Albino César Sosa (47) sabe de sacrificios y sinsabores pero también de satisfacciones. Cree que la vida le está devolviendo todo lo que le quitó e hizo difícil desde pequeño. Nació en la colonia Santa Teresa, de Eldorado, cerquita del arroyo Piray Guazú, sobre la vieja ruta 12. “En manos de mi madre nomas porque a Pedro, mi hermano mayor, lo mandaron a buscar partera y se quedó por el camino, jugando a la bolita junto a otros chicos”, comentó entre risas, como para romper el hielo de la entrevista. Sus padres, Todos los Santos Almada y Alicia Lucía Sosa, se separaron cuando el ahora músico tenía 5 años.
La mujer y los niños empezaron a deambular por distintos lugares. Vinieron a Posadas, volvieron al interior a la casa de una abuela, luego regresaron al Alto Paraná, hasta que recalaron en Colonia Oasis, a unos 20 kilómetros de Jardín América, donde César pasó buena parte de su infancia. Lustraba botas, vendía diarios, picolé, cortaba el pasto, lavaba autos, iba a la tarefa, entre otras changas, porque “ya me fui de mi casa. A los ocho años estaba en la calle, y empecé a vivir mi propia vida”, relató.
Durante el verano, vendía ananá o sandías a la entrada de los Saltos del Tabay donde tenía un campamento. Comercializaba los fruto para Ciriaco Mancuello, que también era músico, y su hijo, Aníbal, fue bajista de los Cuatro Ases. Luego viajó al Sur para cosechar manzanas y, al volver, se quedó en Posadas para buscar trabajo. “Desde ese entonces ando por acá”, acotó. En el primero de los intentos para que lo tomaran, dormía debajo un chivato que estaba frente al Frigorífico Alem, al costado del arroyo El Zaimán, y a las 4, cuando el personal ingresaba, “me paraba en el portón para que me dieran trabajo. Pero como no surgía nada, me venía para el centro a ver si salía algo. Así anduve más de una semana hasta que el portero del frigorífico dijo que iba a hablar con el capataz.
Al rato me llamó y me aconsejó que fuera para el fondo, que me iban a mostrar lo que tenía que hacer. Cuando salía al mediodía, al terminar la faena, el portero me indicó que marcara la tarjeta. Estuve dos años, mientras vivía dentro de una cámara térmica que estaba vacía”, y empezó la primaria nocturna en la Escuela N° 1. Luego, pasó por Fassa, Fergar, Darío Lima y la panadería Las Delicias, cerca del Parque Paraguayo.
Había empezado radioteatro en LT 17 cuando vio un aviso en el diario que daba cuenta que inscribían a chicos que querían aprender a ejecutar instrumentos, y estaba dentro de la edad que sugerían. “Me presenté en el Palacio del Mate, me anoté, éramos más de 500 y quedamos cerca de 30 seleccionados. Ahí comenzó mi relación con la Banda de Música Municipal y al poco tiempo me contrataron como trompetista. Si bien era contratado sin relación de dependencia, con quince años empecé a percibir un sueldo gracias a la profesora Laura De Aira, que fue quien me ofreció el contrato.
Después de seis años me contrataron con relación y durante la intendencia de Carlos Rovira, pasé a planta permanente”, dijo, quien lleva casi treinta años de servicio en la comuna posadeña. A partir de ahí, siempre priorizando el aprendizaje, integró grupos de rock, de cumbia, a otras bandas y orquestas sinfónicas.
Con la música viajó de Sur a Norte: Bolivia, Asunción, Sur de Brasil, y buena parte de las provincias Argentinas. Mirando hacia atrás, Sosa admitió que “costó mucho llegar” pero que “Gracias a Dios pude vivir de la música y pude criar a mis hijos con esto. Fuimos unos bendecidos por Dios, que nos dio la oportunidad de insertarnos en una sociedad, ser parte, tener una identidad. Antes de eso no era nada”.
