Pedro Meier es el único habitante de Quiñihual, un pequeño pueblo del partido bonaerense de Coronel Suárez, donde la vida se frenó en 1994 luego de que dejó de pasar el ferrocarril que alimentaba los sueños de sus habitantes. Meier, sin desesperarse, decidió quedarse, y aunque se perciba en su voz la nostalgia de añorar lo que alguna vez sucedió, ya no planea escapar de allí.
El hombre de 64 años barajó por aquellos años si vender las tierras en las que actualmente vive era su mejor opción. Prefirió esperar y aguardar un nuevo desarrollo que nunca llegó. Aquella paralización del tiempo alimentó su bienestar: Meier se quedó para ser el único ser humano que habita una porción de la pampa bonaerense, en donde no llegan la luz ni los caminos asfaltados.
“Hace 57 años que vivo acá. Para 1994 quedábamos el jefe de estación y yo. Pero cuando el tren dejó de funcionar, se fue. A los ferroviarios los sacaron: a la mitad la jubilaron y al resto los trasladaron a otros pueblos”, explicó Meier en dialogo con TN.com.ar.
Este domingo Meier irá a votar como en cada elección, para ello deberá recorrer con su camioneta los casi 60 kilómetros que separan su casa de la escuela de Coronel Suárez en la que emitirá su voto.
“Antes de que cerrara la estación de tren había una escuela acá y votaba ahí. Iba caminando. Después me asignaron otra cercana, a una estación de acá. Pero cerraron cuando se empezó a ir la gente y ya no quedaban chicos en el pueblo. Ahora tengo que hacer una hora en vehículo, pero jamás me perdí una votación, menos lo voy a hacer ahora”, explicó.
Luego de votar, irá desde Coronel Suárez hacia Pigüé, ciudad cabecera del partido de Saavedra. Para llegar hasta allí hará otros 50 kilómetros, donde acompañará a Mónica, su actual pareja desde hace 19 años.
“Mi mujer falleció y años más tarde la conocí a ella. Siempre vivimos separados porque nunca pudo adaptarse al lugar en el que vivo. Ahí tienen todos los servicios, todos los comercios. La vida en el campo es linda para dos o tres días, después hay que acostumbrarse”, dijo Meier.
Sucede que donde vive la luz eléctrica no llega: el poste más cercano está a 1.200 metros y para llevar el tendido hasta su casa le cobran $800 mil. El hombre posee un generador eléctrico a combustible que funciona únicamente durante la noche, las horas que él permanece en la casa y utiliza para preparar la cena o mirar un rato la televisión a través de la antena que le da señal.
En cuanto al pueblo, recordó, “para el año 78 había unos 730 habitantes. Yo llegué a los 7 y era una maravilla, los fines de semana se llenaba de gente, había obras de teatro, partidos de fútbol los domingos. Recordar eso me da nostalgia, porque un día, sin darme cuenta, todo se había terminado”, indicó.
Meier dedica sus días al trabajo en el campo. “Tengo hacienda, algunas vacas capitalizadas y otras de cría, también siembro y arriendo otra porción. Por la tarde abro mi pulpería, suele venir gente de acá cerca, que sale de las estancias y se quedan hasta las 22 ó 23“, contó.
El lugar funcionó históricamente como un almacén de ramos generales, atendido por su padre y algunos de sus hermanos: “Cuando mi papá lo inició se vendía de todo. Después ya cuando empezaba a haber menos gente cambió, pero era increíble. Vendíamos cocinas a gas, mesas, heladeras. Había catálogos, la gente encargaba y a la semana lo tenía”, rememoró.
Hoy, su preocupación radica en un dolor físico que le impide trasladarse con comodidad. Un malestar que acarrea desde hace tiempo y deberá corregirlo a través de una operación en la cadera, programada para los últimos días de septiembre.
“No es fácil llegar hasta acá cuando llueve, hay una parte que sí tiene un simple acceso pero otro camino es de barro, y si no conocés la zona podés llegar a quedarte. Y alrededor no hay nada, pero es justamente eso lo que disfruto: estar acá, solo, acostumbrado al estilo de vida que elegí y del que no reniego. Todo lo contrario. Me han ofrecido ir a vivir a la ciudad, pero a esta altura no pienso cambiar nada de esto”, concluyó.