Para llegar a ese punto, el conflicto ha transitado un camino que permite a las partes percibirse como enemigos y prepararse para el ataque. Este proceso se conoce como “escalada del conflicto”.
El conflicto comienza con alguna cuestión menor, incluso cuando las relaciones son buenas hay momentos en que las expectativas, las necesidades o las ideas opuestas provocan malos entendidos. A veces no se registran bien o se confía en que “ya pasarán”. Al no gestionar esto que sucede, lo más probable es que el conflicto se intensifique subiendo de nivel.
En este estadío quizás podamos ejemplificar con una pareja (A y B) que no puede ponerse de acuerdo en quién cortará el césped, pues si bien -según lo acordado- le tocaba al marido, a éste le está yendo de maravillas en el torneo de tenis y no regresará a tiempo para hacerlo.
En este punto, las partes comienzan a fluctuar entre posiciones de cooperación o competición. Si bien tienen conciencia de los intereses comunes, los propios deseos predominan. Aumentan los puntos en disputa y revisten cada vez más importancia los esfuerzos por imponerse:
A: – Es que no soy adivino, me está yendo bien y no pretenderás que deje todo por ir a cortar el césped.
B: – Es lo que habíamos acordado, nunca tenés tiempo cuando te toca a vos, si lo dejamos alto podrían colocarnos una multa.
El conflicto tiende a propagarse y el paso siguiente es la “campaña”. Lo que empezó como algo entre dos personas se convierte en uno de muchas. Cada una de las partes reclutará a otras que respalden su postura y se formarán “bandos”. Quizás alguno de la pareja, ante el comentario del otro ponga los ojos en blanco buscando miradas de solidaridad en los hijos presentes en la disputa.
Se eleva la tensión y dejan de aceptarse opiniones contrarias. A esta altura las verdaderas causas del conflicto pierden importancia centrándose la hostilidad en el adversario. Se estereotipa a la otra parte negativamente: “Es que siempre sos así”.
De acá en adelante las partes ya no estarán dispuestas a considerar pensamientos, sentimientos o situaciones de la otra parte. Aparecen los juicios absolutistas: “Todo lo que no es como yo es contra mí y necesariamente rechazable”. Se amplía la distancia entre los grupos o personas.
A partir de aquí se deshumaniza al contrario, se pierden todo tipo de escrúpulos éticos en el trato con los otros. Curiosamente estas mismas personas son capaces de comportarse en su propio grupo como seres humanos ejemplares.
Esta fase se denomina: “estado de guerra” porque el objetivo es dañar y nuestra mente ha sido capaz de construir una versión de los hechos que nos permite sentirnos no culpables de la situación y que justifica, sin embargo, la violencia contra “los otros”: “A esos hay que matarlos a todos”.
Para entender y gestionar las situaciones de conflicto, -ya sea familiar, laboral, organizacional- es necesario conocer este proceso a fin de realizar la intervención adecuada en cada etapa. Pero sobre todo, lo más importante es tomar conciencia para intervenir lo antes posible para evitar la escalada que produce un sufrimiento innecesario. Cuanto más tarde abordemos el conflicto más recursos -tiempo, dinero y energía emocional- requerirá su gestión.
Hablemos a tiempo.