“El Gobierno cubano es un asunto del pueblo cubano”, fue la salida retórica que tuvo Hugo Chávez, cuando un periodista le recordó que una vez se había referido a ese país como una dictadura. Claro, cuando había dicho esto último aún era candidato a presidente y negaba simpatía por el comunismo. Ya en el cargo, a Fidel Castro lo consideraba como un hermano.
Ahora bien, ¿por qué la crisis política que se desató en Cuba en estos últimos días, fue eje de discusiones en nuestro país? Nos sobran dificultades y diferencias políticas entre los propios argentinos para encima sumar a la discusión problemas de otros.
Algunos dicen que es el interés por la situación que sufren los ciudadanos de la patria grande. Se jactan del humanismo y la solidaridad latinoamericana, pero al que lo tienen más cerca, al prójimo argentino, son capaces de escupirles en la cara, pisarles la cabeza sólo porque sus ideas no coinciden con las propias. Los profetas del amor exudan odio al distinto. Eso sí, ninguno de los sectores se hace cargo de ser el que odia. Los dos extremos se nutren y potencian. Pero el progresismo ganó la parada simbólica, “primerearon” y etiquetaron a los otros como los odiadores.
Hace 48 horas, Human Rights Watch reportó que en Cuba registraron 400 detenciones entre los que salieron a protestar desde el pasado lunes. Comenzó en San Antonio de los Baños y se extendió por otras 19 ciudades. La pandemia del COVID, la falta de medicinas, de alimentos, de fondos del turismo que ya no entran, el encarecimiento de productos que se cotizan en dólares, el acceso a Internet que permitió el conocer algo distinto al discurso único del gobierno, el compartir el descontento, cansados de no poder decir nada porque los encarcelan, fue una olla a presión que explotó. Miles salieron igual al grito de ¡Abajo la dictadura! ¡Viva cuba libre!
El presidente Miguel Díaz Canel en la TV oficial (la única), pidió al pueblo que saliera a la calle a “defender la revolución”, a “defender el comunismo”, es decir, defenderlos a ellos y sus privilegios, del pueblo revoltoso y malagradecido que protesta.
Las manifestaciones son las más grandes desde 1994, las cuales explotaron luego de la desaparición de la Unión Soviética y los demás países comunistas de Europa. Eran los principales clientes y proveedores de materia prima para la isla. No se puede obviar que paralelamente en aquellos años Estados Unidos impulsó un mayor embargo con la intención de asfixiar al régimen y provocar su caída.
Las empresas que comerciaran de cualquier forma con Cuba eran sancionadas. La gente en el día a día se quedó casi sin alimentos. Testimonios de los que la padecieron relatan que hasta se podía llegar a comer un bistec de cáscara de naranjas. Comían lo que podían. La falta de nutrientes hizo estragos además en la salud de la población. Un embargo criminal, sí. La responsabilidad fue tanto de quien la ejerció como los que prefirieron ver sufrir al pueblo antes que dejar el poder. Todo bajo el pretexto de no dejar que sea derrotada la ideología comunista.
Una situación extrema a la que los Castro no cedieron, prefirieron la dignidad del hambre a claudicar ante el poder del “imperio yanqui”. Imaginemos la misma situación en Argentina o en otro país. Si un gobierno no funciona, puede acarrear una crisis que se vuelve inaguantable. Este cae, lo saca la misma gente, como pasó con De la Rúa, o lo desestabilizan como a Raúl Alfonsín (con el empujón que le dio el peronismo, algo reconocido por la misma Cristina Kirchner públicamente en un discurso de diciembre de 2012). En Cuba no es posible, porque no hay partidos ni oposición política.
¿Por qué? Porque la estructura de gobierno se basa en un sistema represivo. No puede existir discurso o posición que no sea la del gobierno. Cómo se logra esto, los demás países latinoamericanos que vivieron dictaduras lo saben bien, con represión, cárcel o desapariciones. En este punto no hay diferencias entre las dictaduras de izquierda o las de derecha.
Todas tienen el mismo sistema de control social. A la primera supieron adornarla con la épica romántica de “liberarse del capitalismo”, “el hombre nuevo”, “el pueblo”, etcétera. Suena muy bien, hay que reconocerlo. ¿Vivirla? Igual que las dictaduras de derecha de las que supimos desligarnos para siempre, no gracias.
El régimen cubano es como la política del “Big Stick” (Gran garrote) implementada para la política exterior del presidente estadounidense Theodore Roosvelt, pero en modo local. Un garrote vernáculo para aplastar, ni siquiera para negociar o usarlo como última opción contra los disidentes.
En la década del 90, con una población adoctrinada, con la idea de la Revolución Cubana hecha carne, más allá de las penurias por la falta de alimento, una gran parte del pueblo cerró filas con Fidel y aguantó los embates de la caída del muro de Berlín y el embargo estadounidense. Literalmente un mandato religioso es el que sostiene aún a la revolución de 1959 en el poder.
