El licenciado en turismo Jorge Rendiche recordó que la edificación “la dirigió el constructor (diplomado con ese título en la UBA, en aquel entonces) don Martín Sviderski. Tenía dos equipos de trabajo en simultáneo, en la iglesia San Pedro y San Pablo, entre 1923 y 1926, de rito latino; y Santísima Trinidad, entre 1923 y 1925, de rito ucraniano”.
El templo apostoleño contó con un campanario provisorio, de madera. Visto de frente, estaba a la izquierda de la iglesia, “donde en 1933, luego de bendecirlas, se colocaron las tres campanas, de tamaños diferentes. Hasta que entre 1950 y 1953, se construye la torre campanario que conocemos actualmente, una obra es de don Butiuk, otro constructor de la época”, memorizó Rendiche y mencionó que allí también “se instaló el reloj trillizo que fue donado años antes por quien fuera el Káiser o Emperador del Imperio Austro-Húngaro (trillizo, porque las otras iglesias que también recibieron relojes idénticos fueron la “San José” de Posadas, o sea, la Catedral, y la “San Antonio de Padua” de Azara)”.
Apuntó también que los cimientos eran de piedras extraídas de las ruinas jesuíticas de Apóstoles, que por entonces aún existían y que las paredes se iniciaron también en piedras jesuíticas, o piedras de sillería de itacurú, incluso destacó que “parte del equipo de Sviderski se dedicó a re-tallar las piedras y tratar de lograr un pulimento, porque estaban muy “porosas”, por eso hoy en día se ven más lisas”.
“El modelo de iglesia, es exactamente el mismo para todas las iglesias de la época, según planos que manejaban en el Verbo Divino. Una suerte de neogótico moderno”, opinó Rendiche.
En 1985 la iglesia San Pedro y San Pablo se pintó en su totalidad, responsabilidad que asumió Julio Juan Dominico, cuando en septiembre de 1985 le dijo al fallecido padre Francisco Chijanoski que había que pintar la iglesia, pero todos se preguntaron cómo alcanzar los 45 metros que debían superar. Él se las ingenió, durante unos treinta días trabajó en fabricar un andamio de eucaliptus y tambores de arena que daban firmeza a la estructura.
“En ese tiempo no había muchas formas de llegar tan arriba, es lo que había, gente corajuda, había más gente con coraje. Hicimos un trabajo a conciencia”, dijo y subrayó que en esa época la comunidad colaboraba mucho y se ayudaban entre todos.
“Viéndolo en la actualidad, fue un esfuerzo tremendo. Treinta días para hacer el andamio y quince días más para pintar todo. Fue un gran trabajo”, destacó.