Por Susana Breska Sisterna
Después de dos semanas de espera mi papá la trajo, era noviembre de 2005. Yo la había bautizado antes de verla, su nombre es: Bartolomea Simeona Bartola FrúFrú, pero todos la conocemos como FrúFrú.
Lo recuerdo como si fuese ayer, la esperaba en la escalera de casa y sabía que me cambiaría la vida.
Esa tarde, para extender mi angustia, papá me dijo: “No la pude traer, ya no la tenían más”. Escuchar eso me dolió. Después respondió: “Mirá dentro del bolso”. Y fue cuando FrúFrú asomó tímidamente la cabecita: tenía el pelito enrulado, era muy pequeña y estaba asustada por tantos cambios. Tenía poco más de un mes.
Desde el comienzo se mostró con mucha personalidad: despistada, territorial y líder entre sus hermanos perrunos. Le desagrada el estruendo de los cohetes y los truenos, de hecho le dan pánico. Siempre se refugia en mis brazos, hasta que se le pasa el miedo.
Es mi compañera de estudio, se queda hasta que el sueño nos gana y nos vamos para la cama.
Hemos viajado por la provincia: Oberá, Capioví, Aristóbulo del Valle, entre otros. Disfruta de los arroyos, del verde de la selva y de la costanera. Este año cumplió 15, aunque no lo quiera admitir, ya se le nota la edad. Fue impresionante, de repente los años comenzaron a pesar. Duerme mucho, más que antes y suele tropezar con las cosas, así que evito mover muebles. FrúFrú es parte de mi familia y doy gracias a Dios por tenerla conmigo.