“Una de las funcionas más importantes de un estadista consiste entonces en bautizar con palabras populares o al menos indiferentes cosas que la multitud no puede soportar bajo sus antiguas denominaciones. El poder de las palabras es tan fuerte que bastará con designar con términos bien elegidos las cosas más odiosas para volverlas aceptables a las masas. Como ellas (las masas) deben tener a toda costa sus ilusiones, se vuelcan instintivamente a los retóricos que les conceden lo que ellos quieren. No ha sido la verdad, sino el error el factor principal en la evolución de las naciones, y la razón de que en la actualidad el socialismo sea tan poderoso es que constituye la última ilusión aún vital”. Gustave Le Bon, sociólogo francés. 1841-1931.
Estás ideas pueden verse en la retórica de la Revolución Cubana, la cual fue tan eficaz que convenció a millones que “no es una dictadura”. Según ellos, es un sistema de gobierno que protege al pueblo del capitalismo y le brinda dignidad al pueblo. El comunismo al estilo Cuba fue bautizado con frases épicas que ocultaron lo que subyace. Está a la vista, pero se niega su resultado negativo con palabras y slogans estratégicamente elegidos.
“Patria o muerte”. Permítase esta interpretación libre: es mejor morir por el comunismo a que la patria revolucionaria sea tomada por el capital. “Hasta la victoria siempre”: la revolución nunca será derrotada, aunque el pueblo tenga que padecer los días más aciagos.
“Período especial”: el comunismo fue derrotado y ahora nos hemos quedado solos en el hemisferio occidental con nuestras ideas. De esa manera, casi toda una nación sostuvo y sostiene a una familia y sus adláteres. Para la gente es miseria y hambre. Para los dirigentes, la permanencia de ese gobierno en Cuba es su libertad o la cárcel.
La Revolución Cubana que derrocó al régimen de Fulgencio Batista, arrojó al mar la Cuba que era un garito de los Estados Unidos. La isla era un gran sitio de diversiones para los adinerados estadounidenses. Apuestas, prostitución y un espacio donde la gente era laboralmente explotada bajo el amparo del gobierno. La victoria de los combatientes de Sierra Maestra fue una liberación en muchos sentidos, pero que se convirtió en una cárcel, de las que miles escaparon en balsas hacia Miami.
Cuando la gente se quiere ir de su tierra, algo pasa. Eso nunca fue escuchado en Cuba, fue callado y tildado de traición a la patria. El problema con Estados Unidos comenzó cuando las empresas que estaban en la isla fueron expropiadas. Literalmente los echaron de la isla y nunca les pagaron por quedarse con todo.
Así comenzó la hostilidad con la Revolución. Además, en plena Guerra Fría a Washington le apareció un Estado comunista a menos de 500 kilómetros de Florida. La tensión era inevitable y la vieja Doctrina Monroe tomó fuerza contra el comunismo. “América para los americanos” era el lema. Para América el libre mercado y la democracia, fue la traducción de la época.
No pudo haber ocurrido algo peor para los cubanos cuando en 1962 el gobierno de John F. Kennedy descubrió que los soviéticos habían comenzado a montar una base de misiles nucleares que ponían en peligro de la destrucción total a Estados Unidos. Todo esto explica por qué aquí en Argentina se escucha a los defensores del gobierno cubano mencionar que las protestas están instigadas por los yanquis. Cuba es una espina, una afrenta a la principal potencia global. Ni olvido ni perdón, es la frase que también le cabría al personaje del Tío Sam.
Si bien Barack Obama ensayó un acercamiento a La Habana con la reapertura de embajadas y la posibilidad que empresas estadounidenses pudieran volver a comerciar con el gobierno cubano, esto duró un suspiro. Donald Trump lo volvió a cero. La puja de los sectores políticos conservadores con la isla no tiene arreglo. Solamente podría ocurrir el día que puedan volver a tener injerencia directa y que desaparezca el Comunismo de Cuba. Washington se la tiene jurada al régimen.
Sin ir más lejos, y salvando las distancias, puede ser algo muy parecido con la causa Malvinas y la tensión con Londres. Puede llegar a distenderse o endurecerse según quien esté en la casa Rosada, pero solamente se va a terminar el día que las islas vuelvan bajo control argentino.
Respecto a por qué se dice que hay una dictadura si en realidad en Cuba hay elecciones, eso está lejos de ser una democracia. Es la cara que se muestra al mundo, que la venden como “distinta y única” respecto a las democracias burguesas. Todo comienza con las elecciones municipales donde cualquier vecino puede presentarse como candidato a elector. En asambleas barriales sale elegido el que después vota las estructuras superiores de gobierno.
