Todo aquello que podemos percibir a través de la observación de la naturaleza nos integrará en observador y observado, ya no seremos dos, volveremos a unirnos con el todo y así el alma podrá nuevamente descender e integrar nuestra mirada.
Al integrar nuestra mirada podemos abrir nuestro corazón, al abrir nuestro corazón percibimos con el ojo del amor y cesan los juicios, porque para poder ser un observador primero tenemos que despojarnos de la crítica, volvernos humildes y aceptar todo tal y cual es. Recién ahí parte nuestro regreso a casa.
El regreso al paraíso perdido, ese que está en el reino de los cielos. Son nuestras ideas que se tornan inmaculadas y puras cuando quedan libes de juicios. Ese es el verdadero paraíso del cual somos excluidos por nosotros mismos. Por nuestras ideas y preconceptos que nos ponen en la vereda de enfrente, nos fragmenta del todo, nos excluye, nos separa.
Porque sólo a partir de sentirnos separados podemos ver de dónde venimos. Anhelar el reino de los cielos y volver a reunirnos, volver a unirnos con el alma, el amor y la unidad de la existencia que sigue siendo un milagro.
Hasta que no podamos unir los aparentes opuestos, no podremos volver a casa. Integrar los opuestos que se manifiestan fuera es aceptar la división y buscar la unidad dentro.
El equilibrio entre el pensamiento, el sentimiento y la acción nos alinea y nos dispara como flechas hacia la unidad del ser. Allí es donde el alma mora.
Quien quiera tener el bien sin el mal. El orden sin el desorden no entiende los principios del cielo y de la tierra. Quedará pendulando entre uno y otro sin encontrar el equilibrio para volver a la unidad.