, no se sabe, habría que buscar desde muy atrás”, acotó. Según la hija, contaba que cuando vivía en la chacra, tenía la oportunidad de ver la naturaleza, los pájaros. Y eso lo inspiraba. Entonces, después, “era natural encontrar una madera y decir esto puede ser tal cosa, otra, pero cuando no, igual traía el trozo hasta que le encontraba el uso. La idea era que no se pierda”.
Aseguró que de su padre le queda “el amor al arte, la dedicación al trabajo que siempre tuvo, porque siempre estaba haciendo algo. El amor y el respeto a la naturaleza, por ejemplo, el hecho de ir a pescar, no era sólo eso, sino que era explorar, encontrar piedras, troncos, conocer más de la provincia. Siempre inculcaba eso a los demás. Sacar un pescado del río era lo de menos. Nunca cortó un árbol para hacer una escultura. Por el contrario, juntaba semillas, hacía muditas y andaba repartiendo para que todo el mundo plante árboles.Admiraba la facilidad que tenía para interactuar con todo tipo de personas, un ministro, un peón, con los pescadores de la costa, se amoldaba a cualquier circunstancia. Siempre lo recuerdan con mucho cariño. Y ese es el mejor legado que se puede dejar”.