Durante el día. Por la noche. Sábados, domingos o feriados. El médico Otto Andrés “Cito” Pigerl (88) nunca supo de impedimentos para atender a los pacientes que llegaban a su -primero, modesta, y luego, moderna- clínica emplazada sobre la ruta nacional 12, tuvieran o no dinero. Los inicios no fueron fáciles pero el galeno afrontó la realidad con un “tremendo optimismo”. Sus méritos le valieron la declaración de “Ciudadano Ilustre” del pueblo, y numerosos reconocimientos por su “trayectoria”. Pero los más valorados son, sin dudas, los que recibe constantemente de quienes trajo al mundo en su tarea como partero. En esta tarea era acompañado por su esposa, Irma Storti, que se quedaba al cuidado de la parturienta, y si se presentaba algún problema, no dudaba en subir al Ford Failane y llevarla a Posadas por la ruta 12, aún de tierra. Sus hijos Dante, Alan y Heno, honran la labor del profesional médico pero en este homenaje sus relatos se escapan, como sin querer, a su entrega también en el aspecto deportivo.
Otto Pigerl nació el 3 de octubre de 1932, en Santa Inés, Garupá, en momentos que su familia residía en el Establecimiento de Pedro Ñúñez, donde su padre, llegado de Alemania, se desempeñaba como ingeniero mecánico. Tras descubrir su vocación, se recibió de médico en 1967, en la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde también se graduaron Alan y Heno. De la gran urbe regresaba solamente para la Navidad. Quienes lo conocían contaban que “subía al tren llorando, hasta que pasaba el puente de Corrientes porque, si bien se comunicaba por cartas, sabía que no volvería a ver a su gente hasta fin de año. Era tremenda la despedida de la familia”. Ya con el título en la mano, se estableció en esta localidad porque su padre pasó a prestar servicios en la Santo Pipó Tung Oil -primera fábrica dedicada al acopio y elaboración del aceite de tung-, y desde aquí, dos o tres veces por semana recorría en el Ford A, que aún conserva celosamente, colonias como Naranjito, Gisela y Puerto España. Lo hacía acompañado de Irma, a quien conoció a través de la directora de la escuela -Teresa, hermana de Otto- donde la joven ejercía la docencia, mientras él regresaba de la cancha con sus botines. En un terreno lindante a la clínica actual, tenía una casita de madera. Al lado había un consultorio y una habitación que hacía las veces de sala de partos. Así comenzó. Es médico de familia y médico laboral. En la primera de las especialidades lleva contabilizados más de cinco mil nacimientos. Había una época en la que los partos eran moneda corriente, y en la que se encontraba solo en la actividad. Dante, que es técnico radiólogo, docente en la escuela Mbya Guaraní y que como director de Deportes de la provincia, recorrió lugares recónditos aseguró que “se me eriza la piel cuando te dicen, yo nací con tu papá”. Lo describió como “muy activo”. Es que años más tarde, Otto fue presidente de la Tung Oil, titular de la Federación de Cooperativas de la provincia, y de la Cooperativa Agrícola Santo Pipó. Y cuando Alan y Cayo comenzaron a crecer se introdujo de lleno en lo que es su gran pasión: el fútbol.
Recordó que habían propuesto “a mis hermanos para jugar en reserva, entonces él los acompañó y cuando llegaron a la cancha, también lo invitaron a ser parte. Jugó, le gustó y en la próxima reunión del Club Tigre ya le pusieron de vicepresidente. Estuvo seis meses en el cargo y pasó a ser presidente. Y desde ahí, toda su vida. Estábamos en la Liga de San Ignacio, donde salimos campeones en seis oportunidades, y después nos invitaron a las Bodas de Oro de la Liga Posadeña. A partir de ese momento empezamos a jugar en ella y se lograron numerosos títulos. Se montó toda una estructura familiar para acompañar a Cayo y a Alan. Después empezamos a venir los hermanos (Dante y Heno), que continuamos”.
