Hace 58 años, el 28 de septiembre de 1966, un grupo de 18 jóvenes, la mayoría menores de 30 años, protagonizó uno de los más destacados episodios de la historia reciente argentina, particularmente en lo que se refiere a las Islas Malvinas, al secuestrar un avión de Aerolíneas Argentinas y hacerlo aterrizar en el archipiélago del Atlántico Sur ocupado desde 1833 por el Reino Unido.
“Operación Cóndor” fue el nombre elegido por el comando integrado por militantes de la resistencia peronista.
El operativo contó con un detallado y preciso plan que se llevó a cabo al pie de la letra y comenzó varios meses antes de aquel Douglas DC4 se aprestara a realizar el vuelo 648, que debía partir a las 00:34 del 28 de septiembre de 1966 desde el Aeroparque Metropolitano “Jorge Newbery” con destino original hacia la ciudad santacruceña de Río Gallegos. En ese entonces el país estaba gobernado por el dictador Juan Carlos Onganía y curiosamente la operación se llevó a cabo justo cuando el príncipe Felipe, consorte de la Reina Isabel, se encontraba en Buenos Aires.
El militante Dardo Cabo, periodista y metalúrgico de 25 años, estaba al mando del grupo de 18 jóvenes de entre 18 y 32 años, todos miembros del Movimiento Nueva Argentina: junto a él viajaron Alejandro Armando Giovenco, de 21; Juan Carlos Rodríguez, de 31; Pedro Tursi, de 29; Aldo Omar Ramírez, de 18; Edgardo Jesús Salcedo, de 24; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, de 27; Edelmiro Ramón Navarro, de 27; Andrés Ramón Castillo, de 23; Juan Carlos Bovo, de 21; Víctor Chazarreta, de 32; Pedro Bernardini, de 28; Fernando José Aguirre, de 20; Fernando Lisardo, de 20; Luis Francisco Caprara, de 20; Ricardo Alfredo Ahe, de 20; y Norberto Eduardo Karasiewicz, de 20. Además, uno de los pilotos del Douglas DC4 también estaba al tanto de la misión y, para ello, había practicado aterrizajes de emergencia en la provincia de Chaco.
Entre los 43 pasajeros se destacaba uno en especial: Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y quien había sido avisado por Dardo Cabo de que debía viajar en ese avión para tener “una primicia”. La razón de esa suerte de invitación a García no sólo era por la necesidad de que el matutino porteño difundiera la noticia, sino que también ese medio se había destacado por dar a conocer la acción del piloto Miguel Fitzgerald, quien se convirtió en el primer argentino en volar a las Malvinas: lo hizo en octubre de 1964 a bordo de un pequeño Cessna 185, con motor de 260 HP, matrícula civil LV-HUA y bautizado “Luis Vernet”. Otro destacado personaje que iba sentado en la aeronave era el gobernador del entonces Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, el contraalmirante José María Guzmán.
El avión de Aerolíneas Argentinas partió hacia Río Gallegos, pero a mitad del vuelo el comandante de la aeronave, Ernesto Fernández García, fue abordado por los militantes peronista, quienes le indicaron el cambio de destino. Al acercarse a las Islas Malvinas, el Douglas DC4 aterrizó en la misma pista de cuadreras que había sido escenario de la gesta de Fitzgerald dos años antes. La aeronave quedó atrapada en la turba, al final de la recta de 800 metros: el lugar se convirtió en el “Aeropuerto Antonio Rivero”, el gaucho que lideró un levantamiento contra los ingleses en 1833.
Tras el forzado aterrizaje, el comando a cargo de la “Operación Cóndor” colgó siete banderas argentinas en las inmediaciones del avión: alambrados, postes fueron utilizados como mástiles para que la enseña patria flameara en el Atlántico Sur, en donde también cantaron el himno. En ese marco, los “cóndores”, como se autodenominaban, tomaron como rehenes a algunos kelpers que se habían acercado hasta allí, incluido el jefe de la Policía local y un alcalde. A las 9:57, usaron la radio del avión e informaron: “Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero (Islas Malvinas), autoridades inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador inglés anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino”.
Las banderas habían sido confeccionadas de manera casera por la madre de Cristina Verrier: en tanto, la decisión de llevar siete banderas estuvo ligada al significado bíblico del número, relacionado con la perfección. “La recuperación de las Islas Malvinas no puede ser una excusa para facciosos. Es causa profunda de la vocación de patria de cada argentino”, subrayó Onganía en el comunicado oficial emitido por la Casa Rosada tras conocerse la noticia.
