“¿Qué pasa? ¿No se dieron cuenta que cayó el ascensor? ¿Dónde está Carlitos y esos bol… de seguridad?”, preguntó desesperado Alejandro Saúl Mirochnik (57) a los bomberos que removían los restos de hierro y cemento de lo que había sido la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) hasta el atentado terrorista que sacudió a la Argentina, en 1994. Los servidores públicos le contestaron que “Carlitos y todos esos bol… están muertos. No tenés idea. No se trata sólo de un ascensor, son cinco pisos convertidos en escombros”. Palabras más, palabras menos, son las que utiliza este atleta y sobreviviente durante las charlas que brinda en distintos puntos del país en ocasión de conmemorarse el 18 de julio el 25 aniversario de este aberrante episodio.
“Soy uno de los pocos sobrevivientes que puede contar sobre el atentado desde adentro”, dijo este licenciado en educación física y deportes, ahora docente jubilado, durante su disertación en la sede de la Comunidad Israelita de Misiones, en Posadas, donde inauguró la ronda de conferencias organizadas por AMIA Cultura Federal.
Quien estuvo aprisionado por el término de ocho horas debajo de la obra de Pasteur 633, aseguró que “tengo la suerte de poder contarlo. Quiero compartir con quienes quieran escucharlo, cómo pude ser exitoso después de esto, cómo pude salir adelante, seguir luchando, en recuperar mi pierna que estaba lista para ser amputada”. Añadió que el miembro derecho “quedó tres centímetros más corto.
Me dijeron que nunca más iba a correr. A todo eso con el tiempo lo fuimos ganando. En esa época era triatleta, campeón argentino de triatlón, que es un deporte que combina natación, ciclismo y carrera de a pie. Dije voy a seguir luchando. Me preparaba para correr la distancia más larga que es un ironman, y con el correr de los años lo pude lograr. En 1998 corrí uno y después otro, y hace menos de un mes concreté el número 13”, agregó.
Desde el 28 de agosto de 1978, Mirochnik era empleado de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), que funcionaba en el último piso de los cinco que tenía la sede de la AMIA.
Trabajaba en el Departamento de Prensa. “Mi trabajo era el de archivista del área. Consistía en recortar los artículos de los diarios, pegarlos, y distribuirlos entre la gente, tarea que en la actualidad se hace a través de las redes sociales. En esa época no contábamos con esos recursos, era un trabajo artesanal. Juntábamos la información y la podíamos distribuir a la comunidad a fin que esté informada y pudiera desarrollar estrategias”, comentó durante una charla con Ko´ape..
Esa mañana, como todas las demás, pedaleó desde Mataderos hasta Plaza Once, recorriendo unos 13 kilómetros. Ingresó al predio a las 9.30, dejó la bicicleta, la aseguró con un candado y caminó dos cuadras para buscar unos periódicos a fin de poder cumplimentar su tarea diaria. Al regresar no observó nada raro. “La policía estaba en su lugar como la gente de mesa de entradas. Todo como siempre. Pero cuando subí al ascensor y estaba a punto de llegar al quinto piso, el elevador se vino abajo. No escuché ruidos. A diferencia de otros, no escuché la explosión. Simplemente sentí que se venía abajo, quedé agazapado, y cuando se detuvo, sentí el peso de mi cuerpo sobre la pierna y que algo no estaba bien. Estaba todo muy oscuro y la movilidad de mi pierna estaba obstruida por una viga muy grande”, narró.
Con el correr del tiempo -luego supo que estuvo allí a lo largo de ocho horas- escuchó el motor de un helicóptero, el movimiento de topadoras que sacaban escombros, gente gritando, silencios profundos. “Y en un determinando momento apareció la luz. Digo que fue la luz de Dios que me iluminó y que me hizo ver que la pierna estaba quebrada. Salí de ahí por el mismo agujero que la viga había causado al ascensor. Me dispersé hacia la derecha y pude gritar a través de ese agujero mediante el que veía la bota de los bomberos. Pude decir ¡aquí estoy yo!. ¡Auxilio, ¡auxilio!”, confió.
Después “me di cuenta de la ignorancia del momento. ¿Qué pasa? ¿no se dieron cuenta que cayó el ascensor? ¿Dónde está Carlitos y esos bol… de seguridad?.” Tras la respuesta obvia, los servidores públicos “me pasaron una manguerita con agua, otra con oxígeno y una campera para cubrir mi cabeza, y empezaron a trabajar para sacar los escombros, que fue una cosa terrible”.
El mundo se vino abajo a las 9.53, cuando una Traffic con explosivos detonó en la puerta de la AMIA, y a las 15 Mirochnik tuvo el primer contacto con el exterior. A partir de ahí “comencé a sentir otra cosa. Se muere el Alejandro campeón, y nace el Alejandro luchador. Empieza el miedo, mucho miedo y los gritos de sáquenme. Había dos vigas, a una la empiezan a cortar con la sierrita y cuando la sacan, empezaba a oscurecer. Tipo 18.30 tiraron una soga, me ataron y me subieron, y todo lo que vi era caótico. Lo mismo que la gente vio por televisión, pero en vivo. Esas imágenes me quedarán grabadas para siempre”.
Lo llevaron al hospital de clínicas, a cuyos médicos está “tremendamente agradecido. Me dijeron que mi pierna estaba para cortar pero que iban a esperar. ‘Aguantá’, me decían. Estaba levantada a 45 grados, con abundante peso para que se estirara y se desinflame. En caso que me agarrara gangrena, me cortaban. Primero tu vida, después la pierna, me decían. Pero yo insistía con que tenía que correr triatlón”.
