Promediando la mitad del mandato, encarando tibiamente la pospandemia y en la recta hacia las elecciones de medio término, pensar la estructura económica argentina sigue siendo un desafío para propios y extraños. El plan, esa hoja de ruta a la que ceñirse, nunca se vio en la práctica por más que el Gobierno jure y perjure que sigue una agenda trazada.
Ya es más que evidente para todos y la desnudez de la estructura económica nacional es casi insólita a esta altura. De ahí que los acreedores se muevan otra vez pidiendo lo que brilla por su ausencia desde el inicio mismo del mandato: un plan.
Ahora es el FMI el que asegura que la Argentina requiere de un plan macroeconómico “creíble y sólido” y hasta sugirió que a medida que el país se estabilice deberá implementar un “desarme gradual con condiciones” del cepo cambiario.
El organismo multilateral incluyó estas observaciones en el documento anual “Informe del Sector Externo”, donde realiza un análisis financiero que incluye la cuenta corriente y los flujos de capitales.
Pero más allá de que el acreedor intente que se generen las condiciones para cobrar, el plan que se reclama sería hasta saludable para los propios argentinos. Ya va siendo tiempo de que aparezca.