Estamos transitando el duro camino de la pandemia, tal vez uno de los aislamientos sociales más largos de nuestro siglo. Son tantas las costumbres y hábitos que se han ido modificando y con mucho esfuerzo nos estamos adaptando a una nueva realidad tanto familiar como social.
Estos tiempos nos interpelan y más de una vez buscamos contestaciones al porqué de lo que nos pasan las cosas, en las personas, gobiernos, orden social y político. Hoy quisiera reflexionar sobre la importancia de buscar respuestas desde la fe y la confianza en Dios.
La verdadera espiritualidad y la fe trascienden las barreras de todas las religiones. Pero todas ellas nos invitan a transcender las realidades de nuestra cotidianidad desde la fe en Dios.
Hay veces que nuestros prejuicios, las malas experiencias que notamos con nuestra vivencia de la fe o tal vez el alejamiento que padecemos desde hace mucho, no nos permite percibir una mirada desde la fe.
La fe en Dios nos invita a tener una mirada amplia de las realidades que estamos viviendo. Es contemplar nuestro universo desde el amor que Dios nos tiene y desde el proyecto de salvación que Él nos propone. Nuestras enfermedades, la pérdida de nuestros seres queridos, la crisis económica que atravesamos, cuando transitan por la experiencia de la fe, podemos comprender que es una oportunidad para permanecer en Comunión con los sufrimientos de Cristo. El mismo nos dice: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). Nos presenta una nueva dimensión de las cosas.
A veces creemos que la fe y la razón van por caminos distintos para llegar a la verdad. Sin embargo la verdad de la fe va de la mano de la razón.
Toda ciencia y todo conocimiento cuando van unidos a la fe nos permiten contemplar la luz que viene de lo alto y llena la vida de esperanza. La ciencia y la razón iluminadas por la fe, nos permiten la aceptación de tantos sufrimientos, regalándonos la gracia de la paz y la serenidad.
La fe ilumina totalmente a la persona y nos brinda ese deseo de conocer a Dios y fortalecernos con su espíritu. Obviamente la fe no asegura que las cosas sucederán milagrosamente por una fuerza sobrenatural, sino que nos fortalece para que seamos protagonistas de tantas situaciones que suceden.
Es la fuerza espiritual que nos acompaña para emprender grandes transformaciones en nuestra vida.
Cuando nuestra inteligencia está iluminada por la fe, adquirimos las grandes virtudes de la esperanza y la caridad. La esperanza en Dios nos marca el rumbo, dándonos la certeza de que con Dios todo se puede.
Es el verdadero fundamento de nuestra felicidad, porque Dios está con nosotros. Nos libera del temor al fracaso y la ansiedad que nos generan las adversidades que atravesamos. El mismo Jesús nos llena de esperanza:
“En el mundo tendrían que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
La caridad nos muestra la necesidad de comunión que tenemos. Por eso nuestro Papa Francisco, en ocasión de la Jornada Mundial de la paz nos dice: “nadie se salva solo”.
Somos comunidad y nos anima a liberar nuestros egoísmos para pensar en la totalidad de la creación cuando buscamos respuestas y soluciones que atañen a todos. La verdadera caridad nos invita a descubrir la belleza del amor: Confianza en Dios que nos ama y la misión de amar a nuestros seres queridos.
La fe en Dios nos impulsa a reconocer su presencia viva entre nosotros. Los momentos de oración, meditación, y silencio interior nos permiten reconocer las maravillas de Dios en la creación.
Y cuando sentimos la soledad en medio de tantos momentos difíciles, las mismas palabras de Jesús nos animan y aseguran: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).