Desde que amanece hasta que se pone el sol, trabajan la tierra y preparan los alimentos que cada viernes comercializan en la feria franca. Se entusiasman con generar cada vez más productos, intercambian recetas y experimentan. Y así, cada viernes, con otras expectativas, se encuentran con otras mujeres, que tienen similares objetivos.
Con ellas, además de compartir la venta, se ponen al día, comparten, ríen, se distienden, y se cargan las “pilas” para enfrentar una nueva semana de duro trabajo en la chacra, y nuevos desafíos.
Durante un paréntesis, detrás de la mesa de exposición, Mabel Portillo, sintetizó la tarea de las productoras, que participan de esta actividad prácticamente desde sus inicios, hace casi dos años.
“Vamos haciendo un poco todos los días para poder llegar a los viernes con todos los productos requeridos. Los quesos o pickles, los hacemos unos días antes, ahora, si se trata de ricota o panificados, lo hacemos un día antes para que sean lo más frescos posible”.
En lo personal, admitió que “me vino rebién participar en la feria porque por lo general sólo estaba en la chacra, una amiga me invitó, luego otra, me decían animate, dale, que te va a beneficiar. Empecé despacito, con poquitas cosas, pero me ayudó no sólo económicamente sino anímicamente”.
Mientras sobre la mesa, acomodaba las mermeladas, huevos, dulce de leche, pickles, panificados (budines, panes dulces de Navidad), carne de pollo, de lechón, leche, ricota, añadió: la feria “me ayudó un montón. A seguir trabajando en la chacra, a seguir apostando por productos frescos, orgánicos, porque trabajamos mucho sobre ese tema. No uso nada de pesticidas, lo que ofrezco es todo orgánico”.
A raíz de la sequía, a Portillo se le secó una vertiente que tenía en la chacra, entonces “tuve que elegir entre los animales o las plantas, así que prioricé los animales”.
Maple en mano, Elisa Herzog contó que los huevos se recolectan durante la semana y que se trata de mantener siempre frescos. “Si no se vende acá, hay que usarlos o venderlos en otro lado para que no se acumulen. La idea es vender todo para poder volver a comprar maíz o alimento para las gallinas”, dijo, la emprendedora, para quien la feria “es una gran ayuda”.
Siempre le gustó tener huerta y animales, porque “me permite salir de las distintas situaciones. También hago panificados, que es algo que heredé de mi madre y mi abuela. Las masitas son algo que traigo de la infancia, algo que se va transmitiendo”. Para Elisa, como para buena parte de sus colegas, la feria “es un motivo para salir de casa, te reanima para seguir trabajando”.
Zulma Cano, es una de las pocas que ya tiene preparadas las garrapiñadas para Navidad, pero en su mesa también abundan los panificados, las chipitas, y ricota, que prepara durante la semana porque -aclara- la leche no se corta de un día para el otro.
Ahora tiene tres vacas que están en pleno ordeñe. Como no tiene potrero, a la mañana las cambia de lugar para que tengan mejor pastura, “al mediodía le doy agua, y las ordeño a la tardecita para tener la leche para el otro día. Sólo tres mujeres vendemos leche. Si bien me gustan más los animales, le guste o no, una se obliga a plantar algunas cosas”, contó.
Y lamentó que hubo varios viernes que no tuvo con que venir al pueblo y se quedó con todos los productos preparados en casa. “El transporte es un problema. Cuando todo empezó veníamos en colectivo, después no entró más. Y después la Municipalidad iba a buscarnos. Ahora tengo un señor que me trae desde Villa Unión, y, pero le tengo que pagar”, y eso implica otro gasto.
Gabriela Soledad Back es de Villa Bonita y proviene de una familia de feriantes. Su mamá es feriante en Santa Rita, y su hermana concurría a la de Oberá. Como vive en el pueblo, su fuerte son los panificados.
Como no tiene espacio para plantar se ingenia para preparar lo que sabe. Compra pepinitos para hacer pickles y frutas para elaborar las mermeladas. Su ganancia, ayuda a los ingresos de su esposo.
Los jueves son los días claves porque es cuando elabora panes, prepizzas y panes dulces, para que estén frescos. Si bien tenía conocimiento sobre la elaboración de pickles, fue de gran ayuda la capacitación que recibió desde la Comuna. “Sabía, pero hay técnicas que nos enseñaron y que están muy buenas. Entre ellos, el sellado, que hace que dure meses, años”, contó Gabriela.
Nancy Ber, es de Sección IV de Campo Ramón. En su puesto no falta nada. Elabora panificados en general, desde panes salados, prepizzas, pizzetas, masitas y panes dulces de distintos sabores, pastafrola de distintos tamaños, alfajores, pastelitos. Admite que su puesto es “bastante surtido” y que la chipa de almidón es algo tradicional que no puede faltar los viernes.
También tiene lácteos, leche, ricota, crema, queso, verduras hortalizas en general, pollo doble pechuga y criollos. Se destaca la mermelada surtida con frutos del monte (mora, frambuesa, frutilla, mamón, pera). Son recomendables los mamones con cascarita de naranja, además de pickles de chaucha, brócoli, coliflor, zanahoria y morrones, que tuvo que comprar porque, si bien tiene plantados, aún no produjeron. También, banana, mandioca, batata.
