Cuando no perdonamos con el tiempo aparece un sentimiento llamado resentimiento, si fuimos engañados o nos mintieron, no confiamos; si nos lastimaron físicamente nos protegemos, si hemos sido engañados buscaremos hacer pagar a alguien ese dolor que nos provocaron, a veces a gente que no se merece.
El resentimiento no nos permite vivir plenamente ni amar ni confiar ni nada, nos deja así: resentidos, dolidos, enojados con todos.
Somos incapaces de mirar adentro, sólo vemos a quien nos dañó y no podemos mirar la herida, observarla, comprenderla, sentirla y entender que no podemos volver el tiempo atrás, ni un minuto ni un segundo, pero sí podemos hacemos cargo del dolor, entenderlo, aceptarlo, y desde ese momento podemos dejar de sobrevivir para empezar a vivir.
Recetas para perdonar he leído muchas, pero para mí la forma de sanar fue poder enfrentar el dolor, hablarlo, enojarme, gritar, sacar afuera lo que sentí en ese momento donde la palabra no salió, donde no pude defenderme y es así -despacio-, donde comenzó un proceso de sanación que aún sigue.
Me gusta una frase de Ignacio Larrañaga que dice: “Si supiéramos comprender no haría falta perdonar”, pareciera que está destinado a entender la actitud del quien nos provocó dolor, pero hoy lo pienso enfocado en mí: “si pudiera comprenderme no haría falta perdonarme, no estaría enojada conmigo por haber dejado que me lastimen tantas veces” porque eso es lo que sucede, ¡permitimos que nos lastimen!
Hoy podemos observarnos y preguntarnos: ¿nos comprendemos, entendemos nuestra historia, nos damos cuenta que hicimos lo que pudimos?
Sólo nosotros podemos elegir perdonar y liberarnos de esas cargas de enojo que no nos dejan disfrutar, que nos mantienen rígidos y nos alejan del placer de vivir ¡nuestra vida!
Hoy es un buen día para despertar y conocer nuestro interior, ver nuestro dolor, nuestro enojo, resentimiento, mirarlo a la cara darle las gracias y ¡soltarlo!
Que Dios los bendiga.