El grupo liderado por Dardo Cabo se acercó hasta la residencia oficial del mandatario de las Islas Malvinas: allí informaron a las autoridades que el propósito de la misión era “reafirmar la soberanía argentina” sobre el archipiélago y que se trataba de una operación pacífica.
Pese a esa última aclaración y tras liberar a los pasajeros argentinos -luego fueron alojados varios días en casas particulares, incluyendo la del gobernador isleño-, los uniformados locales rodearon el avión con armas antiaéreas y también dotaron a pobladores civiles de armamento.
Las 36 horas siguientes fueron de extrema tensión en las inmediaciones de Puerto Argentino, ya que los militantes nacionalistas no se rindieron y no tenían pensado hacerlo ante los británicos. La mediación llegó de manos del párroco local, el holandés Rodolfo Roel, quien ofició una misa a bordo del Douglas DC4 a pedido de Dardo Cabo.
La entrega de las armas tuvo como protagonista al comandante del avión Fernández García, quien fue reconocido como máxima autoridad por los cóndores. Tras permanecer detenidos en la iglesia local durante 48 horas, los miembros del comando argentino fueron trasladados el 1º de octubre hacia mar abierto, donde los esperaba el buque Bahía Buen Suceso: para hacer entrega de los prisioneros se necesitó de dos viajes, ya que en el primero el fuerte oleaje hizo imposible que pudieran subir a la embarcación por la escalera de soga. Una vez a bordo del buque argentino, Cabo entregó las banderas al contraalmirante Guzmán: “Señor gobernador de nuestras Islas Malvinas, le entrego como máxima autoridad aquí de nuestra patria, estas siete banderas. Una de ellas flameó durante 36 hs. en estas islas y bajo su amparo se cantó por primera vez el Himno Nacional”.
En tanto, en las Islas Malvinas aún permanecían los pasajeros que fueron sorprendidos por la iniciativa de los cóndores. En ese grupo se encontraba una niña de tan sólo 9 años, que carga con una particular historia: la pequeña Lucía Miriam del Milagro París estuvo alojada en la casa del gobernador junto a su madre, la azafata del vuelo, una familia y Héctor Ricardo García. El director de Crónica le encargó una misión a la niña: avisar cuándo levantaban el teléfono en la planta baja para que él pudiera levantar el de la planta alta y escuchar las conversaciones del mandatario local.
Días más tarde, el 3 de octubre, el Bahía Buen Suceso dejó a los cóndores en Tierra del Fuego, donde quedaron detenidos en las jefaturas de la Policía Federal de Ushuaia y Río Grande. Acusados de los delitos de privación de libertad y tenencia de armas de guerra, los militantes se limitaron a responder ante el juez del Tribunal de primera instancia de Tierra del Fuego, Miguel Ángel Lima: “Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía”. Lisardo fue el único que amplió su declaración: “Lo volvería a hacer”, agregó ante el magistrado.
Quince de ellos fueron dejados en libertad luego de nueve meses en prisión: Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus antecedentes político-policiales como militantes de la Juventud Peronista. En 1967, Cabo recuperó las siete banderas que habían flameado en las Islas Malvinas. Tres años más tarde entregó una de ellas a César Cao Saravia, junto a una carta.
Tras varios días en Puerto Argentino, los pasajeros argentinos hicieron el mismo trayecto que los cóndores: lanchas militares los llevaron a mar abierto para entregarlos al Bahía Buen Suceso, que los llevó de regreso al continente.
El devenir de la historia de los cóndores les deparó a la gran mayoría de ellos una vida difícil bajo la última dictadura militar: fueron detenidos-desaparecidos e incluso algunos, como Dardo Cabo, fusilados. Los que lograron sobrevivir siguieron en contacto y solían mantener reuniones periódicas, para mantener vivo el sentimiento que los había unido en aquellos años.
Décadas más tarde, con la democracia ya consolidada, Verrier, ideóloga del plan ejecutado por los cóndores, entregó en 2012 seis de las banderas a la entonces presidenta Cristina Kirchner (la restante fue cedida por Susana Arrechea, viuda de Cao Saravia): cada una tuvo un destino específico.
Una, “la más sucia, la más embarrada”, fue colocada en el mausoleo donde descansan los restos de Néstor Kirchner en Río Gallegos -a pedido de Verrier-; y las restantes fueron enviadas a la Basílica de Nuestra Señora de Itatí, en Corrientes; al Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, en la ex-ESMA; al denominado patio Malvinas Argentinas de Casa Rosada; a la Cámara de Diputados; al Museo del Bicentenario, en Balcarce 50; y la Basílica de Luján.
Fuente: Agencia de Noticias NA (publicado originalmente en 2021)