En la década del 90 muchos nikkeys -se denomina así a los descendientes de japoneses nacidos fuera de Japón- se disponían a buscar nuevos horizontes en la tierra de la que vinieron sus padres o sus abuelos. María Angélica Nishino, nació en colonia Primavera, municipio de Jardín América, y decidió seguir los pasos de sus paisanos allá por 1992. En la primera oportunidad que tuvo de viajar al continente asiático, se estableció por un año. En ese lapso de tiempo y por esas cosas del destino, conoció a Eduardo Takeuchi, quien es su esposo, en la misma empresa en la que ambos trabajaban.
Después de tres años, el joven regresó a su Brasil natal y ella a Misiones. Luego la pareja se casó y vivió unos años en tierras cariocas. La situación económica en el vecino país no era la mejor por lo que decidieron volver a Japón, ya con una hija (Kaori), que en ese entonces tenía apenas tres años.
Nada resultó tan fácil porque iban sin un empleo fijo y debieron adaptarse a otro ritmo, pero desde hace 20 años el matrimonio está radicado en la tierra del “sol naciente”, donde en 2010 nació Yumi, su segunda hija. “Acá la vida es ajetreada, pero me acostumbré”, aseguró María Angélica, que en estos años regresó de paseo a la tierra colorada -sobre todo a visitar a sus padres y hermanos que viven en Jardín América- sólo una vez.
Para regresar al continente americano utilizaron el aeropuerto de Foz Do Iguaçú (Brasil), que es el que “nos queda más cerca. Dista alrededor de 19 mil kilómetros, lo que significa unas 22 horas de viaje, sin contar el tiempo que se pierde en las escalas. Es muy lejos”.
Sostiene que “nada es definitivo” pero que “no está en mis planes volver”. De Japón rescata “la seguridad, el respeto y la educación”. Palabras que escribió con mayúsculas y entre signos de admiración. En ese país su hija mayor ya consiguió empleo y la menor es estudiante de la escuela primaria. “Las dos están bien adaptadas a este lugar”, explicó la misionera, como sustentando su respuesta.
Por estos días, desempeña tareas en el sector de logística en una fábrica de panificados en horario nocturno. Durante el día se dedica a cumplir el rol de “mamá y ama de casa”. Confió que “me gusta lo que hago pero trabajo solo con japoneses entonces pasan meses sin la necesidad de hablar en castellano”.
Su familia reside en Ebina-shi, Kanagawa, una ciudad en pleno crecimiento, ubicada cerca de los grandes centros urbanos, entre ellos Tokio, la capital japonesa, que queda a una hora de viaje. Si bien experimenta algo de “nostalgia, no extraño la Argentina porque con tantos años viviendo afuera ya estoy acostumbrada a este estilo de vida.
Además, por estos días en los supermercados se consiguen todos los productos que son típicos de allá, como el dulce de leche, la yerba, las carnes para el asado. Y a lo que no hay, te vas adaptando”.