Nació en El Alcázar luego, su familia se mudó a Garuhapé, y hace 30 años se radicó en Puerto Iguazú, donde creó un personaje, al que denominó “Cornelio el Retobao”. Surgió porque “veía que los artistas le daban poca gracia, relevancia, al instrumento. Me propuse inventar algo, un poco de humor, con un pequeño acordeón que compré en Paraguay, que le añadí a otro y se estira casi un metro de largo”, contó.
De esa manera empezó a hacer mímica con un chamamé de Mario Bofill. Un día después de una tormenta encontró en el patio el gajo de un árbol y fabricó un arpa con hilo de podar pasto. “Hago playback con una polka e imito al pájaro campana. Y sale como verídico porque en los festivales hay gente que me dice ¡qué bien suena tu arpa!”, agregó, entre risas.
“Cuando pude armar todo eso, dije: voy a salir a hacer reír a la gente. Pero ¿cómo hago? Así nomás no me animaba. Entonces un día me puse una camisa grande, un pantalón grande arremangado, un sombrero grande, de paja, que tenía en casa y me hice un bigote. Mis hijas estaban estudiando en el corredor, y cuando me vieron salir se empezaron a reír a las carcajadas. ¡Papi!, ¡qué loco! Ese fue el punto que necesitaba sobre la i. Y empece a practicar con el arpa”, dijo, al referirse a la aprobación por parte de las jovencitas.
Pilz tenía un amigo que se llamaba Cornelio y le causaba gracia su nombre, “entonces bauticé a mi personaje como ‘Cornelio el retobao’. Pero me tenía que esconder detrás de algo. Y como me crié en el monte, en los yerbales, se me ocurrió ponerme el típico personaje del tarefero. Empecé a buscar chistes, algunos me salían bien, otros no. Y como estaba en la comunidad de la iglesia católica del barrio Belén, me empecé a animar, porque viste que en la iglesia nadie te critica”.
Su tarea humorística se inició hace 17 años, y ya recorrió muchos festivales. Entre ellos, la Fiesta del Tarefero, del Inmigrante, de la Amistad. “Creo que un 30% de la provincia ya recorrí con el personaje. Es que le cae muy bien a la gente. Me felicitan mucho. Es típico de la zona, me hace sentir orgulloso, defendiendo mi cultura, mis costumbres, mi raíz, todo en el mismo momento”.
“Todo con humor sano, que es del monte, que voy alternando con un poco de leyenda. Por ejemplo, hablo del Pomberito que nos asustaba a la noche cuando rascaba la pared, y hoy en día también se ponen a rascar la pared, y me asusto, pero es el vecino. De manera instantánea me sale todo”, celebró Pilz, quien es padre de seis mujeres: Leticia, Vanina, Ivana, Silvana, Magalí y Sol Guadalupe, y empleado municipal desde hace 20 años, siempre en lo relacionado a lo cultural.
Pintar cuadros de paisajes misioneros es un hobby que Pilz adoptó desde hace unos diez años. Había participado de la Feria Provincial del Libro, en Oberá, y se hizo un tiempito para apreciar una exposición de cuadros.
“No tenía idea que había distintas formas de pintar. Entré a una sala, observé los cuadros, y no me gustaba la expresión. Volví a casa y sentía como una ofensa, y dije: voy a dibujar mejor que eso. Me encapriché, compré unas pinturas comunes, fui perfeccionando, incorporé el óleo y me fue saliendo cada vez mejor”, confió quien se define autodidacta.
Además, creó una obra de teatro en la que actúa como el “Mensú del Alto Paraná”, que tiene que ver con historias crudas del mensú de hace unos 50 años, que en parte las pudo experimentar mientras era un niño.
En 2007 “viajamos a Posadas y salimos segundos o terceros en un grupo de 20 competidores de toda la provincia. Yo compartía escenario junto a mi exmujer, pero desde que nos separamos, hace siete años, no encuentro a la pareja adecuada para hacer teatro regional. A veces lo represento solo. Trato de mostrar cómo vivían los primeros, cómo sufrían, el miedo que tenían esos tareferos. Todo lo que trato de reflejar es bien misionero, auténtico”, recalcó el multifacético.
Como si fuera poco, desde hace cinco años conduce un programa en Radio Hit (104.1) que se denomina “Un Sapucay en la frontera”, que contiene poemas, leyendas y música misionera porque “hago mucho hincapié en las cosas nuestras”.
Si bien va los sábados y domingos, de 9 a 13, muchas veces “se prolonga porque la gente llama, pide temas y hay que satisfacer a la audiencia. Por lo general, me escucha gente de las fuerzas de seguridad, del hospital, entre otros”, dijo, quien rememoró que “toda esta veta artística la desarrollé aquí”, en la Ciudad de las Cataratas.
Una vida con diversos matices
Recordó que es hijo de paraguayos, nacido en El Alcázar. Su mamá falleció dos días después de su nacimiento. Su papá, que había escapado de la guerra del vecino país, “trabajaba para unos gringos, alemanes- brasileros, en la zona comprendida entre las localidades de Garuhapé y Puerto Rico. Como nací enfermo, papá quedó a mi cuidado, y la familia alemana me adoptó”.
