Todos los estudios sobre el sueño realizados en distintos países muestran que hoy las personas duermen entre dos a tres horas menos que el siglo pasado.
Sobre cómo, cuánto y dónde duermen los argentinos hay muchas apreciaciones pero para conocer precisiones sobre el tema habrá que esperar que termine el proyecto de investigación Crono Argentina que se propone encuestar a 100.000 personas que vivan en el país y tengan más de trece años sobre sus hábitos de sueño.
Este estudio es realizado por los investigadores del CONICET Diego Golombek, Marina Giménez y María Juliana Leone. Esta última, licenciada en Biotecnología y doctora en Ciencias Básicas y Aplicadas que trabaja en el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes y en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella, dialogó con PRIMERA EDICIÓN y FM de las Misiones cuando vino a Posadas a participar en el congreso de la Asociación Argentina de Ciencias del Comportamiento.
Según adelantó, a fin de 2019 realizarán un corte estadístico para tener los primeros resultados preliminares sobre los hábitos de sueño de los argentinos y por provincia.
“En la actualidad, tenemos unas 20.000 encuestas realizadas pero queremos contar con la participaron de unos 100.000 argentinos en el estudio para poder tener representatividad de los distintos lugares del país”, señaló.
El impacto de donde vivimos
Según explicó la investigadora, hay tres factores que afectan los hábitos de sueño y el cronotipo de una persona (el reloj biológico).
“Hay personas más matutinas que otras, otras más nocturnas; pero esa matutinidad o nocturnidad depende de alguno de los factores externos además de este factor interno del reloj biológico. Estos factores externos son el lugar geográfico donde vive una persona que determina el ciclo de luz y oscuridad y con este ciclo me refiero a la intensidad de la luz y a los horarios de la luz; y eso se modifica por la latitud y la longitud donde reside cada uno. No es lo mismo la cantidad de horas de luz que hay en Posadas, que las que hay en Buenos Aires o en Ushuaia en el mismo horario. El otro factor relacionado con el lugar donde se vive es la densidad poblacional; la luz artificial y la tecnología. En las ciudades más grandes, en general, uno está menos expuesto a la luz del sol y más a la luz artificial que al tener una intensidad menor, tiene un efecto menor en el reloj biológico por lo que la exposición a luces de menor intensidad hace que seamos más nocturnos. Otro factor externo es el cultural, pues dependiendo de cada cultura, uno tiene determinadas costumbres como dormir siesta, los horarios laborales y escolares que también van a modificar nuestros hábitos de sueño”.
Cronotipo del adolescente
Más allá de los factores externos, el hombre tiene un “cronotipo” en sus genes: por eso, algunas personas serán más nocturnas que otras pese a estar expuestas al mismo ciclo de luz oscuridad, con un mismo horario y misma intensidad.
Pero según explicó Leone, el cronotipo cambia con la edad, “el máximo está hacia el final de la adolescencia cuando tendemos a ser más nocturnos, en función de lo que se sabe de otros lugares del mundo donde ya se hicieron estudios similares a los que estamos haciendo nosotros. También varía la cantidad de horas de sueño a lo largo del ciclo de vida: los chicos más chicos necesitan dormir más que los adolescentes y estos necesitan dormir más que los adultos. Se recomienda que un adolescente duerma entre 8 y 10 horas, un adulto entre 7 y 9 horas en promedio”, precisó.
Posiblemente, los resultados de este estudio permitirán corroborar que también los adolescentes argentinos son más nocturnos que el resto de la población, condicionados por su cronotipo, y no sólo por sus hábitos tecnológicos y culturales.
Los riesgos de dormir poco
¿Qué ocurre cuando las personas duermen menos de lo que necesitan?
