Se terminó enero y podríamos decir que está culminando el verano para los funcionarios. Comienza a planearse el retorno a clases, se sigue luchando, en un escenario cada vez más complicado, contra la pandemia y varios sectores del mercado laboral ya preparan el terreno para discutir las paritarias. El Gobierno nacional transita su segundo año de gestión y aunque la crisis sanitaria influyó a nivel mundial, en Argentina, un país que viene hace varios años golpeado, muchas cosas empeoraron y la pregunta comienza a ser siempre la misma.
Para todo lo que depara el contexto político y social del país, un punto a tener en cuenta es que estamos otra vez en un año electoral y con el pasar de los meses comenzará a sentirse cada vez más la puja entre los que están actualmente y los que ya estuvieron. Es decir, esos que hicieron poco y nada cuando tuvieron la oportunidad y los que van ahora van diagramando sobre la marcha el futuro de toda una población, sin conseguir por el momento soluciones verdaderas.
Volviendo al escenario actual, si de números hablamos, el panorama no es para nada alentador. La inflación volvió a ubicarse en torno al 4% mensual, las tarifas comenzaron a descongelarse y la presión sobre los precios es cada vez más abrumadora. A su vez, cabe recordar que venimos de un 2020 con una evolución de precios de 36,1% anual y con el NEA con un acumulado de 42,2%, volvió a repetir el triste récord de ser la región más golpeada del país. A estos índices se llegó con una economía casi paralizada y con programas estatales que debían regular esta situación.
En este panorama, de acuerdo al último informe oficial, una familia tipo necesitó $54.208 para no ser considerada pobre y por un momento quiero detenerme ahí, porque alcanzar el índice, no quiere decir tener calidad de vida. Demostrado está que los productos medidos por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, que fijan la Canasta Básica, lejos están de ser los necesarios para llevar una vida saludable. Pero a su vez, esto no es lo peor.
En un terreno más negativo están ellos, otra vez ellos, los jubilados. Lejos quedaron aquellas promesas durante la campaña de 2019 en las que decían que ese sector, históricamente uno de los más relegados, iba a recuperar el poder adquisitivo. Truncos quedaron los anuncios emitidos allá por septiembre que indicaban que nuestros abuelos le habían ganado a la inflación. Los que cobran la asignación mínima percibieron un aumento de 35,3% en todo el año y quedaron una vez más por detrás de la evolución de los precios durante el mismo período. A su vez, no podemos olvidarnos que a medida que vamos subiendo en las escalas, mayor es la pérdida.
Claro, si usted ya se pone en campaña podrá decir que esta vez los jubilados perdieron menos que en años anteriores y eso sería una verdad, pero aquí la cuestión es de fondo ya que, otra vez se modificó la fórmula. Aquel que se pone la banda y toma el bastón parece tener siempre sus propias metodologías y el resultado siempre es el mismo. Los jubilados pierden año tras año y cuando llega el momento de empezar a recuperar, la lapicera ya la maneja otro, que borra con el codo lo que su antecesor escribió con la mano. ¿Hasta cuándo?
Como si fuera poco, además de pensar en la campaña, el Gobierno al mismo tiempo tendrá que transitar este año atendiendo varios frentes adversos. En este sentido, a pesar de haber alcanzado un acuerdo con parte de los bonistas privados, seguirá sin tener acceso al mercado internacional de capitales, deberá fortalecer la cantidad de reservas y sobre todo intentar cerrar acuerdos con los demás acreedores de Argentina, entre ellos el Fondo Monetario Internacional. Este punto no es para nada menor ya que el FMI advirtió que para sellar un nuevo cronograma de pagos, exigirá un plan económico y esa hoja de ruta deberá apuntar a reducir el déficit.
Sobre esta cuestión, de acuerdo a la advertencia de los principales analistas, no hay mucho margen de maniobra y todo indica que para lograrlo, el Gobierno deberá reducir la asistencia económica surgida como paliativo durante la actual pandemia y eso complicaría aún más la reactivación económica.
Argentina sufrió una caída de más de 10 puntos del PBI, se ubicó entre los países más golpeados de la región y según alertan los economistas, será uno de los que menos sentirá el rebote durante este año.
El escenario es todavía mucho más complejo si tenemos en cuenta que mientras muchos países entraron en crisis, en Argentina se agravó, lo que ya era una crisis. Porque ojo, en este caso, no todo tiempo pasado fue mejor. No podemos olvidar que el Gobierno de Mauricio Macri dejó al país con una deuda externa histórica, que el peso sufrió una devaluación superior al 500% y en su último año de gestión, la inflación fue de 53,8%.
Aunque parezca trillado hablar de la gestión anterior, cuando repito, la actual entró en su segundo año de mandato, entender el pasado también hace comprender el presente. Cambiemos dejó un aumento de la pobreza, las tarifas dolarizadas y gran parte de la deuda contraída no se trasladó a la sociedad sino más bien fue utilizada para alimentar la bicicleta financiera.
Producto de las malas decisiones que fueron tomando nuestros gobernantes caemos en la triste realidad de que constantemente debemos levantarnos, sin saber cómo, ni con qué recursos llevarlo a cabo.
Pero hay algo innegable. Es que, a pesar de todo, lentamente irán apareciendo las caras de siempre, con algún delantal nuevo pero las mismas recetas. El que estuvo antes seguro expondrá su fórmula para revertir la situación que quizás él mismo provocó y los que necesitan afianzar su poder seguirán diciendo que producto de los daños causados anteriormente, no pueden dar los pasos necesarios hacia adelante. ¿Hasta cuándo?
Ya no voy a pedir que nuestra dirigencia política asuma sus errores, tampoco voy a pedir que nosotros, los ciudadanos en general superemos grietas que ya son parte nuestra esencia como argentinos.
Si nos retrotraemos 30 o 40 años para atrás, pudieron haber cambiado los actores pero el guión es el mismo. Continúan las metas absurdas de inflación que se caen en cuestión de meses, se siguen fijando techos a las paritarias, la asistencia social aparece a tapar los baches, falta generación de empleo, sobran parches a la suba de precios y así podríamos seguir. Todo bienestar resulta pasajero y los problemas no encuentran una solución real y efectiva.
Está claro que Argentina por momentos es un barco a la deriva y parece que los que agarraron el timón no saben cómo encontrar un rumbo. Entonces me pregunto, ¿hasta cuándo?
Por último, sí, hay que volver a tener presente a la pandemia, porque no se puede negar su influencia durante este año que pasó. En un principio, fue acertada la actitud de poner a la salud por encima de todas las cosas. Celebro que la campaña de vacunación haya comenzado hace tiempo y que, con las complicaciones lógicas que se pueden presentar para llevar adelante un proceso de tal magnitud, el Gobierno diga tener las dosis necesarias para cubrir a toda la población.
Ahora llegó el momento de comenzar a pensar en lo económico hay infinidad de sectores que necesitan y esperan una redención. Todavía tienen tres años por delante para romper la tendencia de la gestión anterior y sí comenzar a hacer, lo que en definitiva dijeron que venían a hacer.
Por: Lic. Sergio Dalmau