Fue delegado gremial de la banda en una época muy difícil, donde algunos pretendían disolver el grupo, argumentando que significaba un gasto innecesario para la Municipalidad de Posadas. “La defendí como pude, con aciertos y errores. Escribí un proyecto de ordenanza para la creación de la Banda Sinfónica porque la Banda de Música no tenía un documento que diera cuenta de su fundación, entonces era prácticamente indefendible. No había nada que certificara que la banda pertenecía a la estructura comunal”, contó. “Éramos personal de planta pero de la banda no existía más que un acta del año 1886 donde el lord mayor -título que recibía quien se encontraba al frente del gobierno de la ciudad-, Francisco Resoagli, pide a Rudecindo Roca para contratar a un profesor y crear una banda de música.
En ese entonces los músicos eran apadrinados por comerciantes de la época. Eso era todo lo que existía”, explicó. A Sosa le preocupaba “mucho esa situación” pero “no teníamos de donde agarrarnos. Entonces presenté un proyecto en la Cámara de Diputados a fin que se declare el Día provincial de la Banda de Música, otro en la Cámara de Diputados de la Nación, que la declaró de interés nacional. Otro en el Concejo Deliberante, declarándola Patrimonio Histórico de Posadas”. Gracias a esos documentos hoy está firme, consolidada.
La música pudo más
Lo del radioteatro surgió después de leer un comunicado del Grupo Marechal que solicitaba interesados para esta iniciativa. Desde el frigorífico “me largué caminando y vine hasta una dirección de avenida Mitre adonde se hizo la convocatoria. Me aceptaron, me dieron un libreto y fui a LT 17 a grabar los capítulos. Me tocó hacer de tigre, porque era una obra sobre la fauna misionera. Era graciosa”, manifestó. José María “Chiqui” Ramírez “era nuestro operador. Ahí empece a conocer a los actores radiales de la época, como a Silvio Orlando Romero, que eran de una calidad de persona extraordinaria. Uno se podía acercar, conversar, y te daban consejos. Me reflejaba un poco en ellos para poder avanzar, porque uno necesita tener un referente.
Traté de apoyarme siempre en buena gente, que me dé una mano y un consejo. Porque en la calle encontrás de todo y me costó mucho mantenerme bien en el camino”, confió. El radioteatro “me gustó pero cuando me prendí por la música, fue más fuerte. Después hice teatro en El Desván, con “Rulo” Fernández, con Cáceres que hacía teatro universitario. En ese ambiente me conocí con Benito Del Puerto”, relató.
La música “me abrió puertas y me dio un lugar en la sociedad. Me dio una razón de ser. Antes de eso era un trabajador. Muchas veces changarín, trabajaba de lo que podía porque tampoco tenía un oficio. Iba de ayudante de albañil, iba a trabajar a la tarefa, a machetear, a la carpida, ayudante de pintor, de cocina. En la casa Paraguaya Sixto Colazo tenía a su cargo la cocina y vendía viandas, yo era su ayudante y me encargaba del reparto”. Aún con un trabajo fijo tuvo que hacer “de todo” porque muchas veces “el sueldo no alcanzaba: vendía pan y me puse a limpiar parabrisas en los semáforos porque había que llenar la olla”.
Busca a su hermano
Sosa busca a su hermano Lucas Tomas Almada y tiene esperanzas de encontrarlo. Lo dejó en claro al señalar que “no voy a parar de buscarlo hasta el cansancio, hasta que se me apaguen las luces”. Contó que una pareja llevó al pequeño a pasar un fin de semana, cuando aún vivían en Colonia Oasis, y que nunca más supieron de él. “Recuerdo que era una tardecita.
Él era quien me esperaba en el portón para pedirme un pan, que siempre traía al regresar del pueblo. Lo extrañé mucho, y supongo lo que habrá sufrido él al dejar de golpe a su familia, en un lugar distinto, con personas ajenas. No habrá sido fácil acostumbrarse a esa nueva vida”, dijo Sosa, quien inició la búsqueda por las redes sociales e incluso envió un pedido a las Abuelas de Plaza de Mayo.
También hizo una denuncia ante el Juzgado Federal “desde donde citaron a la persona que hizo de intermediaria para que esa pareja lo pudiera llevar. No se pudo avanzar mucho porque la mujer negó todo lo que yo y mi madre argumentamos”. Nació el 12 de febrero de 1977, en Eldorado. “Ahora tendría 42 años y, de acuerdo al acta de nacimiento, se llamaba Lucas. Hasta hoy no pudimos saber nada de él”, lamentó.