La generosidad, humildad, tenacidad, sabiduría, optimismo y amor por los pobres, que demostró el padre Francisco Wessling mientras regía los destinos del Instituto Santa Catalina dejó una marca indeleble en muchos estudiantes. Pero, particularmente en Aldo Humberto Dávalos, un empresario cuyos días transcurren entre Santiago de Chile y Posadas, que a pesar del paso de los años, refiere a las virtudes del sacerdote alemán y no puede dejar de emocionarse.
Y en su honor, hace tres años ideó una entrega de becas para chicos de la institución que tienen dificultades económicas para seguir estudiando. Dice que es el objetivo es “devolver un poco” de lo que recibió de la institución. En esta oportunidad, la entrega de los beneficios coincidió con la celebración de los 59 años del colegio. Y fue una verdadera fiesta.
Tras la entrega, dialogó con Ko’ape y contó que lo de la beca “fue una idea que nació para el primer año. Después nos dimos cuenta que en segundo año tenía que seguir, y ahora, en tercer año. Para mí es un agradecimiento, una devolución de todo lo que recibí, porque esa instancia uno no se puede olvidar. Uno no puede olvidarse de donde viene para saber hacia adonde quiere ir”.
Dávalos, que correteaba por el predio desde su paso por el jardín de infantes, contó que “vivía acá abajo, cerca la usina, en el barrio Tiro Federal. Estaba El Brete, Pira Pytá, Regimiento, todo un entorno, y este sacerdote con mucha visión logró que todos los chicos nos juntáramos acá y tuvieran la oportunidad de tener una educación”.
Añadió que el religioso era rector del “Roque, entonces traía docentes de ahí, del Santa María, del Montoya. Teníamos buenos profesores, y eso nos dio una oportunidad de tener una buena educación. El tema de ladrillo a ladrillo era cierto, teníamos una huerta y se cocinaba para los que no tenían comida en la casa. Era fantástico. Olvidar al padre Francisco sería olvidar la esencia de este colegio”.
Recordó que sus hermanos: Carlos, Nancy, Stella Marys, Paula Andrea, “todos pasamos por acá y estamos aferrados. Mis padres, Aldo y Aída, colaboraron mucho. Estudié administración de empresas acá y cuando estaba en la última etapa me dieron la posibilidad de ir a estudiar en Buenos Aires, dejé un poco los estudios y me dediqué con todo a la parte empresarial, pero la formación la saqué de acá”.
Conoció al padre Francisco, y “a la par íbamos haciendo cosas. La marca que dejó es muy fuerte. Era una persona muy exigente y acá están los resultados. Él decía servicio y solidaridad, pero lo demostraba con los hechos. Dejó su familia, su casa, en Alemania, y vino a vivir a un barrio de Posadas que hace 60 años no era lo que es hoy, y eso es admirable”.
Y me da la posibilidad de acordarme de esta escuela que me dio una formación desde jardín de infantes. “Cuando cuento la historia, trato en lo posible que esto no se pierda, de explicar un poco que lo que hoy vemos tuvo un inicio muy potente. No hay que olvidar la esencia”, insistió.
Desde 1985 reside en Santiago de Chile. Se estableció allí gracias a una empresa misionera que tenía una filial en el país trasandino. La firma decidió cerrar, y “yo me quedé y continué con lo que estábamos haciendo. Eso hizo que me radicara allí. Tengo que agradecer a Chile la posibilidad que me dio del desarrollo empresarial, de elaborar yerba mate que llevamos desde Misiones y de Brasil”.
En su momento “era lo que se podía hacer y allá era una variable que no se daba. Entonces la llevábamos, envasábamos y la vendíamos de acuerdo al gusto y a la preferencia de los chilenos, y eso nos dio la posibilidad de crecer y desarrollarnos”, junto a su familia (su esposa, Cristina Bossi, una posadeña con la que se conoció en el barrio, e hijos Cintia, Fabián y Natalia).
Motivo de alegría
Antes de la entrega de la beca, y ante un auditorio colmado de alumnos y familiares, Dávalos aseguró que esta iniciativa “es para mí, una alegría, una emoción”. Indicó que el nombre de la beca es un poco para resaltar el inicio, rememorar cómo se formó y los conceptos que tenía el padre Francisco cuando desde su Alemania natal vino a un barrio periférico de ese momento “para intentar darnos, a los que teníamos ganas y buena voluntad de estudiar, una calidad de educación que fuese similar a lo que en ese momento tenían los del centro de la ciudad”.
