“Homenaje del Pueblo de Misiones al Creador de la Bandera Nacional. 1820-1920”, reza el programa de actividades que exhibe la librería Imperio en su vidriera. Un documento que Lloyd Jorge Wickström conserva en su familia desde hace 99 años y que no es más que el respeto de un pueblo a Manuel Belgrano, uno de los padres de la Patria, pues para entonces no estaba instituido el Día de la Bandera en el calendario argentino.
El texto, cuya exposición cuenta con la adhesión del Rotary Club Posadas “Villa Lanús”, en sus primeras líneas invita a la población nacional y extranjera al embanderamiento general, a vestir la escarapela y ornamentar las vidrieras de los comercios en honor a Belgrano y la enseña patria, aunque no fue hasta 1938 que se sancionó por ley (12.361) el feriado que hoy se conoce como Día de la Bandera, luego de una historia poco conocida.
Se antepusieron dos años de intensos debates y fue un grupo de jóvenes argentinos quienes fueron determinantes para su institución, según relata la historia, el 1 de mayo de 1936 las calles de Buenos Aires se poblaron de banderas de los grupos que enfrentaban a republicanos y nacionalistas en España y que tuvieron en el alzamiento de Franco en Marruecos el cruento inicio de la Guerra Civil Española. Indignados por las frecuentes manifestaciones extranjeras portando símbolos extranjeros que desfilaban impunes por las calles de Buenos Aires resolvieron donar una bandera a la Municipalidad, a manera de desagravio, para rendirle tributo ese 20 de junio, en un nuevo aniversario de la muerte de Belgrano.
Pero faltaba más. Reunieron dinero y compraron una gran bandera, cuyo sol central, bordado en hilos de seda dorados, pesaba ocho kilos. La resguardaron en un cofre de cristal para el que se utilizó la fundición del bronce de uno de los cañones usados en la campaña del Alto Perú para confeccionar las manijas, así como también la placa en la que quedó inscripto: “Al general Belgrano: homenaje de la juventud argentina de Buenos Aires en el 116° aniversario de su fallecimiento y como creador de la bandera nacional”.
Esto desembocó en una gran ceremonia que quedó registrada en las portadas de los diarios de la época. “Todo el centro de la ciudad vio ayer profundamente alterada su fisonomía. No era la de los días hábiles ni la de las fiestas ordinarias, ni tampoco la del 25 de Mayo o 9 de Julio”, escribió, por ejemplo, La Nación.
Actualmente esa bandera se mantiene en custodia en el Museo Histórico Nacional, gracias a las gestiones que en 1960 realizó su director Humberto Burzio, quien vio en esa enseña los méritos suficientes como para ser resguardada y exhibida.
Y, por supuesto, no todo quedó allí, el fervor que se generó actuó como preludio de la discusión parlamentaria que decretaría dos años más tarde el feriado nacional dedicado al Día de la Bandera.
El proyecto pasó por el Senado el 7 de junio de 1938 y fue vehementemente objetado por Rothe, quien observó que instituir un feriado todos los 20 de junio “sería recargar el calendario de festividades, habiendo ya otros dos días destinados a celebraciones patrias”. Y propuso, en cambio, designar el tercer domingo de junio como festividad para la bandera. Pero Sánchez Sorondo pidió que se decretara feriado el 20 de junio, pues no concebía que se rindiera homenaje a la bandera en un día de trabajo.
Tras un tenso debate se determinó el feriado “para todo el territorio nacional” y no se modificó hasta 1996, casi seis décadas después, ya sin tantas discusiones, cuando el gobierno de Carlos Menem dispuso por decreto que la fecha patria de homenaje a Belgrano pasara a celebrarse definitivamente el tercer lunes de junio, consolidando en el calendario un fin de semana largo. El cambio no generó entonces mayores rechazos y fue bien recibido por el turismo. Hasta 2017, cuando el Poder Ejecutivo Nacional lo convirtió en inamovible.
Un programa, 99 años de historia
“Yace aquí 99 años de historia”, dice la vidriera de Imperio y, sobre este documento, Wickström recordó que su familia materna, de apellido Gutiérrez, supo contar con importantes extensiones de tierra y su abuelo estuvo a cargo de una estancia en Villa Rica, Paraguay. Quiso la suerte que aquella semana de junio de 1920 visitara a su hija en la capital misionera y conservara el afiche que tras su muerte quedó en manos de su madre y, años después él resguardó.
“Somos muy como mi padre, de guardar papeles, tengo documentos de la colonización de Oberá que son valiosísimos. Este estaba guardado y dije tengo que ponerlo en un cuadro, debe ser el único que subsiste, tiene 99 años y es interesante ver los actos que se extendían desde el 18”, confió. E hizo hincapié en las recomendaciones que efectúa en los primeros puntos, embanderar las casas y usar escarapelas, decorar las vidrieras, “algo que treinta o cuarenta años atrás se estilaba y como Imperio lo hace”, que en definitiva fue lo que lo motivó a sumarse a la ornamentación.
