Por Myrian Mabel Báez
Mgter en Psicopedagogia y Prof. En Educación Especial
En días como estos, donde pareciera que el tiempo y el espacio abren el juego para la reflexión y la acción, recorro mis primeras horas como profesional en el marco del panorama mundial que vivimos como sociedad ante el COVID-19 y su inescrupulosa e inesperada llegada. Digo inesperada porque a pesar de las noticias internacionales, a pesar de vivir en una sociedad globalizada e hiperinformada, pensé como muchos que eso que sucedía allá lejos nunca tendría impacto aquí en nuestro país, y mucho menos en nuestra provincia.
El día que los anuncios oficiales hablaron de aislamiento social preventivo y obligatorio miré a mi hijo de diez años y a mi esposo y un largo silencio abrazó nuestras miradas.
Luego llegaron las explicaciones, las búsquedas de información, los llamados telefónicos, la invitación y generación de innumerables grupos de WhatsApp. Se continuó con la activación de protocolos sugeridos para prevenirnos de la enfermedad y las grandes preocupaciones sobre cómo continuar nuestros quehaceres y cumplir nuestras obligaciones.
Como madre, sabía que debía estar más cerca que nunca de mi hijo, dándole la contención que necesita. Él, como la mayoría de los niños, apenas había iniciado su ciclo lectivo 2020, apenas comenzaba a pensar en su 5º grado de primaria, cuando de pronto la hora del cole donde se encontraba con amigos y aprendía, se trasformó en horas en casa tratando de aprender con la persona que pueda y tenga la “ansiada paciencia” para acompañarlo en la tarea.
Como profesional, debía encontrar “otras maneras” de llegar y acompañar también a niños y adolescentes que, por diferentes situaciones, precisan configuraciones de apoyo específicas, para el acceso, progreso y egreso del sistema educativo.
Así, el teléfono celular, fue mi primer aliado y, junto a mi notebook, sigue representando el dispositivo que logra la cercanía posible para “estar conectados…”.
En el fluir de los días, el glosario familiar se fue transformando. Drive, Skype, Zoom, Webex, Classroom, entre otras palabras, se imprimieron junto a innumerables tareas escolares (propias y ajenas).
Así entendimos, pese a la incertidumbre, que las sesiones de psicopedagogía y las clases que venía desarrollando debían continuar, pero con otro formato.
La mirada, la voz, el ser persona en ese espacio-tiempo como elementos fundamentales de cualquier encuadre terapéutico ¿dejarían de estar? Y así continuaron innumerables preguntas: ¿Es posible hacer clínica psicopedagógica en tiempos de aislamiento social? ¿Qué sucede con la intersubjetividad? ¿Cómo hacer intervenciones efectivas de manera remota, virtual?
Y las preguntas, que no son otra cosa que la representación de una crisis cuasi existencial/profesional, fueron llevadas a otros planos como el de la enseñanza-educación: ¿Se puede enseñar con calidad a un estudiante desde una propuesta virtual? ¿La educación virtual puede garantizar verdaderos aprendizajes? ¿Cuáles son los contenidos prioritarios en este contexto? ¿Qué lugar y significación tienen las tareas escolares hoy? ¿Es lo mismo cantidad que calidad? ¿Quién define este hacer educativo?
¿Qué sucede con el acceso a la educación? ¿Todos pueden hoy aprender contenidos curriculares? ¿Qué hacemos con la atención a estudiantes con discapacidad? ¿Qué intervenciones se proponen hacia el colectivo de estudiantes con dificultades específicas de aprendizaje (DEA)?
Y yendo al plano familiar: ¿Cuál es el rol de los padres en este contexto diverso? ¿Podremos estar a la altura de las circunstancias? ¿Cuáles son las páginas que nos recomiendan seguir? ¿Qué hacemos con las rutinas? ¿Cómo nos organizamos con los horarios o no hace falta tener horarios?
Como verán, son muchas las preguntas que nos hacemos los educadores u orientadores educativos en esta realidad que hoy es especial. Hoy todo es diferente y es necesario partir de allí. Nadie se preparó para una pandemia. Ninguno de nosotros o al menos no la mayoría.
Hoy hay un cambio ecológico, radical y mundial; por lo que la escuela, la educación y los educadores deberemos adaptarnos a este cambio, deberemos re inventar nuestras maneras de educar, mientras dure la emergencia y así salir de ella, fortalecidos.
