El Parque Nacional Talampaya, con sus geoformas, condoreras, quebradas, cañones, petroglifos y el gigantesco cajón del río que le da el nombre en el rojo desierto de La Rioja, es candidato a ser una de las 7 Maravillas de Argentina, en base a los mismos valores por los que fue declarado Patrimonio de la Humanidad.
Esta reserva natural del centro oeste riojano, con dos accesos por la ruta nacional 76 en una de las zonas más yermas del país, tiene en sus 215.000 hectáreas propuestas para todas las edades, posibilidades e intereses.
Numerosos circuitos exhiben desde los estratos multicolores que maravillan a geólogos y fotógrafos, restos arqueológicos y una variada fauna andina, hasta el paseo de dinosaurios sintéticos, quizás el menos natural de sus atractivos, para disfrute de los niños.
Las excursiones se realizan sólo en vehículos de concesionarios y son aranceladas, salvo unos pocos trayectos de corta extensión para caminantes o ciclistas, vecinos a las oficinas de administración.
El principal recorrido es por el cañón del río Talampaya, normalmente seco o como un estrecho hilo de agua por el que se puede caminar, entre los paredones de más de 150 metros de altura.
Este paseo llevan a petroglifos de los primeros habitantes del lugar, de entre 600 y 1.000 años, y a un pequeño bosque llamado “Jardín Botánico”, con algarrobos y otras especies nativas.
Junto al bosque está La Chimenea, una concavidad casi circular que se eleva en una de las paredes y en la cual los turistas juegan a gritar a coro y escuchar sus repetidos ecos a la distancia.
Más adelante se encuentran las geoformas de decenas de metros de altura llamadas La Torre, El Monje, El Tótem, El Alfil y Los Reyes Magos, entre otras.
Uno de los circuitos más jóvenes para recorrer a pie, con guía, es la Quebrada de Don Eduardo, que se desprende el trayecto central y avanza por estrechos desfiladeros por los que el arriero que le dio el nombre llevaba su tropa.
Es un trekking de media dificultad, con una corta escalada en El Auditorio, que se hace con ayuda de los baqueanos, y que pasa bajo puentes de piedra para salir por La Garganta a un espacio abierto, “a espaldas” del cañón principal.
Además de los cóndores, que planean cual vigilantes en lo alto, se pueden ver otras aves menores, y en tierra guanacos, ñandúes petisos (o choiques), zorros y maras, también llamadas liebres patagónicas, que es el animal insignia en el escudo del Parque.
Sobre la misma ruta, a 13 kilómetros del acceso principal, por la segunda entrada se va a dos de los circuitos más pintorescos del parque, luego de una media hora en combi por lechos secos y polvorientos caminos de ripio perdidos entre bajos matorrales: El Cañón del Arco Iris y Ciudad Perdida.
El primero es un río seco cuyo nombre no oficial es De los Lagartos, con bordes formados por altos estratos sedimentarios de variados colores que originaron su nombre.
Ciudad Perdida es un valle con numerosas geoformas que semejan edificios rojos abandonados y construidos por el hombre, aunque al acortar distancia queda claro que son de piedra.
El Talampaya es además considerado el “paraíso de los geólogos”, porque estos científicos no necesitan excavar para investigar el pasado de la tierra, ya que sus paredones exponen capas con vestigios de hasta 250 millones de años.
Los más antiguos, del Triásico inferior, son las formaciones Talampaya y Tarjados; más arriba están Chañares, Ischichuca y Los Rastros (240 y 230 millones), que corresponden al Triásico medio, y arriba de todo los más jóvenes: Ischigualasto y Los Colorados, de 220 y 180 millones de años.