Hace unas semanas, la obereña Patricia Ocampo conmovió a todo el país cuando participó en el Senado de la Nación en un panel sobre “Trata laboral y explotación infantil”. Fue el pasado 30 de julio, en el marco del Día Mundial contra la Trata. Allí, la misionera pudo exponer acerca de la ONG que lidera, “Un Sueño para Misiones”, y su principal iniciativa en estos momentos: la lucha por la erradicación del trabajo de menores en las plantaciones de yerba mate.
Además, aprovechó la ocasión para presentar un proyecto de ley que obligue a que los artículos nacionales en venta cuenten con una certificación de “producto libre de trabajo infantil”, para que el consumidor pueda elegir si consumirlos o no en función de ese valor social.
Según ella, se trata de “empoderar” a la gente con el objetivo final de “ser la generación que transforme esta triste realidad y se termine para siempre la explotación infantil en los campos de nuestro país”.
Se trata de la tercera etapa de la campaña “Me gusta el mate sin trabajo infantil”, que está cumpliendo seis años de vigencia con cada vez más alcance a nivel nacional y mayor nivel de exposición y apoyo, sobre todo a partir de las redes sociales y otras plataformas digitales y audiovisuales.
Dicha campaña, según explicó Ocampo en diálogo con PRIMERA EDICIÓN, “nació desde el dolor y la injusticia”, a raíz del trágico siniestro vial registrado en 2013 en Salto Encantado (municipio de Aristóbulo del Valle) en el que ocho trabajadores de la cosecha de yerba mate -entre ellos tres menores de edad- perdieron la vida, de un total de 24 que viajaban a bordo de un camión sin las mínimas medidas de seguridad.
Esa desgracia fue el detonante, pero Patricia ya hacía tiempo que venía trabajando por mejorar las condiciones de vida de los hijos de tareferos.
Es que ella es oriunda de Oberá, nacida en el barrio 100 Hectáreas, que “en esa época era un lugar de muchos tareferos y mis padres corrían la misma suerte: tarefeaban cuando eran muy jóvenes. Nosotros (en referencia a ella y sus tres hermanos) ya no lo hicimos porque ellos después habían conseguido otro trabajo y pudieron salir de la tarefa, pero sí podríamos haber corrido la misma suerte que estos chicos que tienen que salir a los yerbales a ayudar a sus padres”, reflexionó.
“Cuando éramos chicos, siempre pasaban por el barrio los camiones de tareferos, que eran todos vecinos nuestros. Se iban y cuando volvían, al mes o más, nosotros quedábamos contentos porque eran nuestros amiguitos, para mí era algo normal y por ahí lo que me llamaba la atención es que siempre se iban con una ropa y volvían con la misma, eran muy pobres. Pero fue mucho después cuando entendí que eso no es normal, que algo está fallando para que los hijos tengan que acompañar a sus padres a trabajar”.
Recopilando sueños
Las primeras acciones de la ONG “Un Sueño para Misiones” partieron de un cuaderno. Allí, Patricia pedía a la gente que anotara sus ilusiones y sus pedidos para mejorar sus condiciones de vida.
Ella había comenzado -unilateralmente- por la cuestión del agua potable, teniendo en cuenta las graves deficiencias de suministro que los obereños venían padeciendo verano a verano.
Pero la primera persona que decidió “imprimir” su sueño en la libreta pedía una biblioteca en su barrio, para lo cual incluso cedía su propio garage. Entonces, la organización se focalizó en reunir donaciones y armar pequeñas bibliotecas populares en los pueblos y parajes más pequeños de la provincia, donde ni siquiera habían visto un libro.
Pero la tragedia vial de Salto Encantado marcó un antes y un después en la vida de Patricia Ocampo y de la propia ONG: “A partir de 2013 nos dijimos que algo teníamos que hacer, porque en la provincia siempre hubo accidentes con trabajadores de la yerba, siempre se habla de los reclamos que se hacen por una bolsa de mercadería para poder comer… Además, notábamos que no se hablaba tanto de esto, que estaba como tapado, que no había acciones concretas para evitar que los chicos siguieran trabajando, entonces decidimos que teníamos que contarlo y decidimos hacer nuestro aporte”.
Esta tarea, que lleva ya seis años, nunca fue fácil. Sobre todo al comienzo: Ocampo recordó que “cuando dijimos que íbamos a hablar de cosecha de yerba mate, de trabajo infantil, de la pobreza que había detrás, nos encontramos con gente -incluso que trabajaba con nosotros y nos acompañaba solidariamente en el tema de las bibliotecas- que no estaba de acuerdo y se ‘bajó’ del proyecto porque íbamos a ‘ensuciar’ la yerba”.
Sin embargo, “eso nos ayudó a hacer la campaña en positivo y de ahí nació ‘Me gusta el mate sin trabajo infantil’. Yo soy misionera, mi provincia es la mayor productora de yerba mate y amo el mate, lo que no quiero es que tenga este flagelo detrás: ojalá que se venda la mayor cantidad posible de yerba, pero que no haya trabajo forzoso, trabajo en negro, trabajo infantil. Hay que trabajar sobre ese problema”, remarcó.
Oculto y naturalizado
Consultada sobre si su trabajo es más una tarea de concientización -de que la gente se dé cuenta de que no debe haber trabajo infantil en la producción- o de revelar un hecho “oculto” para muchos, Ocampo confirmó que en una primera etapa de informar, de contar, fuera de la provincia nos encontramos con que desconocían la situación. Casualmente, ese mismo año del accidente de los tareferos se había declarado la yerba como infusión argentina, ya no era sólo de los misioneros; pero contábamos al resto del país lo que estaba pasando y había un desconocimiento total, al punto de que cuando hacíamos las entrevistas yo decía cosecheros de yerba mate porque no entendían la palabra tareferos. Incluso dentro de la provincia nos encontramos, por ejemplo en Posadas, que hay gente que no sabe bien porque tampoco está tan cerca de esos lugares. Cuando llega el tarefero, la gente escucha que cortó la calle o reclamó frente a la Casa de Gobierno, pero para comprenderlo hay que tener interés de mirar cómo vive”.