Relató que en 1977 “nos salvamos del descenso en la última fecha de la Liga de San Ignacio. Y en 1978, el equipo estaba más consolidado, y en 1981, sacó el primer título, ganándole la final a Primero de Mayo. En 1985 fuimos a jugar invitados la Copa de Oro, en Posadas, después en la B, en la Liga Posadeña, y en 1989, ganamos el primer título de la A, a partir de ahí participamos de toda la campaña”.
El mejor jugador
En el escaso tiempo que vivió en Colonia Guaraní, Don Otto jugó para Ex Alumnos, de Oberá. Mientras vivía en Buenos Aires, estuvo en Morón, y ya afincado en Santo Pipó se dedicó al Papi fútbol con Los Picapiedras. Y en Tigre jugó de grande, en la reserva, “donde, a partir de 1977, sus hijos jugamos con él”. El equipo se conformó con personas que habían vivido en el Delta del Tigre y que al regresar a Misiones, se instalaron en el pueblo. “Era gente de acá, obreros rurales, que fueron a trabajar, conocieron a Tigre de Buenos Aires y cuando volvieron lo fundaron acá. De allí la necesidad de recalcar que se trata de Tigre de Santo Pipó. Esa es la manera en que se diferencian”, contaron.
Cuando Pigerl formó parte de la conducción, Tigre no tenía muchos años de historia. En 1978 fue designado presidente y 40 años después, continúa en el puesto. “Lo gracioso fue que en el primer partido que fuimos a jugar en reserva, él nos acompañó para que no fuéramos en el camión, porque acá los equipos se trasladaban de esa manera. Cuando llegamos a la cancha faltaba un jugador, no completaban la reserva, entonces jugamos con Cayo y el entró porque faltaba uno. Cuando terminó el partido viene uno y dice: ‘el único que sirve de estos tres, es el viejo. Los otros dos no sirven para nada’. Quedó la anécdota”, acotaron, entre risas.
Multifacético, se encargó de manejar todo el equipo hasta hace dos años. Lustraba los botines, llevaba los equipos, las redes, era el que primero en llegar a la cancha, ponía la plata, y llevaba a los jugadores a entrenar. “Tenía su Ford A con un acoplado preparado especialmente y pasaba por todo el pueblo a juntar a los jugadores para llevarnos a entrenar, y a la vuelta, efectuaba el mismo recorrido. Pedía el permiso policial para la cancha, llevaba la cal el sábado por la mañana”. Todo por Tigre. En una ocasión vendió un pinar en General Urquiza porque no había auspicios. “Cuando vieron que andábamos bien, empezaron a auspiciar las yerbateras. De lo contrario, todo salía del bolsillo de Don Otto, que también vendió un Ford Sierra 0 Km todo por la pasión que sigamos, por la continuidad. Hasta donde se podía había que llegar. Así es él”, acotaron. Como en todas las instancias, Irma lo acompañaba tejiendo pulloveres para sus hijos, que pasaron a segundo plano cuando aparecieron los nietos.
La última vez que arrancó el Ford A fue para la fiesta de Tigre. Llevaron al auto como emblema. Los jugadores viejos vinieron a tomarse fotos. Como Cayo tenía una camioneta con la inscripción “Cayo Pigerl ingeniería” (era ingeniero civil), prefirió utilizarla después de su muerte y guardar el Ford A.
Ahora, los grandes, “quedamos grandes. Seguimos en la Liga Posadeña pero descendimos. Cuesta armar todo de vuelta. Éramos una estructura muy sólida, de muchos años, con muchos amigos y muy pocas lesiones. Durante una década fuimos campeones absolutos, la otra era de jugar, salir y no. La década del 90 fue nuestra. Siete años consecutivos como campeones provinciales. Y el Argentino B, que fue algo fantástico, como la frutilla de la torta”, aseveraron.