Si no entendemos que hay cambios por hacer, que la realidad es particular, seguiremos intentando en vano educar desde un aula de cuatro paredes, con innumerables actividades de algún manual en blanco y negro.
¿Estamos preparados para el desafío? No lo sé, pero sí estoy segura de que lo estamos intentando. Cada quien lo está haciendo desde un punto de partida único, con lo que puede y tiene hoy para dar.
Nosotros y cada familia, cada uno desde lo que tiene y puede; y eso debe ser respetado y considerado.
Por ello personalmente considero que hoy la nota, la calificación, la acreditación es un mínimo detalle entre todos los elementos que se suman a la famosa triada pedagógica.
El aprendizaje en este contexto es mucho más que alumno/docente/contenido. Hoy el acceso, el canal, el circuito de comunicación y las vías son el foco.
La significatividad del aprendizaje, el contenido curricular está transversalizado por una persona y un microsistema que la condiciona.
Así en este microsistema intrafamiliar en algunos casos se generan andamios de excelencia, donde se dispone de dispositivos tecnológicos y recursos pedagógicos para acompañar.
Otras veces se ayuda con lo que se puede, se pregunta, se pide ayuda y otras veces lamentablemente las posibilidades de ayudar en el aprendizaje de un hijo/a-estudiante, son diferentes porque no se cuenta con las posibilidades concretas de interactuar desde y a través de algún dispositivo tecnológico-digital. Allí ese límite que no depende de la voluntad de los involucrados, sino de las condiciones familiares que pueden constituirse en una barrera para el aprendizaje y la participación plena.
Por otro lado, no dejo de pensar en la necesidad de apapachar a estudiantes, a padres. De llegar a otros con mensajes constructivos. Digo esto porque estoy convencida que para aprender y también para enseñar “tenemos que estar en paz, en calma y sin miedos”.
La neurociencia nos explica que cuando hay miedos, son innumerables los circuitos cerebrales que se activan junto a la liberación de hormonas que son útiles a la hora de auto protegernos, de actuar frente a un peligro; pero el miedo en estos momentos, genera un estrés que “paraliza las posibilidades de aprender y proyectar aprendizajes”. Miedos que se generan por lo que se vive como sociedad, como familia, como persona en particular, y además son alimentados por la sobrecarga de información que existe.
Miedos que deben ser tramitados, elaborados y en este proceso son fundamentales los profesionales de la salud.
Y en este plano, una manera oportuna de poder abordarlos es triangulando la propia realidad o fantasía con los contenidos curriculares vigentes.
Deberemos replantear si fuera necesario nuestro PCI caja didáctica institucional y si en el currículum prescripto no estuvieran inscriptos los contenidos que emergen hoy como necesarios; será entonces hora de incluirlos, apelando a la autonomía del rol docente/institucional para llegar a estudiantes y familias con temas de interés e impacto socio educativo.
Hoy es necesario trabajar con contenidos como: supervivencia, empatía, solidaridad, trabajo cooperativo, tratamiento de la información, pensamiento crítico, educación en valores, uso del tiempo libre, la comunicación, herramientas digitales, desde situaciones problemáticas que tengan relación con la vida misma, con organizar una compra para 15 días, ordenar la ropa teniendo como referencia la época del año, aprender a elegir un menú apropiado, poder buscar y seguir textos instructivos para preparar un pan o un huevo de pascuas.
Regar las plantas y poder comprender el ciclo que atraviesa ese ser vivo; aprender normas de higiene y seguridad. Aprender para poder transmitir esto que es mi mundo, a través de una foto, de una carta, de un Whatsapp, de un video, de un canto, de un dibujo y alguna que otra poesía. Es todo eso y más. Poder escuchar atentamente , por teléfono o videollamada, una leyenda, un chiste, una noticia o una historia que me cuenta mi abuelo o mi tía o un compañerito de clases.
De eso se trata el aprender significativamente. Es aprender eso que a veces no está en el libro o en internet. Es aprender eso que está a mi lado. Es poder aprender de lo que vivo, siento y pienso.
Sumo estas variables a mi pensar como profesional educativo, porque creo que esta crisis trae evidentemente implícita una gran oportunidad para enseñar de y desde otros lugares en el mismo tiempo que nos ubica a nosotros los docentes, como “aprendientes”.
Con esta crisis, estamos todos volviendo a clases. Desaprendiendo para poder aprender. Este es nuestro tiempo. El tiempo del otro encuentro.