Acompañado por Tamara Jatemliansky, coordinadora del programa Amia Cultura Federal, aseguró que “un Dios aparte me cuidó la pierna, me enyesaron como a los dos meses y después de ocho meses me sacaron. Empecé a caminar, me pusieron una plantilla ortopédica, con el correr del tiempo empecé a entrenar y a entrenar, y gracias a Dios salí adelante”.
Sostuvo que “la cabeza está bien, contenta y orgullosa porque hay cosas que puedo contar , y esa es mi misión en ese momento. Nos hace pasar por una desgracia, un atentado, pero todos tenemos un problema o una tristeza. A quien está decaído le digo que lo mejor está por venir, que luche, que le dé un abrazo al ser querido”.
Dos años después dejó de depender de la AMIA, se dedicó a la educación física y “compartí con chicos especiales que la siguen remando y están felices de estar vivos. Ahora recorro las provincias para poder transmitir que se puede salir adelante”.
El recuerdo del tío “Bubi”
Al año, Mirochnik volvió al lugar del atentado. “Me produjo conmoción cuando escuché las sirenas. Es terrible. No fui más aunque paso de vez en cuando porque justo frente a la AMIA plantaron árboles y en uno de ellos colocaron una placa con el nombre de mi tío, Naún “Bubi” Mirochnik que ese día estaba en el primer piso trabajando de mozo. Había trabajado un montón de años como tintorero y cuando tenía 62, tuvo la suerte de que la AMIA lo contrate para poder jubilarse a los 65.
Ese lunes comenzó sus vacaciones pero se enfermó uno de los tres mozos, y él lo fue a cubrir. Y se quedó en el primer piso”, recordó, al borde de las lágrimas. Describió a su pariente como “un tipo excepcional. Alegre, contento, feliz, a pesar de los golpes de la vida”. A ese espacio de memoria puedo llevar a “mi hijo Joaquín Alejandro (19), que es uno de los regalos más grandes que me dio Dios porque después de la tragedia pude formar una familia y tener un hijo”.
Saúl, el padre de Mirochnik, era empleado del Banco Central de la República Argentina (BCRA), en San Martín y Corrientes, a seis estaciones de subte. Después contó a su hijo que un amigo fue hasta su trabajo, lo abrazó y le dijo “andate urgente a la AMIA, que el edificio se vino abajo. ¿El Ale está ahí, no? Pusieron una bomba y explotó. Mi papá le dijo quedate tranquilo, si el Ale trabaja en la DAIA. No pasa nada. El amigo le retrucó: la DAIA queda en el quinto piso de la AMIA, Saúl!. Papá subió al ascensor y se preguntaba a qué iba: a buscar un muerto, un hueso… si explotó la AMIA se murieron todos y mi hijo y mi hermano estaban adentro. Y se paró en la esquina de Pasteur y Lavalle a ver cómo pasaban las camillas”.
A las 14, se anunció mediante un altavoz que no esperaran más porque no había sobrevivientes, que buscaran a sus familiares en los hospitales. “Era lo más triste que te podía pasar”.
A las 17, desde otro parlante una voz proclamó que Alejandro Mirochnik estaba con vida, lo que hizo que “mi viejo, mi hermano y mis primos se enteraran” de la buena noticia. Fueron al hospital y luego quedaron mirando la tele en un restaurante. A las 19.30 vieron en vivo el rescate de una persona pero no se dieron cuenta “que era yo, salvo el novio de mi prima que dijo voy al baño y se cruzó al hospital que estaba en frente. Me buscó y me abrazó. Me dijo le voy a contar a tu papá y tu hermano”. Su mamá estaba en Mataderos con una vecina que “comenzó a gritar: ¡sacaron a tu hijo!. Pero ella, shockeada, tampoco se daba cuenta”.
Sobrevivientes
El disertante no supo precisar cuántos “somos” los sobrevivientes. El edificio de enfrente quedó peor que la AMIA. Murió mucha gente de los alrededores. A algunos le estallaron los vidrios porque la explosión fue muy grande. La ola expansiva arrebató la vida a muchos niños, a gente que buscaba trabajo. Y después de todo, los padres y familiares de los muertos también son sobrevivientes. No hay un número. La AMIA tenía 10 metros de ancho por otros tanto de largo pero en realidad cruzaba a Uriburu donde había un teatro, una sinagoga, toda la manzana estaba poblada de anexos de la institución. Entonces, “hubo sobrevivientes de muchos colores. Todos somos sobrevivientes. Más que sobrevivientes de una religión como el judaísmo, somos sobrevivientes de un atentado que nos tocó a los humanos. Es más a la humanidad que al judío o a quien sea”, explicó.
El ascensor le salvó la vida y la preparación física y mental que tenía en ese momento hizo que pudiera “sostenerse” durante ocho horas debajo de los escombros. “Me tocó salvarme. Bienvenido sea. Lo aproveché. Pude hacerlo. Elegí y elijo vivir. Sigo armando proyectos. Otros me dicen en mi lugar se hubieran suicidado. En diciembre me recibo de psicólogo social, sigo estudiando, trabajando, armando equipos de triatlón, porque muchos quieren cumplir el sueño de poder llegar en una carrera”. Busca aportar desde la experiencia para que las nuevas generaciones sepan que en este país “han pasado cosas terribles no hace muchos años”.