El hecho que tantas localidades misioneras lleven nombres en guaraní, despertó en la licenciada en Comunicación Social y exdocente Nora Mercedes Husulak (72) la inquietud de confeccionar un glosario en dicha lengua. Si bien cree que por cuestiones económicas no podría llevar su trabajo a la impresión, espera que alguna imprenta se pudiera hacer eco de esta iniciativa. “Amo el guaraní porque cuenta historias de vida en cada sílaba”, dijo la protagonista que, a diario, husmea en los cuatro diccionarios -de distintos años y ediciones- que atesora en su casa, siempre en compañía de un buen mate.
Curiosa, inquieta, señaló que “mi gusto por esta lengua no tiene una explicación lógica, seguramente es simplemente porque amo a Misiones, porque mi descendencia es polaca por parte de madre (Wanda Nikiel), y ucraniana, por parte de padre (Antonio Husulak)”.
Ya de grande tuvo la oportunidad de estudiar el idioma guaraní con mayor profundidad. Junto a Juan Alberto Portel lucharon durante varios años “hasta que logramos que se enseñe en Humanidades. Costó bastante conseguir la aprobación”. Además, siempre “me gustó estudiar porque papá nos puso el hastag: la única obligación que tienen ustedes en este mundo es estudiar”. El mensaje era común tanto para Nora como para sus hermanos: Alicia, Ada y Antonio (ya fallecido).
Para Husulak, “ya no se trata que el idioma me cautive, pienso que a esta altura de mi vida es pura curiosidad. El guaraní siempre estuvo conmigo. Quizás por la cercanía, en definitiva, todos terminamos teniendo parientes del otro lado de la orilla. Voy buscando historias de vida. Además, para la ciencia y la botánica, el guaraní dispone de un montón de palabras que van a parar a los libros”.
Manifestó que “estoy trabajando en esto constantemente” pero que “es imposible que yo lo publique, tiene que ser la decisión de alguien que tuviera una imprenta. Podría ser una revista, hasta pensé en llamarla Noralí, que era el nombre de una revista que compraba cuando era adolescente. Incluso consulté si hay propiedad intelectual de esa revista, pero ya no existe”.
“Vengo de dos años de estudiar lectura y escritura, en la Extensión Universitaria de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, de la UNaM, y dos años más, con Ramona, para aprender a hablar. Eran tres horas seguidas, durante un día a la semana”, explicó quien se enamoró del periodismo allá por los 80, cuando trabajaba como jefa de correctoras del desaparecido diario El Libertador, que permaneció en el mercado por sólo cinco meses.
A pesar de la dedicación al idioma, entiende que “aprendí muy poco porque tiene seis o siete vocales y formas distintas de pronunciar. Los vocablos van describiendo el paisaje y lo que ocurre en la vida de la gente. Si uno pone mal el acento puede significar todo lo contrario a lo que se quiere decir. Solamente viendo las palabras, como las tengo acá como ejemplo, se puede entender”, dijo, dando vueltas las páginas de un cuaderno universitario que utiliza para puntualizar la palabra en forma manuscrita, y buscar el significado.
Entre ellas, apuntó Panambí, que significa mariposa; Garupá, lugar donde amarran las canoas; Oberá, la que brilla; Uruguay, río de los pájaros; Capioví, paja o pasto azul; teyú cuaré, cueva del lagarto; cuña pirú, mujer flaca; Mbopicuá, cueva del murciélago; ñande roga, nuestra casa; mitaí, niño pequeño; caú, borracho e Itaembé, piedra filosa. “Es que el teclado tiene que tener otras teclas, por eso lo estoy haciendo manuscrito, desde que empecé, en 2008”, señaló quien además fue estudiante de la Facultad de Ingeniería Química, y de diseño gráfico, en el Instituto Montoya.