A través del libro “Historias de vidas en los ferries de Posadas”, de la Editorial Universitaria, la profesora María Alejandra Álvarez Pochetti acerca a los lectores las vivencias de dos hombres ligados, desde distintas profesiones, a los ferrobarcos que unían a la capital misionera con la vecina Encarnación, Paraguay. A través de una serie de entrevistas realizadas durante el 2004, cuando los barcos “Ezequiel Ramos Mejía” y “Roque Sáenz Peña” estaban desafectados del servicio y anclados junto al viejo puerto de Posadas, la historiadora fue recogiendo narraciones de Sixto Colazo, jefe fluvial de Ferrocarriles Argentinos, y Vicente Arzamendia, capitán de la embarcación. Ambos fueron protagonistas de una época de esplendor de los ferrobarcos como del sistema ferroviario argentino.
Según el prólogo, “esta obra nos lleva a reflexionar sobre aquellos hombres de otras épocas, su compromiso con los ferrocarriles, la navegación, pero también con su comunidad y la mirada que tenían de su tiempo. A la vez, nos hace preguntar y reflexionar ¿qué valor le damos en este tiempo a la conservación del patrimonio de nuestro pasado?. Mientras tanto, los ferrobarcos esperan anclados a que los saquen del olvido”.
Útiles por más de medio siglo
El 18 de octubre de 1913 se inauguró el intercambio ferroviario entre Argentina y Paraguay, empleándose para esta tarea al ferrobarco Roque Sáenz Peña, al mando del capitán Manuel Fonseca, que embarcaba en la zona de la Laguna San José y desembarcaba en el puerto de Pacú Cuá.
Después de 77 años de funcionamiento, los ferrys brindaron servicio hasta el 9 de marzo de 1990, año en que se inauguró el puente internacional San Roque González de Santa Cruz. Una vez concluído el servicio, Arzamendia y Colazo conformaron el grupo de Ferroaficionados, quienes lucharon por lograr un emplazamiento definitivo de las naves y sacarlas del olvido. En 2002 consiguieron la autorización para fondearlos en la bahía próxima al puerto de Posadas. A partir de ese momento, comenzó la lucha por lograr que las embarcaciones sean conservadas como patrimonio histórico-cultural y no fueran reducidos a chatarra.
En 2004, los Ferroaficioandos organizaron un recorrido guiado en el ferrobarco Roque Sáenz Peña. En el interior, había una exposición de maquetas que buscaba rememorar épocas de esplendor de estas embarcaciones y del sistema ferroviario argentino. Por las noches, en la cubierta, se brindaba un servicio de cantina y restaurante, en el que se podían degustar platos típicos y de pescados de la zona. El Ezequiel Ramos Mejía, no corrió mejor suerte. Estaba en refacción al momento que lo desafectaron del servicio. Más tarde, fue cedido a la Asociación de Deportes Náuticos, que lo usaba como sede y guardería de los pertrechos y piraguas.
La autora explicó que el objetivo de este trabajo “es contar las historias de vida de estas dos personas tan ligadas a la actividad fluvial y, principalmente, a los ferrobarcos. Estos actores sociales fueron protagonistas de la cultura del riel: exferroviarios que lograron depositar en las huellas materiales de su memoria individual o colectiva a través de los ferrys, la representación de identidad que habían construido durante toda su vida y que en ese momento se sentían al igual que los barcos, engrosando las listas de desocupados/olvidados por el avance de los tiempos modernos”.
Relató que “ellos contaban que sus anécdotas llenarían un libro, ya que los mismos espacios de reencuentro a la memoria de los tiempos de su vida ferroviaria, familiar y personal, desde un presente de total exclusión, les permita soñar a través de estas embarcaciones y su conservación”.
Los ferrys fueron un elemento clave que influyó en la vida moderna de la región de varias maneras, constituyéndose así en un elemento estratégico de desarrollo económico y social a lo largo de más de medio siglo, generando una identidad de pertenencia en los trabajadores ligados a la actividad.
Al momento de la edición del libro de Álvarez Pochetti, el emplazamiento definitivo era el puerto de Nemesio Parma, hasta donde fueron trasladados tras haber estado anclados durante dos años, ya sin los servicios mencionados. El Ramos Mejía es el que presenta mayor deterioro en la infraestructura de cubierta pero es el que menos tiene afectado el casco y la estructura de flotación.