Entienden que actualmente el tema económico es muy limitante, “con el agravante que todos los chicos piensan que todos pueden llegar a ser Messi o pueden vivir del fútbol, en lugar de disfrutar de un campeonato tan lindo como lo es la Liga Posadeña donde tienen todo organizado, la mejor pelota, buena cancha. Están pensando si van a ganar plata o si se van a ir a otro equipo, entonces, al final, se quedan sin el pan y sin la torta. No disfrutan del momento que es lo más lindo y lo otro no se da, porque se da uno en un millón. No es la realidad de todo el mundo. Están lejos de las aspiraciones que teníamos. Nosotros nos divertíamos con nuestro campeonato y lo disfrutábamos a fondo de cada partido”, subrayaron los hermanos, como si aún sintieran la adrenalina de los tiempos gloriosos.
Las cosas al todo o nada
Alan es médico anestesiólogo y también se dedica a la medicina familiar. Como reside en San Ignacio, de tantas idas y venidas, su auto “arranca y viene solo”, bromeó. Aseguró que la vocación nació “observando a papá. Veía lo que hacía todos los días, y cada vez me iba gustando más. Me parecía que era lo que quería para seguir, y así fue. Estudié en Buenos Aires y la concurrencia en anestesia la hice en el Madariaga”. Pero la tristeza lo embarga al referirse al mayor de sus hermanos. Para graficar el amor de “Cito” por sus hijos y la entereza con la que sobrellevó los momentos difíciles, señaló que “después que falleció Cayo, que fue algo tremendo para todos, ibas con un planteo menor e igual te atendía con la misma atención de siempre, con el dolor en el alma que todos teníamos”.
Agregó que “él dedicó su vida entera a esto. Y como dijeron mis hermanos, no había fin de semana, nada. Venía quien venía, sin un mango, sin nada, era atendido igual al que tenía las mejores prepagas. No había ni hay diferencias. A veces decimos que fuimos ingenuos al seguir esa enseñanza porque muchas veces nos falta pero la medicina familiar es parte de nuestro ser, gracias a lo que mamamos de papá. Nos hacen bien las cosas que escuchamos sobre su persona. Por ahí en la vorágine diaria, no nos damos cuenta pero cuando viene alguien y cuenta que hace diez años papá se bajó del auto y lo atendió en la calle, sin cobrarle nada, es impagable”. Lo mismo pasaba con el fútbol. “Un partidito en la cancha de casa era una batalla porque teníamos que ganar sí o sí. Nos enseñó a que las cosas hay que hacerlas a todo o nada. No había vueltas. El intermedio puede servir cuando no alcanza el todo. Pero hay que poner todo. La entrega tiene que ser total”, manifestó.
Aseguró que “nunca nos faltó cariño y atención porque papá y mamá estaban siempre. De la cosa más tonta a la más importante, la atención estaba, y sigue estando, porque vamos a su casa todos los días”.
Heno también es médico de familia, y contó que “de chiquito preparaba mi maletín, y curaba a los perritos”, como lo hacía Don Otto, de pequeño, en Santa Inés. Nació y se crió en el pueblo. Estuvo ausente lo justo y necesario, en el tiempo que estudiaba en Buenos Aires. Se recibió el 18 de diciembre, el 21 regresó y no volvió a la capital del país, por unos tres años. “Hice mi residencia en Posadas, y me instalé aquí, frente a la clínica. Con papá disfruté tremendamente la medicina, atendíamos todos los días en la salita, y acá, revisando a los pacientes, a los internados, tuvimos la satisfacción de operar con papá. También operó con sus nietas: Aldana, la hija de Alan, que es médica, y mi hija, Andrea, que está en tercer año de medicina. Se disfruta mucho porque siente la medicina de una manera especial. Viendo al paciente integro, con su entorno familiar. La gente también percibe lo mismo”, expresó.