Claro que hay mucho más que este programa entre los recuerdos de Wickström. Conserva, entre muchos otros papeles, un diario de su abuelo en el que detalló muchos de sus movimientos, por ejemplo, apuntó allí que el 26 de abril de 1910 salió de San Francisco en el barco City of Pueblo, el 3 de mayo viajó a Vancouver, el 21 a Seattle, luego a Mineápolis, más tarde a Nueva York y desde allí a Buenos Aires, después Asunción y Villa Rica, registró también sus gastos, el día que ingresó a la masonería y los bailes a los que fue invitado.
“Además me contaba sobre su vida, perdió la vista, entonces me pagaba un peso para que le leyera, sábado o domingo, de mañana o de tarde, no importaba, iba por una hora, ese era el convenio, golpeaba la eslabón, salía, muy bien vestido siempre, con su reloj de oro, me martirizaba porque nunca faltaban las preguntas, 8 por 8, 9 por 5, era un ritual, ‘hay que saber las tablas, las cuatro operaciones fundamentales’, decía, porque si no un hombre no puede progresar en esta vida. Me daba el libro, una revista y comenzaba a leer, pero pronto me interrumpía para contarme sobre su vida en Suecia, Finlandia, San Petersburgo, Estados Unidos, Canadá, Argentina, Paraguay y Yerbal Viejo, todo eso me fue quedando y mucho, sobre su paso por Norteamérica, está documentado”, mencionó.
Y no faltó el transitar de su abuelo en México, donde fue a buscar oro, llegó a la baja California y ya estaba en cierne la prerrevolución, la de los hermanos Flores Magón, tres políticos y periodistas opositores a la dictadura de Porfirio Díaz considerados precursores de la Revolución mexicana de 1910, “quienes le ofrecieron tierras, como a todos los que estaban en su misma situación, se engancharon como mercenarios y en una escaramuza le quitó una pistola Colt modelo 1905, militar, un arma que tiene toda una historia, que tengo yo y que por el número de serie sabemos que se vendió al ejército de México, así que era cierto lo que decía el abuelo”, sostuvo.
También tiene el primer surtidor de combustible que funcionó en Oberá, pues su familia supo ser propietaria de la estación de servicios pionera en la Capital del Monte. “El archivo es muy importante para los pueblos”, remarcó Wickström, por eso recomendó conservar cartas, fotografías, documentos que van dejando los abuelos al partir de esta tierra. Y su lucha va más allá, pues desde hace décadas brega por la instalación de un museo en la Capital del Monte, rincón de la provincia del que incluso escribió la historia.
“Oberá no tiene un museo y yo tengo infinidad de cosas, tengo la única bandera argentina que se conserva del acto fundacional, está enmarcada; también una bandera de Suecia que mi abuelo compró al salir de allí en 1903, objetos, documentos que me están traduciendo porque están en sueco antiguo, hay muchísima historia y merece tener su lugar”, opinó.
“De Yerbal Viejo a Oberá”
Wickström trabaja en su tercer libro, texto que contendrá mucha de la historia que supo atesorar y que, seguramente, se convertirá en un excelente material de consulta, como será siempre “De Yerbal Viejo a Oberá”, cuyas páginas merecieran estar en cada aula de las escuelas de “La que Brilla”.
“Las historias se pierden y se pierden realmente para siempre”, enfatizó el conservador compulsivo y a su memoria fueron llegando más recuerdos, como la carta que la creadora de la Fiesta de la Yerba Mate, Angélica Schnarbach, escribió a su padre, que por entonces se dedicaba al periodismo, tenía un semanario, “El Vocero Regional”, y que transcribe en su libro, con detalles, nombres, espectáculos y platos que se prepararon, también las comparsas y carrozas que irían pasando por aquella picada sueca.
En este contexto memoró que para la que sería la segunda fiesta se esperaba la visita de Perón, quien se iba a alojar en una casa que ya no está, frente a la plaza 9 de Julio, en el jardín del Banco Hipotecario, y que su hermana había resultado electa reina por el departamento de Oberá, también estaba lista la carroza, pero finalmente los avatares políticos, evidentemente a nivel nacional ya se estaba gestando la revolución, impidió la realización de la celebración en homenaje al producto madre de la tierra roja.
Definitivamente es imposible establecer un registro de todos los objetos que Wickström guarda y que no son más que el registro de la línea del tiempo de una porción de Misiones, desde un diccionario de Esperanto hasta el auto que su padre tuvo cuando él era un niño, que encontró abandonado camino a Panambí y adquirió para restaurarlo. Elementos que está dispuesto a compartir en un museo, pero que a pesar de los años que lleva en la búsqueda de su creación no logra concretar.