Y Santa Catalina iba creciendo. Al lado de la capilla había un jardín, primero, después empezaron las aulas y “lo que ustedes ven hoy, hace 60 años era impensable. Creo que esa debe ser una gran alegría para todos los que pasamos por el instituto y ustedes que están estudiando, deben saber el valor con que el padre Francisco y la colaboración de maestros, profesores, padres y vecinos, hicieron de esto un colegio respetado, reconocido, de donde salen profesionales, pretendemos, de excelente calidad para reinsertarse en el mundo laboral”, agregó.
Aseguró que una de sus visiones/misiones del padre Francisco era solidaridad y servicio como principio. “Y era tan coherente lo que pensaba, decía y hacía, que uno no se podía escapar de esa línea, porque vino de Alemania a un barrio y nos pedía que entre todos nos ayudemos y colaboremos para tener un colegio que sea de buena calidad y que, sobre todo, forme buenas personas. Él estará agradecido, y yo estoy agradecido a él”.
Sostuvo que el camino hacia los 60 años “nos tienen que motivar a dar un paso más. Independientemente de la beca, la posibilidad que todos los que estudiamos acá o pasamos por acá, o tenemos una formación, nos acerquemos a la escuela”.
Invitó a aquel que tenga una empresa, un negocio, de dar la posibilidad a los chicos que hagan una pasantía, a fin que se puedan ir armando para salir al mundo laboral. “O que un profesional venga a dar una clase, o que enseñe a sacar buenas personas y líderes. Creo que la fortaleza que vamos a conseguir con toda esa juventud que hoy está deseosa de buscar lo bueno y lo mejor, será un éxito. Creo que ese fue el mensaje del padre Francisco. Y tenemos que agradecer a Santa Catalina que siempre nos ayudó, nos guió, y nos dio la fuerza para salir adelante”, sintetizó Dávalos.
Educación de calidad
El representante legal del Instituto, el sacerdote Ángel Rojas, puso de manifiesto la importancia de este primer eslabón en la concreción de este proyecto común entre el Instituto y exalumnos benefactores.
Manifestó que “en un contexto de crisis y transformación educativa, junto a las cambiantes políticas nacionales en lo educativo, como en el orden económico y social, nuestro Instituto supo y sabe mantener la fidelidad a los valores con que se inició y al objetivo de brindar educación de calidad en lo humano, pedagógico, y mejores recursos a un sector social muchas veces excluido y sin posibilidades de acceder a la educación”. S
ostuvo que “la identificación de sus alumnos con el Instituto y el cariño que guardan por el mismo, es reflejo del espíritu familiar y del trabajo que aquí se vive”.
Rumbo al 60 aniversario
El 16 de marzo de 1959, ante la necesidad de brindar instrucción escolar a los niños, procedentes del jardín de infantes que funcionaba junto a la capilla Santa Catalina desde 1957, bajo la atención de las docentes, Rosa Estela de Nelli, Catalina Magri, Nélida Morenate y Lidia Ríos, y la asesoría del padre Francisco, abría sus puertas por primera vez la escuela parroquial Santa Catalina.
La inscripción inicial para primer grado fue de 58 niños que divididos en dos turnos fueron atendidos por las maestras Yolanda Gómez de Godoy e Isabel García Benítez Báez. De esta manera escuela y jardín complementaban su acción común y gratuita en beneficio de los niños de una amplia zona de Posadas.
Por Resolución Nº 202 del 20 de mayo de 1960 se autorizó oficialmente el funcionamiento de la escuela, que quedó incorporada al Consejo General de Educación y, por la misma, se confirmó el personal directivo y docente. La fundación de esta escuela sentó precedentes para futuras creaciones de otros colegios parroquiales.
El edificio era de carácter particular. A la fecha de funcionamiento contaba solamente con un aula. Su construcción se inicio en diciembre de 1958. al cabo de un año de intensa y fecunda labor, en1960 se construyeron tres aulas y la dirección. Para ese entonces la escuela contaba con diez secciones y una inscripción de 310 alumnos.
Con el correr del tiempo las ampliaciones continuaron. Desde un primer momento la obra del padre Francisco despertó la adhesión de los vecinos del barrio, que colaboraron en la construcción del edificio escolar.