“Tengo todo lo que se puede producir en la tierra y es orgánico. Y eso cuesta muchísimo. Por ejemplo, la verdura al ser orgánica es atacada por los insectos, no hay repollo porque lo atacó el pulgón, que se mete adentro y fundió todo”.
Y como si fuera poco, la sequía “afectó parejo, no podíamos sacar mandioca, tenemos que esperar algunos días más para poder hacerlo. La batata tampoco. Está como marchita bajo tierra, falta humedad. La producción de hortalizas se vino abajo porque, aunque se riegue no es lo mismo que el agua de lluvia. La vertiente mermó mucho, pero, gracias a Dios, no nos quedamos sin agua”.
El riego que anteriormente se hacía por goteo, terminó haciéndolo manual, con una regadera, confió la mujer que además de la de Campo Ramón, integra la feria franca de Oberá desde hace unos veinte años.
Es por eso que “soy la que tengo más experiencia. Hace unos cinco años pedí que me autorizaran a formar parte de esta feria, y se hizo público la inquietud para que todos los colonos que quisieran unirse, sumarse, pudieran hacerlo. Estamos en la lucha, con desafíos y muchas ganas de salir adelante. Tenemos esperanza de mejorar los productos para nuestros clientes”, aseguró quien también cría gallinas, patos, vacas, caballos, conejos, peces.
Ber entiende que en la chacra la vida “es más difícil, sufrida, pero más sana”. En todas las épocas busca alternativas. Para Pascuas, hace huevitos de chocolate y de cáscaras, y artesanías para los niños.
“Todas nos adaptamos a la época, para cada fecha especial hacemos un sorteo entre los clientes. Por lo general, es una canasta con nuestros productos. La regalamos para un día especial como el Día de la Madre, del Padre, Pascuas, Navidad, Año Nuevo. Es un detalle, agradeciendo a los clientes por sus compras, por venir, por elegir estos productos orgánicos que cada una de nosotros logra con mucho sacrificio”, agregó.
Cuesta arriba
Ber también se refirió a las peripecias que implican las grandes distancias a la hora de intentar contribuir a la economía del hogar. “Nos cuesta llegar hasta acá, a veces por el clima, las condiciones del tiempo, o porque no tenemos como hacerlo. Mis compañeras no tienen vehículo, entonces vienen en colectivo, en moto, pero traen sus cositas para vender. Pero, por lo general, el problema de la movilidad es un problema para mis compañeras. Esperamos que el otro año se mejore, que puedan volver a tener colectivos. Por eso mermaron algunas cosas, no hay como acercarse, si viviéramos más cerca una de la otra sería distinto, se podría acercar, pero las distancias es mucha y no se puede”, reflexionó.
La pandemia afecta a la feria en varios aspectos. Uno de ellos es que los clientes que más venían eran los abuelos, la gente mayor era la que más nos compraba.
“Ahora esa persona no puede salir por su edad, manda a alguien, pero no es lo mismo que venga la misma persona a comprarse sus cosas. Las personas de edad vienen a comprar muchas veces porque le recuerda su pasado, su niñez, le recuerda lo que comían cuando eran jóvenes como el tocino ahumado y la carne de cerdo ahumada”, manifestó.
El viernes pasado Ramona Lorenza Saucedo hizo compañía a las mujeres pero no trajo nada, justamente, por falta de movilidad. “Tengo cebolla, mandioca, batata, leche, ricota, pero no puedo traer. Voy los sábados hasta Villa Bonita, que queda a ocho kilómetros de mi casa, en un carro tirado por bueyes, pero al pueblo no puedo entrar de esa manera y por mi zona no cruza el colectivo”, contó.
De todas formas, se defiende. Los jueves va hasta la plaza de Villa Bonita, pero de a pie. “Llevo pollo, carne de chancho, y gracias a Dios vendo todo. Hay fines de semana que llevo tres o cuatro docenas de cebollas y me falta. Me sacan de la mano, se vende como agua. Armé una mesita, tipo valija, que la ubico en un espacio y estoy de 8 a 12”, agregó la mujer, que en su chacra cría chanchos, gallinas, ponedoras.
Como sus compañeras, también fue castigada por la sequía. “Me faltó agua, tuve que buscar a cuatro kilómetros para los animales y para la verdura. Ahora estamos preparando un invernáculo, compramos una bomba con los ahorros de la feria. Y nos falta menos, sólo comprar los cables e instalar, de esa manera ya no nos va a faltar agua. La sequía fue terrible”, añadió Saucedo, que vive sólo de lo que produce la chacra y se tiene que arreglar prácticamente sola porque su esposo tiene problemas de columna y “me ayuda con lo más sencillo”.
A pesar del trajín que ello implica, asegura que “para el que está acostumbrado, la vida de la chacra no es pesada. Me crié en la chacra con mi abuela y no supe de otro trabajo. A los ocho años empecé a tratar los chanchos, las gallinas, y a plantar maíz con la máquina, esa era mi tarea. Ahora es más fácil que cualquier otra cosa. Mis cinco hijos aprendieron a trabajar la tierra, les dejé mis enseñanzas”, señaló.