“La privación de sueño es un problema bastante grave que puede ser a nivel crónico o agudo. Cuando uno duerme poco durante muchos días seguidos (crónico), el rendimiento cognitivo durante el día es menor. Lo mismo ocurre cuando pasamos más de 16 horas sin dormir (agudo), cuando ya empieza a tener este deterioro cognitivo. Es decir que la privación de sueño aguda o crónica genera deterioro cognitivo. Este es un problema grave para esa persona y la sociedad porque, si esa persona maneja, el deterioro cognitivo hace que con ciertos niveles de privación de sueño sea equivalente a haber tomado alcohol. Por eso, así como se mide el nivel de alcohol en sangre para evitar accidentes sería bueno medir el nivel de privación de sueño, algo que es totalmente factible”, destacó.
La privación de sueño está asociada a problemas de salud física y mental: ansiedad, depresión, hipertensión arterial, afecciones coronarias, diabetes, obesidad y ciertos casos de cáncer tienen factores de riesgo asociados a una alteración del sueño.
Las provincias y la siesta
Después de comer hay una mayor propensión de sueño no sólo porque comimos sino también por el mismo funcionamiento del ciclo de sueño-vigilia y la presión de sueño (que aumenta a medida que se suman las horas sin dormir). Esos dos factores hacen que el sueño tenga dos picos: a la noche y en el horario de la siesta.
“Pero hay lugares que, por factores culturales, las personas tienen la posibilidad de dormir siesta y está bien visto que lo hagan y en otros, como en Capital, donde se trabaja de corrido y la siesta no es para dormir. En muchas localidades del interior, los horarios laborales son cortados, mañana y tarde. Dormir la siesta suma a las horas de sueño totales. Si uno no puede dormir muchas horas por la noche pero duerme dos horas de siesta, eso suma y hace que el efecto de la privación de sueño sea menor”, aseguró la investigadora.
Según indicó, la duración de la siesta tiene impacto en el rendimiento cognitivo inmediato: una siesta de 20 minutos mejora el rendimiento cognitivo y evita lo que se llama inercia de sueño, que son los minutos posteriores al despertar en los que uno está somnoliento. Cuando se duerme una hora o más, la inercia de sueño es mayor.
“Dormir está subestimado”
Para Leone, “estamos durmiendo menos horas de lo que deberíamos y restamos horas de sueño en las últimas décadas. Esta es la sociedad 24/7 donde uno tiene que estar despierto para trabajar, para aprovechar el día y donde dormir está visto como una pérdida de tiempo y eso está muy lejos de ser cierto”.
A su entender, “dormir está muy subestimado y cuando uno no duerme bien el rendimiento durante el día es menor, creo que parte del problema está en la educación porque no se conocen las consecuencias asociadas a la falta de sueño. Nuestra sociedad valora poco al sueño, dormir es considerado como una pérdida de tiempo y esto se refleja en frases populares como ‘ya voy a dormir cuando esté muerto’”, reflexionó.
El horario escolar bajo la lupa
Según adelantó Leone, esperan que los resultados del estudio permitan sustanciar políticas públicas, “obviamente será decisión del Estado tomarlo o no como evidencia. Sería realmente bueno que las políticas públicas estén basadas en evidencia científica”.
En este contexto, la científica señaló que el horario escolar empieza muy temprano “y eso impacta más aún en la secundaria, justamente porque los adolescentes son más nocturnos y les cuesta irse a dormir más temprano por lo que terminan durmiendo menos horas de las recomendadas”.
Según recordó, hay experiencias en otros lugares del mundo donde se cambiaron los horarios escolares y “si bien en todos ellos hubo resistencia, porque generó todo un movimiento en el cronograma familiar y laboral, fueron experiencias con efectos positivos. Hasta ahora, estos efectos no fueron evaluados a largo plazo, ninguno más de un año, pero en todos los lugares donde cambiaron el horario obtuvieron resultados beneficiosos en algunos aspectos: duermen más, tienen mejor rendimiento académico, tienen menos accidentes en los lugares donde manejan a partir de los 16 años y se registran mejoras en la salud”.
¿Querés hacer la prueba? ingresá aquí