En el Instituto Superior de Formación Docente (ISFD), donde Yamil Gabriel Genecini (32) cursa el cuarto año de magisterio, varios lo apodaron el “hombre orquesta”. Es que, a su faceta de estudiante, se agrega la de músico y la de docente en la misma disciplina, en dos escuelas alejadas de la zona urbana.
Su interés por la música nació siendo muy pequeño, gracias al incentivo de su papá, César, un docente de educación física, que suplió con hilos de pescar las cuerdas faltantes de la guitarra para entusiasmar a su hijo. “Apenas podía hablar, cuando papá ejecutaba algunos acordes de la guitarra y me incentivaba a cantar ‘el burrito cordobés’, o ‘los 60 granaderos’. Me inicié agarrando un instrumento que tenía cuatro cuerdas y dos ‘liñadas’. Como no teníamos las más agudas, le colocamos dos ‘liñadas’ y con eso se podía tocar. Lo hacía junto con mi hermano Nataniel, porque nos interesó prácticamente en simultáneo por la misma competitividad que tienen los niños. A los chicos les gusta llamar la atención, aunque no ejecuten ningún acorde…”, recordó.
Por ese entonces, su abuela Dorila “Dora” Gómez trabajaba en Buenos Aires y alentó a sus nietos a que, si aprendían una canción, les regalaba una guitarra. “Pasó apenas una semana de la promesa y ya la tocábamos correctamente. En ese tiempo no había celulares por lo que no se podía grabar un video como ahora para enviar la evidencia, entonces fuimos hasta la cabina de teléfono público, que aún se encuentra al frente de la farmacia Misiones. Parados ante el tubo, ejecutamos la guitarra y cantamos un pedacito de la canción, en la guitarra del viejo, esa que tenía cuatro cuerdas y dos liñadas. La gente pasaba y se reía. Pero la única manera de probar que nosotros tocábamos y cantábamos, era esa”. Cuando los escuchó, “Dora” no tuvo otra opción que girar el dinero para comprar el instrumento prometido.
A partir de ese momento, los hermanos Genecini “nos metimos un poco más serio en esa etapa de la vida musical, yo con 14 años y Nataniel, con 12. Cuando en el IES vieron que ejecutábamos y cantábamos, Lucho Díaz, gestionó para que tuviéramos un grupo de animación dentro de la iglesia Santa Teresita, que estaba a cargo del padre Narciso. Junto a un grupo de jóvenes, animábamos la catequesis, la misa, la recepción de los sacramentos, la fiesta de Pentecostés”. Pasaron unos tres años, cuando nos enteramos que desde la banda local de música cervecera “Los tremendos”, necesitaban un cantante. “Yonatan Ferreya, uno de los músicos de la banda, iba a mi curso, y me preguntó si me interesaba la oferta. Cuando hice el planteo en casa, a mi padre, no le pareció muy bueno porque en el ámbito del baile hay que trasnochar, se tocaba jueves, viernes, sábado y domingo, y a veces los viernes me dormía en clases. Tocaba hasta amanecer y en la escuela me dormía parado”, narró.
Cierta vez, durante el acto a la bandera, “me paré para cantar Misionerita, me recosté contra la pared y a la canción la fui escuchando cada vez menos, hasta desaparecer. Se me fue alejando… a causa de eso, me suspendieron por una semana. Esa es una de las anécdotas de las andanzas por los bailes cuando estaba en primero del Polimodal”, contó.
Con “Los Tremendos” empezaron a recorrer la provincia, a conocer lugares, gente, y “llamábamos la atención con lo que hacíamos -no sólo música bailable, sino género latino, folclore). Nos presentamos al Pre-Cosquín que se efectuó en Oberá, y más adelante, conformamos un dúo que se llamó Yamil y Nataniel. Empezamos a tocar los dos solos, con dos guitarras, y la posterior incursión de nuestro hermano más chico, Daiornel, para quien agregamos el acordeón -la música sertaneja o regional sin acordeón, no suena igual-. Lo estiró un par de veces y le pareció muy difícil porque era chico de cuerpo, entonces terminé aprendiendo yo”, agregó, quien se mostró agradecido también a su mamá, Mónica Isabel Rippel, quien les “ayudó a comprar la segunda guitarra que tuvimos en la carrera. Eran dos electroacústicas que se podían enchufar y sonaban en los equipos. Ya no necesitábamos ocupar micrófonos ambientales. Ese fue su aporte, además de estar siempre a nuestro lado”.