De acuerdo al relato de sus hijos, los inicios laborales de Pigerl “fueron tremendos, pero él no paró nunca. Es un tremendo optimista, por más que la situación fuera adversa. Siempre decía que cuando la cosa andaba mal, había que redoblar esfuerzos y cuando andaba bien, había que saber aprovechar. Es una persona tremenda, imparable. Hoy, con la edad que tiene, se sube al tractorcito y sigue macheteando la cancha de Tigre, el parque de la casa, de la clínica. No recordamos que haya tenido una gripe o algo que le impidiera ir a trabajar. Eso no existía, al igual que los feriados. Siempre estaba actualizado con la política, la situación del país, era un tremendo estudioso aparte de su pasión por la medicina. Leía muchísimo”.
“Fue muy naturalizado que el más humilde estuviera en la misma habitación que el más rico. Nunca hizo diferencia, todos eran sus pacientes, queridos por igual,veías el aprecio del más rico o el más pobre. Era exactamente igual. Es algo difícil de ver hoy. Es la consigna que nos legó”, celebraron. Fue director del puesto de salud de la localidad desde 1982 a 2018 y cuando se jubiló, en diciembre, le hicieron un reconocimiento que fue muy emotivo. Y lo nombraron Ciudadano Ilustre de Santo Pipó.
Entre césped e historias clínicas
Sus descendientes destacaron su constante buen humor y sus ganas de hacer cosas. Continúa yendo a la clínica, ayuda en todo lo que puede, además de dedicarse a confeccionar las historias clínicas. “Está viendo que es lo que hay, que hay que arreglar o matar hormigas. De vacaciones, iba con todos los libros y aprovechaba para estudiar. Se levantaba temprano y pasaba horas leyendo, para actualizarse, modernizarse. Eso nos permitió seguir en la clínica, siempre admitió que hagamos innovaciones, nos acompañó, nos siguió. Cuando vino no había quirófano, luego lo tuvimos y él se incorporó al servicio, nos ayudó, nos dio una mano para que sigamos. Eso permitió que podamos convivir muy bien y que todo esto sea muy lindo”, explicaron. Al referirse al emprendimiento familiar, señalaron que “es lo máximo que podemos tener en la zona. Hacemos cirugía laparoscópica -cuando desde Posadas a Eldorado no había, y acá ya teníamos-, cesáreas, apéndice, Histerectomía, un montón de prácticas que en otro lado no se hacen. La mayoría de las clínicas del interior se fueron cerrando y gracias a su empuje, ésto se mantuvo cuando pasamos épocas muy difíciles”. Pero “siempre tuvo mucho empuje, siempre siguió para adelante, es un hombre que no se achicaba ante nada, y eso es lo que también transmitió a Tigre y es por eso que llegamos tan lejos. Tiene fe en si mismo, y te contagia. Había que hacer y hacer porque él se levanta y hace. Entonces, o lo seguís o te separas”, narraron.
Cuando los hijos se incorporaron a la tarea, pudieron ampliar las instalaciones, contar con más camas de internación, hacer quirófano. Alan se especializó en anestesia, porque una de las limitantes del interior de Misiones era carecer de anestesista. Heno efectuó su residencia “con una orientación bastante amplia, así que hacemos muchas cosas”. Para ellos no fue tan difícil porque ya tenían una base: su padre, que era es el manual, el libro abierto, y la clínica donde trabajar. “Esto nos permitió que nos quedáramos a vivir acá porque cada vez cuesta más que la gente nueva se quede a vivir en los pueblos del interior, que ofrecen pocas cosas y grandes problemas”.
Con los nietos tanto Don Otto como Doña Ñata se llevan muy bien. Disfrutan mucho juntos, y todos sus cumpleaños los festejan en su casa.
Dante, Alan y Heno coinciden que los más jóvenes “no tienen mucha idea de la dimensión que esto significa porque para ellos todas las cosas existían. Pero nosotros que somos de acá, de chiquitos, sabemos que acá no había nada. En 1973 hizo la clínica, que era súper para la época, que tenía habitaciones con baño privado que para los chicos es algo normal pero que para esa época era novedoso porque, por lo general, se usaban letrinas o baños comunitarios”.