El 25 de agosto se celebra el Día del Peluquero. El oficio era ejercido solamente para la nobleza que en el siglo XIII utilizaba en Europa, sobre todo en Francia, grandes pelucas. En esa época el peluquero era varón y se encargaba de mantener las pelucas, no el cabello natural.
La fecha elegida para la celebración es el día en que se santificó al rey Luis IX de Francia, quien durante su gobierno, entre 1261 a 1270, jerarquizó a su peluquero a quien declaró hombre libre. Así, el peluquero del rey pasó de ser plebeyo a estar a la altura de los caballeros, jueces, médicos y magistrados. En los siglos siguientes hubo barberos y peinadores que se encargaban de afeitar, teñir, peinar y arreglar las uñas de los varones. Estaba prohibido que un peluquero arreglara a una mujer, si esto ocurría la mujer recibía un castigo.
Más allá de lo que se dispuso en los años 1200, fue recién en el siglo XVII cuando comenzó a mencionarse en los documentos a los peluqueros, aunque no dejaban de considerarse a los barberos y hasta a los fabricantes de pelucas -moda dominante de la Edad Media- como verdaderos peinadores. Fueron ellos, en aquella época, quienes cuidaban el cabello, con cortes que ya por entonces tenían en cuenta la forma de la cabeza y el rostro.
En la Argentina el Día del Peluquero se celebró por primera vez en 1877, año en que se creó la Sociedad de Barberos y Peluqueros.
El primer festejo tuvo lugar en el teatro porteño Coliseo, con un baile al que asistieron 400 personas. El encuentro había sido organizado por Domingo Guillén, peluquero y a la vez director de la publicación quincenal “El Peluquero”. Pasaron los años y por impulso de quienes dentro de la actividad se fueron organizando, se llegó al Congreso Nacional de Peluqueros realizado en 1940 en Pergamino, provincia de Buenos Aires y convocado por la ex Federación Argentina. En ese evento se oficializó el 25 de agosto como Día del Peluquero. Hoy quedan comprendidos en la fecha, peluqueros, peinadores y estilistas. De esta manera se destaca la figura de quien tiene en sus manos la habilidad de llevar a la práctica lo que le pide el cliente, además de ayudarlo y asesorarlo.