Para aprender hay que experimentar, para experimentar hay que hacer práctica, hacer práctica significa hacer una y otra vez hasta alcanzar la perfección y llegar a la maestría tan buscada.
Eso es así. ¡Así es!
No somos perfectos pero si perfectibles.
Volver una y otra vez hasta ser capaces de percibir la plenitud de la vida y de la existencia es encontrar el néctar de la vida.
Ese gozo de la existencia que sólo se descubre cuando uno se rinde a lo que es porque sabe que hay que atravesarlo para llegar a la totalidad, la plenitud.
Cada limitación, cada pena, cada dolor que nos toca vivir son sólo portales para atravesar si ansiamos llegar a comprender la Unidad que está más allá de los opuestos.
Todo es Él. Todo es amor. Todo es unidad.
Él es el camino dorado que nos conduce a la verdad y a la bendición de la existencia.
Él es el todo sabio, el alma grande, nuestro yo profundo, el alma universal, el tao.
¡Cuánta liviandad se siente al soltar las expectativas y los puntos de vista!
Así, sin miedo podemos llegar al centro vacío que es el Universo.
Todo es un espejismo, todo es en definitiva nuestra creación. La verdad última subyace escondida en nuestros actos, actos que realizamos para poder comprender la vida convirtiéndose así en una rueda sin fin hasta poder completarnos. Nos completamos cuando soltamos el comprender y vivimos la unidad.
Yo sólo quiero llegar a Él, a ese lugar que es de donde vengo y hacia donde voy. Llegar a casa, mi morada real.
Y así vamos caminando, cada vez más sabios, aprendiendo día a día del desapego, comprendiendo desde el amor para vivir la unidad hasta llegar ser sólo luz.