“Al mismo tiempo, te encontrás también con la negación: el que te dice que eso es cultural y ocurre porque el papá quiere llevar a sus hijos al yerbal. Pero que sea cultural no significa que esté bien, es como el tema de género, de la violencia contra la mujer: se sabe que está mal a pesar de que a muchos les parezca normal o cultural”, sentenció.
Al respecto, remarcó que “a veces uno es injusto y termina juzgando a las familias, pero en realidad acá hay un sistema que vulnera los derechos de estas familias, que no se cumplen los derechos laborales, que no se cumplen los Derechos Humanos, que no se cumplen los derechos de la infancia, y entonces te das cuenta de que eso que yo veía cuando era chica y adolescente como normal y decía que ‘es lo que les tocó’, no es así: no es que a uno le toca ser pobre”.
Ocampo insistió en que “estamos hablando obviamente de un trabajador que tiene vulnerados sus derechos, porque si al trabajador le garantizo un salario digno, ese chico que ahora lo acompaña al yerbal puede estar en la casa, puede ir a estudiar, la mujer también puede acompañar a su hijo, puede hacer otra cosa. Hay un tema económico que hace que el trabajador vea vulnerados todos sus derechos y no le puede garantizar la dignidad a su familia porque no se pueden garantizar ni ellos la comida diaria. Eso es terrible e injusto. Y no hablo sólo de la yerba mate, sino de todas las producciones, pero si estoy en Misiones, no te puedo hablar del ajo o del limón. Es una provincia muy rica, con muchos recursos, pero nadie se moviliza por lo que está pasando. Esas injusticias no tendrían que ocurrir, pero lamentablemente la política no escucha eso”, agregó.
Avances y desafíos
Ocampo mostró su satisfacción porque en estos seis años de campaña “hemos logrado al menos que se hable del tema. Y, al exponerlo, varios organismos internacionales ahora están haciendo programas en la provincia, se está trabajando estadísticamente, algo que también reclamamos, porque cuando no tenés estadísticas, los problemas pasan a ser invisibles para la política: cuando no tenés números para saber el problema que tiene la gente, no hacés nada o ponés un parche, si te reclaman o te cortan la ruta, le das una bolsa de mercadería y lo mandás para casa”, graficó.
“No entiendo que haya gente que justifica la explotación y el trabajo infantil”, planteó.
Y, consultada sobre la aparente contradicción de que en la actualidad no se tolere ese tipo de realidades en otros sectores, pero en la yerba, por algún motivo sí, manifestó su sensación de que “hay intereses muy profundos y también creo que nosotros como sociedad no ayudamos: me pasa a veces que la gente me dice que ‘los chicos, si no trabajan, se van a drogar”. Pero no son esas las dos únicas opciones: si no trabajás, podés ir a la escuela, ir a una universidad, podés ser un profesional…”.
“El Estado tiene la responsabilidad de velar por esos chicos y nosotros como sociedad somos muy duros, a veces no tenemos capacidad de ponernos en el lugar del otro. Hablamos de vagos, pero mandamos a trabajar a hijos de otros. Si como sociedad realmente queremos que los gobiernos y las empresas hagan algo, nosotros tenemos que decir que no aceptamos esto, porque lamentablemente la política tiene sus tiempos diferentes a los de la gente, sus problemas y dificultades”, apeló.
Y ahí es donde se enmarca el proyecto planteado en el Senado de la Nación semanas atrás: “Como organización social, decimos a la sociedad que se plantee que, al elegir un producto, estamos votando; entonces, de ahora en más, cuando voy a la góndola, voy a dar un voto de confianza a una empresa, ver cómo tiene a sus trabajadores, si no tiene niños detrás… Ése es nuestro desafío: que la sociedad, en el rol de consumidores, elija qué tipo de producto quiere. Pero hoy no nos enseñan, no nos dan la elección de nada. Por eso propusimos un proyecto de ley de certificación de producto libre de trabajo infantil, para que el consumidor, cuando vaya a la góndola, sepa cómo se maneja esa empresa”.
“Las empresas no hacen nada si no las afecta económicamente, entonces que al menos uno se pregunte ¿qué es lo que consumo y qué hay detrás de lo que consumo? Tenemos que movilizar a la política para que haga algo. Sabemos que los trabajadores no tienen ni la indumentaria para ir a trabajar, no les dan ni el zapato para trabajar, llevan su propia ropa, van al yerbal y, si tienen un colchón viejo, pueden llevar; si no, duermen arriba de unas tacuaras con unas frazadas viejas. Y nosotros estamos consumiendo eso”, lamentó.
¿Qué hace falta para que se rompa definitivamente esta naturalización de algo que no es normal?, le preguntó PRIMERA EDICIÓN. Y ella respondió: “Creo que es un trabajo más integral. Desde una organización social podemos hacer un aporte, pero es un granito más: para romper definitivamente se necesita un proceso que involucre al Gobierno con políticas públicas, a las empresas que tienen una responsabilidad social… Acá no se trata sólo de sacar al chico del yerbal: hay que contenerlo a él y a su familia. En esto, cada uno tiene que cumplir su rol, pero si nosotros no presionamos desde nuestro lugar, ellos no lo van a hacer, de hecho está demostrado que no lo hicieron”, finalizó.