“- No entiendo qué me pasa, le juro que yo no soy así, no quiero peleas, no quiero discusiones, pero cada vez que nos juntamos a hablar de ese tema, por más que no quiera terminamos a los gritos o doy el portazo que no quería dar”.
¿Te suena esta frase? La escucho repetidas veces antes de acompañar a personas en conflicto.
¿Te pasó alguna vez que eso que tanto querías evitar te estallara en la cara?
Si bien el tema es súper amplio quisiera enfocar en estas situaciones que se parecen a querer sostener la tapa de una olla a presión o como cuando intentamos meter adentro del agua esas pelotas de goma y hacemos fuerza para sostenerlas y terminan saliendo con el doble de fuerza hacia nosotros mismos.
Van aquí algunas reflexiones al respecto:
Hay ciertas frases o palabras que no colaboran: el “relájate”, que nos dicen cuando estamos alterados, si proviene de la persona con la que estamos teniendo el conflicto definitivamente producirá el efecto contrario. Alejémosla del repertorio salvo que nuestro objetivo sea “dejar más loco” al otro.
Es importante registrar los esfuerzos que hacemos “en busca de la paz”. En primer lugar, si la armonía y la paz resultan valiosos en el entorno en que sucede el conflicto, todos los del entorno son responsables por sostenerla, no te la cargues callándote o guardándote lo que tenes para decir, de esta manera es muy probable que en el momento menos pensado estalles. Recordá que lo que explota lastima, ya que sale disparado en direcciones que ni pensábamos y son imposibles de calcular.
En ocasiones estamos tan enfocados en no discutir que terminamos discutiendo porque nos salta la térmica ante semejante esfuerzo. Mejor que salga de a poco.
Exponer lo que sucede y que cada uno pueda dar su opinión o mirada de manera asertiva es lo ideal.
En el otro extremo, la escucha activa a quien está contando lo que sucede, sin interrupciones y acompasando lo que nos dice hace mucho bien.
Tener en cuenta que no sólo es lo que decimos sino también cómo lo decimos. Nuestro lenguaje analógico nos delata la mayoría de las veces.
¿Quién no se ha vuelto loco ante unos “ojos en blanco”, “mueca de labios” o “brazos en jarra” aunque la persona no haya pronunciado palabra? “Pero si yo no dije ¡naaada!”.
La calidad de nuestra presencia: antes de sentarnos a negociar, registremos cómo estamos internamente, si hay molestias, demasiada angustia o algún enojo no trabajado mejor dejarlo para otro momento. Tenemos que estar preparados para recibir un “no” como respuesta y poder continuar de la mejor manera.
Todo esto podemos registrarlo para mejorarlo, revisar no solo lo que decimos sino el impacto que causamos con lo que decimos es una buena pauta para tener en cuenta en nuestras próximas conversaciones.
¡Siempre se pueden mejorar!