No hay proselitismo, no hay debates entre candidatos. Sólo existe el partido comunista. Si es que existió alguna vez algún candidato opositor en las elecciones “barriales”, el mismo sistema represivo, el temor, hacía que la misma gente evitara alzar la mano y quedara a la vista que no elegía a un candidato pro régimen.
Pero esto comenzó a cambiar tras la apertura que hubo en la elección del 2015. Raúl Castro permitió la presencia electoral de 170 disidentes, entre los que se podía conocer a Hildebrando Chaviano o Yuniel López, quienes a pesar de no lograr la suficiente cantidad de votos se mostraron exultantes por el apoyo de la gente.
El gobierno sabía de antemano que no iban a ganar, pero fue un germen que puede comenzar a salírsele de las manos, sobre todo después del descontento que se vio esta semana. De cualquier manera, de seguro el sistema hallará la forma para que esta supuesta “apertura democrática” no les explote en la cara.
Los comicios en Cuba son cada dos años y medio y cada cinco años. Las asambleas eligen sus representantes para las asambleas municipales, provinciales y nacionales, es decir, concejales, diputados provinciales y nacionales. La Asamblea Nacional, el congreso cubano, elige a su vez al Consejo de Estado, que dicta decretos leyes. Finalmente está el Consejo de Ministros, que son elegidos por la Asamblea Nacional a propuesta del Presidente del Estado (Díaz Canel).
Este a su vez no puede ser elegido directamente por el pueblo y es el que propone al Primer Ministro, que después debe ser refrendado por la Asamblea Nacional. Con esta estructura eleccionaria, se oculta que en Cuba la única opción que tienen sus habitantes es seguir la directriz que dicta el Partido Comunista Cubano que supuestamente está en “tensión histórica” con el Estado.
La reforma de la Constitución de 2019 habilitó que el país se abra al mercado para captar inversión extranjera, pero con la premisa que Cuba no dejará nunca de ser socialista y que jamás se permitirá que el Capitalismo vuelva a la isla como lo era antes de la Revolución de 1959.
Actualmente en Cuba no hay un bloqueo, existe un embargo económico de Estados Unidos. El país comercia con China, Rusia, España y otros. Exporta su bebida alcohólica típica. No hay barcos de guerra estadounidenses rodeando la isla. El relato construye escenarios, pero la búsqueda de información desenmascara a los actores. Lo innegable, las penurias que se viven en la isla.
Fue muy interesante observar en Buenos Aires las manifestaciones de cubanos residentes frente a la embajada de Cuba en apoyo a las protestas contra el gobierno en la isla. Cientos que conocieron de primera mano de qué se trata vivir bajo la opresión del sistema revolucionario, tuvieron que escuchar de parte de grupos de argentinos cómo en realidad es la vida y la política en la isla.
Como si alguien que conoció a lo lejos a una persona con una enfermedad, tuviera que explicarle a alguien que sí la vivió, que los dolores no son como él lo cuenta. La dinámica de la sinrazón, la implosión del sentido común, de la falacia, sometida a la propaganda que emitió el régimen y que se forjó en una parte de los argentinos desde la bajada de línea con literatura marxista en textos de cátedra de facultades de Ciencias Sociales.
Desde los 70 con la guerrilla montonera y del ERP, hay un anhelo de instaurar un sistema comunista en Argentina. En aquellos años lo intentaron por las armas, hoy la democracia les permite hacerlo a través de las urnas. Una libertad que en Argentina les permite el sistema político, pero en la Cuba que defienden le fue negada durante 60 años a los opositores.
La democracia es imperfecta, apesta de corrupción, pero a diferencia del sistema cubano cualquiera puede competir. Aquí la administración que no funciona se va echada por los votos. Allá siempre está el mismo grupo político. El Capitalismo no es la panacea de las sociedades y el Comunismo demostró que sólo subsiste bajo la sumisión del pueblo a un sistema represivo.
Tal como ocurrió con la Primavera Árabe, el acceso a Internet y las redes sociales pude ser el motor de cambio político en Cuba. La organización para las manifestaciones comenzó a notarse. La insurrección política será la que podría provocar el fin del régimen. Será desde el pueblo y no desde la cúpula gobernante. Pero no será fácil, la insurrección debería además contagiar a la estructura gobernante porque de lo contrario caerá con más control sobre los ciudadanos.
Lo puede haber dicho el filósofo Voltaire o tal vez su exégeta, la británica Evelyn Beatrice Hall: “Aunque esté en desacuerdo en lo que dices, defenderé a muerte tu derecho a decirlo”. Sólo en libertad plena Cuba decidirá qué sistema político quieren para la isla. Como dijo el Chávez democrático “es un asunto del pueblo Cubano”.
Por: Lic. Hernán Centurion