La pasión por la enfermería nació en Humberto Oscar “Negro” Bicca (65) gracias a su mamá, Gabriela Bogado, que era enfermera del Dr. Juan Alegre (padre) en la localidad de San Javier. Ella sugirió a su hijo que continuara sus pasos, que estudiara. Fue así que viajó a Oberá, en 1978 para seguir auxiliar de enfermería, y al año siguiente ingresó a Salud Pública para cumplir funciones en el sector de enfermería.
Ante la falta de personal, le tocó hacer de partero y desempeñarse en cirugía, clínica médica, pediatría. Más tarde, y a través del gremio de ATE, tuvo la oportunidad de hacer enfermería universitaria en la Universidad Gastón Dachary.
“La carrera me llevó unos tres años y medio. Me recibí, fue un orgullo poder haber adquirido mayores conocimientos. Ejercí tres años, después trabajé en la Zona de Salud Sur y luego, por la pandemia, me mandaron a casa, desde donde sigo ayudando a la gente”, confió Bicca, desde su casa paterna situada justo detrás del Club Atlético Iguazú.
Nacido en Leandro N. Alem el 1 de septiembre de 1955, recordó que “cuando empecé a trabajar era chico. La avenida Belgrano no tenía asfalto, era de tierra, así que llegar hasta allá arriba, al hospital, era toda una odisea cuando llovía. Tenía que ir sorteando por la vereda, donde había, o amasar el barro. Así trabajábamos”.
“Pero teníamos unas enfermeras que eran unos valores extraordinarios, que hoy muy poco se deben de encontrar. De esas que compartían su aprendizaje sin mezquindades como María Romero, Antonia Solis, Amelia, que era de Entre Ríos. Y nosotros, los que entramos, aprendimos mucho con ellas. Siempre estábamos viendo como hacían las cosas, hasta que tuvimos la posibilidad de ir a estudiar”.
Bicca tenía apenas 14 años cuando entró a practicar. “Había comenzado el colegio secundario y tenía que cumplir el turno por la mañana. Me tocó un garage donde había cinco abuelos, a los que tenía que bañarlos, cambiarles la ropa de cama, sacarlos al sol, darles de comer”.
En ese entonces, había una sola cocinera, y una lavandera para toda la ropa del hospital. Y el plantel de profesionales estaba compuesto por el doctor Jarque, que era el director, y Alegre que recién se había iniciado en la profesión, además del odontólogo Almira.
Una de sus tareas fue traer niños al mundo. “Nunca me puse a contar cuantos pero cuando ando por ahí me dicen, mirá: ese es el enfermero que me contó mamá, me ayudó a nacer. Es que antes no había partera. Y como médico había uno solo por guardia, cuando estaba ocupado teníamos que hacer de parteros. Gracias a Dios nunca se me murió ni se me atravesó ninguno. Fue una linda experiencia”, celebró.
Comentó que en la parte de cirugía, desempeñó funciones junto al Dr. Juan Fernando Alegre (hijo). “Su padre era un médico de los de antes, que operaba como se daban las condiciones. La anécdota que contaba es que hizo una operación de apéndice en una canoa, en San Javier, y salvó la vida a una persona. Y ‘Juancho’ habrá salvado a miles. La cirugía era su pasión, nunca tuvo fiaca, siempre estuvo dispuesto para la sociedad de Alem, de la provincia, y también en Brasil”.
Añadió que fue un hombre que “dejó muchas enseñanzas en esta ciudad. Cirujano, después de ‘Juancho’ ya no existe otro. Él no tenía problemas, si tenías o no dinero, te operaba lo mismo. Hubo varios de los de antes que daban su vida por el paciente. ‘Juancho’ fue uno de ellos. Jarque fue otro. En odontología el Dr. Almira, fue el primero y único, y así fueron viniendo los demás, y así se fue poblando de médicos”.
Durante 30 años trabajó con los abuelos en el pabellón de enfermos crónicos. “Ahí aprendí mucho por las patologías que tenían los pacientes. Uno extraña esas cosas, el roce con la gente”, dijo.
También fue designado supervisor de enfermería y “siempre traté de entender el trabajo del enfermero. Nunca fui malo pero al momento de corregir lo hice. Tuvimos un gran director que fue el Dr. Carlos Jarque, que era muy comprensivo con todo el mundo. Después vinieron otros, como Matías Sebely, un joven emprendedor, lleno de expectativa, de esperanza, responsable, trabajador”, añadió.
Rememoró que el hospital siempre estuvo en ese lugar, en una casona antigua de la familia Mecking. Luego “Hilaria Maidana era la propietaria de esa casa hasta que terminaron el hospital y nos mudamos. ¡Qué lindo que era!, pintamos nuestras mesitas, las camas, nuestros tarequitos, porque no teníamos para comprar nuevo mobiliario, y arrancamos. Después se fue añadiendo. Ahora se trabaja para poner la terapia intensiva que Alem tanto necesita. Yo vi toda la evolución”.
Un rotundo cambio de vida
Debido a la diabetes le amputaron ambas piernas pero Bicca asegura que “aposté a la vida” porque era “decidir entre seguir viviendo o dejarme morir”. Aún en esas condiciones, continuó trabajando pero debido a la pandemia y como es personal de riesgo, “me mandaron a casa”.
