Antonia Caballero (61) se levanta todos los días a las 5 de la mañana para llegar al Comedor Universitario del Centro. Como es la primera de todo el personal en estar allí (6.20 de la mañana), se ocupa de poner a calentar el agua en las ollas industriales. Da así el primer paso para los preparativos de la comida que van a servir a cerca de dos mil alumnos, todos beneficiarios de la beca para almorzar y cenar.
Se trata de uno de los servicios sociales quizá más necesarios que brinda de la Universidad Nacional de Misiones y Antonia es una de las protagonistas más antiguas y parte central de las tareas.
“Tenía 27 años cuando comencé. Mi primera ocupación fue como auxiliar lavando las bandejas para servir los platos”, recordó la mujer con jovialidad, al hacer un repaso por los 34 años de servicio que brindó en ese ámbito y del que está pronta a jubilarse.
Un cambio radical
Según contó Antonia, la obtención de ese trabajo le cambió la vida en todo sentido. Ella había venido al país desde Encarnación (Paraguay) expulsada por las necesidades económicas de su familia y con la promesa de un trabajo en casa de familia, como doméstica. Estaba a cargo de un hijo.
“Todos los días venía desde Garupá, para dejar a mi pequeño en la guardería municipal y pasaba frente al viejo edificio del comedor (Corrientes casi Belgrano), que fue su anterior ubicación”, relató.
“Cierta vez una señora -quien también dejaba a su hijo donde lo hacía yo-, me contó que estaban por tomar personal para el servicio de cocina en la universidad y me presenté. La verdad no sabía hacer nada de cocina. Tenía mi buena voluntad y mi entusiasmo. Pasé a dejar mis datos y a la semana me fueron a buscar porque había quedado seleccionada. No lo podía creer. Eran muchas las personas que se presentaron y el puesto era sólo para una”, recordó emocionada.
Esos hechos fueron la oportunidad para mejorar distintos aspectos de su vida, tanto personal como económica.
“Mucho tiempo lavé bandejas, hasta que la universidad tomó nuevo personal para hacer esa tarea y me empezaron a capacitar para auxiliar de cocina: pelaba cebollas, cortaba la carne y preparaba las verduras. Era mucho más complicado que lavar bandejas”, rememoró Antonia con una enorme sonrisa.
“Hay que tener manos fuertes y movimientos rápidos para sacar la comida para mil personas sin tener contratiempos”, enfatizó.
Un equipo unido y querido
Actualmente el plantel de compañeros con los cuales trabaja está conformado por unas 10 personas. Cuando Antonia comenzó eras 14 trabajadores, pero como, con los años se habilitó el comedor del Campus, parte del personal fue trasladado hacia allá.
El servicio se brinda dos veces al día (almuerzo y cena). Durante toda la mañana y hasta las 11, como tarde, cocinar y mezclar los insumos en las ollas. Previamente picaron la carne, las verduras, para precocinarlas, hicieron toda la preparación de las ensaladas, pelar y hervir mandioca (si hace falta) o cortar el pan e higiene de los utensilios.
De pasar del cargo de auxiliar a cocinar fue sólo cuestión de tiempo, porque Antonia ponía voluntad y amor en todo lo que hacía.
“Sin el ingrediente amor no podes hacer nada en la vida y si cocinas pero no le pones lo que hace falta, hay que dejar nomás. Sin amor nadie puede cocinar bien”, explicó la experta cocinera y una de las más queridas del plantel. “Para cocinar tenes que poner mucho amor, te tiene que gustar. Es la base principal”, insistió.
Es que para Antonia, los estudiantes son como sus hijos y así los trata. De ahí que varias generaciones de alumnos la recuerden con tanto cariño. Indicó Antonia: “Viví tantas cosas felices cocinando para los chicos que cuando esté jubilada, seguro voy a empezar a cocinar pronto haciendo algún emprendimiento, porque es un camino que me marcará toda la existencia”.
Actualmente, como está pronta a jubilarse (posiblemente salga el trámite a fin de año) y es por eso que más que nunca está en contacto con los estudiantes porque es una de las encargadas de servir lo preparado.
“Trabajando en el comedor aprendí todo lo que sé hacer en la vida. Gracias al comedor viví los mejores años de mi vida. Cuando llegué aquí tenía sólo la voluntad de trabajar, el resto lo aprendí de cero”, se emocionó la mujer.
“Este trabajo me cambió por completo”
Antonia Caballero, su pequeño hijo y su pareja vivían en una pequeña casita de madera. Antes de comenzar a trabajar para la universidad ella contó que pasaban por múltiples necesidades.
Cuando comenzó su contrato con la UNaM estuvo dos años como auxiliar, luego de ese tiempo la Universidad no sólo le dio una oportunidad de un trabajo inmejorable para su situación, sino que además hubo profesionales que se interesaron por su caso para ayudarla a tramitar y poner en regla sus papeles migratorios, la obtención de la residencia y más tarde ciudadanía.
“Cuando finalmente cumplí con los requisitos pasé a ser planta permanente con escalafón y gracias a que mejoraron mis ingresos pudimos mandar a construir una casita de material”, contó.
“Yo trabajaba como empleada doméstica, estaba en negro. Doy gracias a Dios que me abrió esa puerta. Para esa época que yo ingresé era todo tan difícil para los trabajadores y extranjeros. Tuve mucha luz”, expresó.
“Voy a extrañar la vida que tuve en el comedor, toda mi vida hice prácticamente eso. Estar rodeada de estudiantes, de su alegría. Realmente no voy a poder olvidar nunca a los chicos y chicas que pasan por allí”, aseguró.
Para no aburrirse, después del año sabático que piensa tomarse para descansar, dice Antonia con picardía, que todavía “me siento joven y fuerte para trabajar así que seguro que algo voy a emprender”.