“La idea era que me quedara con ellos durante dos o tres meses, pero me fui quedando, quedando, y permanecí junto a esa familia hasta los 25 años. Es así que aprendí a hablar el idioma alemán, que hasta hoy hablo a la perfección como así también el portugués”. Y eso le abrió muchas puertas.
Aseguró que desde pequeño siempre “fui chispita, ocurrente. En la escuela tenía que bailar en las fiestas patrias, decir los versos. Es como que estaba nominado”.
Pilz tiene en su haber media docena de documentales. Participó, entre otros, de “El vasco de la carretilla”, una realización del cineasta iguazuense Maximiliano González sobre Guillermo Isidoro Larregui Ugarte, un vasco que recorrió más de 22 mil kilómetros de rutas argentinas empujando una carretilla. También en el de “El Ángel de la Selva”, del mismo González, sobre la vida de la doctora Marta Teodora Schwarz, con cuyo nombre fue bautizado el hospital de Puerto Iguazú. Asimismo, participó de la película “La soledad”, de Maximiliano González; la mini serie “Aquellos días felices”, y del film holandés para Médicos sin Fronteras “First Mission” (Primera Misión).
“En esta última hice de soldado y en otra partecita, de enfermero. Los documentales también fueron lindas experiencias. Lo hacía tan natural que todo salía bien, es una buena enseñanza. Me sirvió para documentales que hice con mi propio personaje acá en Iguazú, los armé y soy mi propio director. Sólo tenía un chico que me filmaba y editaba. Me quedó la experiencia de cómo trabajar frente a las cámaras”, comentó quien a consecuencia de la pandemia no puede salir a desplegar su arte pero aprovecha el tiempo de otro modo.
Por ejemplo, el director de la Escuela Adventista le pidió que hiciera una reseña sobre Miguel de Güemes a fin de mandar a sus alumnos por Internet. “Conté quien era este hombre y, de paso, aproveché para nombrar a Andrés Guacurarí”.
Insistió con que “me encanta todo lo que se relacione con la cultura. Hace poco, convertido Marcos Irala, hicimos un documental sobre el ‘Mensú misionero’ hacia el Festival Nacional del Auténtico Chamamé Tradicional”, que se desarrolla en la localidad correntina de Mburucuyá. Se trata de un misionero que “ahorró unos pesos de la tarefa, agarró su olla, su ropa y su machete, y se fue. Iba a dedo, de a pie, de a caballo, le prestaron una canoa para pasar la laguna. Fue una verdadera odisea”, relató, con su particular voz.
Añadió que “llegué al festival vestido de paisano y justo estaba tocando Mario Bofill, y fuimos a hablar con él, pudimos ir hasta la casa donde vivió y se crió. Fue entonces que hicimos una historia, un documental lindo, que todavía no pudimos sacarlo a la luz a raíz de la pandemia”.
Sostuvo que ese trabajo tuvo lugar durante la primera semana de febrero. “Es la historia del misionero, hombre de los yerbales, del monte, rumbo a ese festival tan sentido y concurrido que se hace en Corrientes”, aseveró.
Manifestó que actuar junto a Víctor Laplace, por ejemplo, “fue fácil porque tenía más o menos la técnica de las filmaciones anteriores. El actor se sorprendió porque el personaje que debí interpretar lo hice fácil, rápido, sin muchas pruebas. En cambio, los otros integrantes del elenco tenían que probar cinco o seis veces la misma secuencia. Lo mío era medio rústico, tenía que ver con mi estilo, pero me felicitó y me dijo que era buen actor. En esa ocasión fui recomendado por Maximiliano González. Fueron muy buenas experiencias”.
En la película holandesa, en tanto, admitió que “aprendí cómo se manejan los cuadros. En esa patinamos mucho porque no tenía experiencia y ellos tenían otro estilo de filmación, distinto a los sudamericanos”. Otro inconveniente se daba “porque los personajes eran todo en inglés. Entonces era más difícil para entendernos. Pero como hablo bien el alemán me daba maña con una traductora que sabía cinco idiomas. Con ella me comunicaba. Eso también fue muy bueno”, subrayó quien en los festivales es acompañado por su hija menor, Sol Guadalupe, que toca acordeón, y por su vecino Gabriel, en guitarra.
En esos días que la inspiración lo invade, se pone a crear, a pensar. Entre esas cosas disparó que “Misiones tiene muchos artistas (escritores, autores, cineastas, protagonistas) pero, modestamente, creo que soy uno de los más completos de la provincia porque escribo poemas, hago humor, cine, teatro, televisión, documentales, radio. Gracias a Dios me sale todo bien, es uno de los regalos que Dios me dio. Siempre tratando de enfocar en lo misionero, a resaltar lo nuestro, en la linda provincia que tenemos. Sólo me falta escribir libros”.
De a ratos, deja el humor de lado, y se pone serio. Es que el tema lo amerita y lo moviliza. No era el mejor momento pero a Pilz también le tocó conocer el Sur Argentino en tiempo del conflicto bélico con los ingleses, por lo que “soy soldado bajo bandera”.
Relató que “no fui a la guerra porque había terminado una semana antes, mientras estábamos en el ‘banco de suplentes’. Y me tocó estar justo en el teatro de operaciones de la Armada, en Bahía Blanca, desde donde zarpaban todos los barcos y despegaban todos los aviones hacia las Islas Malvinas. Por eso siempre digo que Dios tenía otros planes, otro proyecto para mí”.