Pero desde su hogar “sigo ayudando a la gente como puedo. Una de las formas es sacando turnos en el hospital. Es que hay que hacerlo mediante el teléfono y hay personas a las que se les dificulta el uso de la tecnología, no saben manejarla o no tienen teléfono. Hago ese trámite y consigo el turno. Consigo medicamentos, sigo ayudando y haciendo de intermediario en los temas sanitarios como hacía antes. Y la gente me sigue ayudando, así que es recíproca la cosa”.
Al referirse a su situación, manifestó que una madrugada sintió mareos y como hacía calor, bebió abundante bebida cola. Cuando se acercó al laboratorio del nosocomio, lo mandaron a que viera al médico de manera inmediata. “El nivel de glucemia era altísimo (400), me sometí a un tratamiento pero no surtió efecto así que hace tres años me amputaron la pierna derecha”, narró.
Después de un tiempo, se fue de vacaciones a Lajeado, Brasil, a la casa de su único hijo (Roberto Alejandro Antonio) y “allá se me hizo una embolia, por lo que me debió traer de regreso, y aquí me amputaron la otra pierna. Confié en mis compañeros del SAMIC que me dieron cariño, afecto, y me cuidaron”.
Por estos días, “estoy practicando con la pierna ortopédica derecha pero eso tiene un proceso de adaptación. La kinesióloga Anneliesse Sthal de Ulla, me asiste y proyecta. Voy haciendo ejercicios, así que en algún momento podré caminar con esa pierna. Después haré lo mismo con la otra. La izquierda tiene que ser con rodilla porque la cirugía fue un poco más arriba. Sé que si pongo propósitos y ganas, voy a salir adelante”.
Abuelo de Camila, Agostina, Angelo y Pedro, aseguró que siempre buscó “apostar a la vida, nunca pensé en bajar los brazos. Este fue un golpe muy duro. Estar sin caminar, en una silla de ruedas, depender cuando fui dinámico e independiente toda la vida, cuesta. Pero las cosas se dieron así y hay que aceptarlas. Me arreglo solo: vivo solo, cocino, lavo la ropa, me ingenio para ducharme, cambiándome de una silla a otra. Lo único que no hago es limpiar la casa. Tanto ejercicio hizo que potencie la fuerza de mis brazos. Uno se amaña y Dios ayuda para que uno se arregle”.
Entiende que “no hay que abandonarse, siempre hay que tener el espíritu alto y seguir para adelante. Aún en silla de ruedas seguía trabajando en la parte administrativa de la Zona Sur de Salud. Me venían a buscar en el auto de Acción Social, y me traían a casa”.
Para Bicca, es realmente “un orgullo haber ejercido el cargo de enfermero. Es una profesión que te deja algo adentro. Cuando das, es algo hermoso. Siempre di y recibí, siempre fue recíproco”.
“Ahora, a mi casa siempre viene gente, mis nietos postizos, diariamente puede haber entre diez y doce personas, charlamos, compartimos lindos recuerdos, tomábamos un mate cuando se podía, almorzamos o comemos tortas fritas. Es lo más importante que recogí de la profesión, de la que siempre estuve orgulloso. Siempre trabajando con la comunidad”.
Fue docente en los cursos para auxiliares de enfermería y dio clases de capacitación para adultos mayores, gracias a una convocatoria de la Comuna local. Durante cinco años manejó la ambulancia de la Asociación de Plantadores de Tabaco de Misiones (APTM), haciendo traslados de pacientes hacia Buenos Aires (Hospital General de Agudos Dr. Enrique Tornú, Garrahan, de Clínicas), Brasil, Paraguay, en busca de afiliados. “Tenía que viajar una o dos veces a la semana. En todos lados en los que trabajé me sentí muy bien. No me puedo quejar”, agregó.
Insistió con que la comunidad de Leandro N. Alem es muy solidaria. “Siempre vienen a visitarme, todos los días hay alguien en mi casa. No tengo tiempo de sentirme solo. Los vecinos y la gente en general es extraordinaria, todos se ocupan de mí. Ahora me están construyendo rampas para que pueda salir de casa con mayor facilidad”.
“El intendente, el director del hospital, representantes de gremios, de credos religiosos, que me dicen si pueden hacer una oración y yo acepto a todos por igual porque soy muy creyente y porque Dios es uno solo. Y para mí la oración es importante. La paso bien, y acompañado. Y mi hijo, que está lejos y no puede venir por la pandemia, se pone contento”.
Tiempo para el deporte
Bicca también fue árbitro de fútbol de la Liga Obereña, árbitro del Torneo del Interior, árbitro de fútbol de salón. “El doctor Plocher me llevó a Montecarlo, concurrí a un mundial en Brasil y a torneos nacionales”, dijo, y evaluó que “es difícil ser árbitro porque tenés que tratar de ser justo. Y a veces uno no lo es porque ve de una forma, el público ve de otra, el dirigente de otra, y siempre hay controversia. Hasta que uno explica que cobró por tal cosa. Es en el momento que tenés que hacer sonar el silbato y decir si la infracción fue para allá o para acá”.
Pero lejos de malos entendidos, “siempre el fútbol me trajo amistades”. También jugó al fútbol en Atlético Alem, en la quinta división. Y después se dedicó al arbitraje, “me incliné por administrar justicia. Me fue bien, así que no me quejo”, manifestó.