Eran, por entonces, dos guitarras y un acordeón. Grabaron un CD e, incluso, fueron a tocar a Buenos Aires. “Habíamos terminado el secundario y empezamos a estudiar música. Yo en Instituto Superior de Música, de Colón y Roque Pérez, de Posadas, donde durante dos años conocí a personas interesantes. También cursé tres años en el ISPAO, de Oberá. En ese transcurso de tiempo agregamos una batería y un bajista, fuimos comprando instrumentos, y un vehículo para movilizarnos. Como Yamil y Nataniel estuvimos unos seis años, hasta 2012. Luego mi hermano tuvo una oferta de trabajo en la provincia de Santa Cruz, y me quedé solo. No quería eliminar el nombre porque era conocido en los casinos, comedores. Entonces le puse Yamil y Banda G3 ( Genecini y 3 hermanos), que sigue vigente”, explicó el joven, que desde hace doce años se desempeña como maestro especial en un taller de música en la Escuela Nº 206 “Ex Combatientes de Malvinas”, y en la N° 61, en el municipio de Almafuerte, y cursa en el ISFD.
Yamil sigue con la música y con la banda, haciendo de todo un poco. “Como en Misiones hay tanta masa de inmigrantes, es muy difícil dedicarse a un solo género. Por eso es tan complejo el hecho de surgir con la música en Misiones. Tenes gente que vino de Alemania, ucranianos, brasileros, italianos, son los que hacen que hoy tengamos la polkita rural, la galopa, chamamé, o la música litoraleña que viene de Corrientes. Y de Paraguay y Brasil, tenemos el chotis, baneron, música de banda, el corrido, la guarania, la polka, la cachaca. Las orquestas de Misiones se ven prácticamente obligadas a ejecutarlas porque si vas a un baile y tocas solo corrido, por allá por el fondo te empiezan a gritar ¡tocá un chotis!. Te obliga a tocar todos los géneros”.
Un mal de todos
Entiende que la pandemia es un hito en el ámbito laboral de todos los músicos. “Pudimos observar que varias bandas se fueron diluyendo. Causó estrés en músicos importantes, de renombre, que se creían consolidados. Nuestro rubro es el primero que se eliminó y el último que se va a habilitar, todo depende de cómo viene la estadística de los casos. Justo en ese tiempo tenía que rendir finales y se complicaba porque debía asistir a shows en casinos de la zona, que se cortaron enseguida. Y se complicó porque contaba con ese ingreso económico. Así le pasó a muchas bandas, orquestas, que venían surgiendo, que venían comprando equipos”, manifestó preocupado.
“A los músicos nos aplacó”, insistió. “Yo sigo porque además de ser músico, soy docente, me abstuve de algunas cosas, no generé cuentas porque con la música todo el tiempo tenés que estar invirtiendo: hay que grabar CD, comprar nuevos instrumentos, actualizar en el sonido, luces. Teníamos un servicio de jeey, banda en vivo y la parte protocolar, en caso de un evento de quince o casamiento, una maestra de ceremonia que iba guiando la celebración. Pactábamos todo y el que contrataba disfrutaba de su fiesta. Me quedé colgado con algunos eventos del 2020. Ahora, para empezar, hay que actualizar precios, los presupuestos de viaje con el aumento del combustible, y demás”, sintetizó.
Según Genecini, al músico siempre se le abren puertas. Sin ir más lejos, “ahora estudio en el ISFD y muchos ya me conocían y me facilitaron un montón de cuestiones gracias a la música. Hoy soy padre de Taís -gracias a mi esposa Daiana-, y cuando estoy en casa y tengo millones de cosas que solucionar, lo que hace mi nena es señalar la guitarra o el acordeón y se rasca la panza para que los ejecute. O sea que la música tiene que ver con lo bueno y lo alegre de mi vida. Gracias a la música tengo contactos en Brasil, y voy mucho a tocar al restaurante de un amigo “O quiosque de Celso”, en Tiradentes Do Sul, y a consecuencia de eso aprendí a hablar el idioma”.
“Para mí el arte es la mejor forma de abrir la intelectualidad de una persona. En general, si uno habla con los músicos, se va a dar cuenta que un músico es un intelectual sin academia. Es muy difícil que a un músico le guste estudiar, pero sabe muchísimo. Se da con todas las clases sociales, y la peculiaridad del músico, es que todos lo tratan como igual, desde el más excluido al más poderoso. El músico jamás excluye al otro. Se comporta a la altura de las circunstancias”, sostuvo, para quien estar arriba del escenario “es como dar un examen”.