María Itatí tiene 24 años, recién cumplidos. Hace un par de años hizo un giro vertiginoso de elección de futuro. Comenzó estudiando abogacía en la Universidad Católica de Santa Fe y a pesar de llevar la carrera al día y ser una excelente alumna, no se sentía completa. Algo en ella estaba incompleto, un vacío que debía llenarse no con leyes sino con arte. Es así que cuando se descubrió a sí misma, descubrió que debía girar hacia otro rumbo, hacia el arte, hacia el mundo de las formas y los colores.
Actualmente pasó a tercer año en la carrera de Artes Visuales en el Montoya. Cada día más plena porque ahora sí va pisando fuerte, segura de sí misma, avasallante. Va dejando huellas, y transformando de a poco esta pasión en un emprendimiento. Realiza trabajos a pedidos de clientes que quedan muy contentos al recibir una obra bella, exquisita y cargada de amor.
Un taller va tomando forma, en su casa, con el apoyo de Tuti y Mirta, sus padres. Aquellas primeras obras, esas que salían del simple juego de ser artistas, fueron para ellos, y se lucen en las paredes de su casa.
Itatí sabe que este camino es largo, por eso va con paso firme y seguro. Toma todas las capacitaciones que puede que contribuyen a su formación, en pintura con otros artistas, también en técnicas decorativas incluso en vitrofusión.
La motivación más grande que tiene para pintar es el amor, pinta obras que llevan una carga muy significativa para el cliente. Así también para la gente que ella ama, por ejemplo a su papá le pintó un caballo, ya que tiene campos y los ama. De ninguna manera podría salir algo mal en este futuro que se está proyectando, porque todo lo que se hace con pasión y devoción tiene el éxito asegurado.