Entidad en la que más allá del cargo desempeñado, ocupó el rol de ejemplo e inspiración de sus colegas y sobre todo rol de padre de los alumnos que pasaron por la institución en las más de dos décadas de ejercicio docente. Sanabria conocía a cada educando, con quienes era exigente sin perder complicidad. Los valores y las normas eran innegociables en su manual de acciones, pero siempre tenía a disposición un consejo, seguimiento y apoyo.
Falleció en los primeros minutos del último lunes 20 de abril, con tan solo 49 años. Reconocido en todos los ámbitos, el impacto de la noticia, llenó de tristeza la comunidad.
Los mensajes de incredulidad se multiplicaron ante la inesperada partida y la imposibilidad de darle el último adiós, por el contexto actual, profundizó el dolor en familiares, allegados, docentes, deportistas, alumnos, exalumnos, mucha gente, que decidieron despedirlo con un aplauso masivo que se concretó cuando el reloj marcó exactamente las 20 horas de ese mismo día.
Se escuchó en Villa Lutz, lugar que lo vio nacer y Barrio que el domingo de Pascuas lo vio llegar a hurtadillas para recibir la bendición de su madre, Doña Chona.
Tradición familiar que la mujer cumplió con cada uno de sus diez hijos, por video llamada, pero él quiso que fuera en persona, por lo que se arrodilló por última vez frente a su madre el pasado domingo 12 de abril, a recibir el amoroso gesto. Luego, volvió rápidamente al hogar que compartía con su esposa Graciela Marczuk y su hijo menor Martín, para seguir con el aislamiento social.
El aplauso se hizo escuchar en todos los barrios de la ciudad por donde están diseminadas las familias de la comunidad educativa de la Escuela Normal que lo vio pasar y del Concordia que lo tuvo en plenitud.
También los despidieron con aplausos sus amigos de la infancia, compinches de la escuela, compañeros del magisterio, jugadores de fútbol con los que compartiera una cancha, deportistas que formó y acompañó, conocido de algún momento de su vida. La noche se cubrió de un manto silencioso para dar lugar al aplauso unido, conmovedor, sentido, para despedir al vecino, amigo, profe.
En la mañana de martes sólo su esposa e hijos, Martín y Agustín, el mayor recién llegado de Buenos Aires donde es Alférez de Gendarmería Nacional y algunos de sus hermanos, no podían ser más de diez, lo acompañaron para el responso y despedida final.
Luego fue cremado, sus cenizas depositadas en el cinerario de la Catedral San Antonio de Padua, donde se bautizó con el padrinazgo del entonces presidente de la nación, Alejandro Lanusse, por ser séptimo hijo varón, representado por el intendente de Oberá, Paulino Piñeiro Machado.
Las redes sociales explotaron con mensajes de reconocimiento y acompañamiento a la familia en el difícil momento. “Así quería irse, no le gustaban los velorios multitudinarios, nos queda el dolor porque jamás imaginábamos que se iría tan pronto” manifestó una sobrina.
Fue preceptor, entrenador, ocupaba el cargo de secretario del nivel secundario del Concordia, institución a la que entregó su vida. Impulsor y coordinador de las participaciones en los Juegos Deportivos de la Universidad Luterana de Brasil, ULBra, en Canoas, Porto Alegre. Gesta que se volvió el gran atractivo de la institución y que hacía que alumnos se esmeraran para ser parte de la delegación. Pasaron varias generaciones en casi dos décadas de representar al país en el evento internacional.