La crisis política y humanitaria que atraviesa Venezuela es, actualmente y desde hace meses, el tema central de la geopolítica internacional. Europa, los grandes países de América y hasta Rusia presionan desde todas partes para que el conflicto llegue a una resolución. Todos coinciden en arreglar el problema, la discusión parece estar en las formas y en el verdadero destinatario del beneficio.
Detrás de los agravios, los discursos y los hechos, hay millones de ciudadanos. ¿Alguien prioriza a la población?
Empezando por el que queda más lejos, Rusia desde el minuto uno se mostró como un gran aliado de Nicolás Maduro, el presidente electo que tiene Venezuela.
El apoyo de Vladimir Putin es diplomático, económico y militar. Las acciones del Gobierno ruso son hoy por hoy, uno de los ejes que mantienen a Maduro. Si pensamos en una medida para aplacar las necesidades de los venezolanos, es de público conocimiento que llegó desde Asia un barco con provisiones pero no hay cifras oficiales sobre la cantidad y su uso.
Por otro lado, está Europa, que como la mayoría de las veces suele accionar en bloque. Desde el viejo continente, desconocieron a Maduro. Para ellos el presidente a cargo es Juan Guaidó, el dirigente opositor que presidía la Asamblea Nacional Constituyente y se autoproclamó frente “a su pueblo”.
Europa fue un poco más y puso un ultimátum para que se convoque a elecciones. Hoy por hoy, ese plazo venció; pero desde el otro lado del Océano Atlántico siguen exigiendo una salida pacífica y democrática. Dos conceptos con mucho peso que parecen olvidados a medida que avanza el conflicto.
En América se podría decir que hay apoyo para ambos lados, pero la voz cantante la lleva Estados Unidos. El gigante del norte es el principal opositor que tiene el Gobierno de Maduro. Donald Trump, el mismo que pelea por construir un muro en la frontera con México para que no entren inmigrantes a su país, fue quien tomó la bandera y pelea por “la libertad del pueblo venezolano”.
Los países que hoy tienen gobiernos más socialistas, ven en Venezuela un estandarte y defienden al dirigente chavista. En ese bloque podríamos ubicar a México, Bolivia y Cuba.
Trump accionó desde el minuto uno con sanciones económicas. Se bloquearon los activos de la Compañía Petróleos de Venezuela (PDVSA) y exigió que los países suspendan la compra, un golpe a la principal actividad económica del país. La presión lanzada para asfixiar a Maduro también se sentirá en la población. De extenderse en el tiempo, tendría consecuencias similares a la de un bloqueo, como aquel que Estados Unidos ya supo aplicar con Cuba.
En medio de toda la discusión, otra vez parecía cobrar protagonismo la asistencia al pueblo. Estados Unidos, el primer país en reconocer la investidura de Guaidó, comenzó la colecta de la ayuda humanitaria. Si bien resulta difícil dar una definición precisa sobre esa acción, se entiende como una ayuda a las víctimas de desastres (desencadenados por catástrofes naturales o por conflictos armados), orientadas a aliviar su sufrimiento, garantizar su subsistencia, proteger sus derechos fundamentales y defender su dignidad, así como, a veces, a frenar el proceso de desestructuración socioeconómica de la comunidad y prepararlos ante desastres naturales. Esta ayuda, puede ser proporcionada por actores nacionales o internacionales. En este segundo caso tiene un carácter subsidiario respecto a la responsabilidad del Estado soberano de asistencia a su propia población, y en principio se realiza con su visto bueno y a petición suya.
Al llamado de Trump acudieron Europa y países como Argentina, Brasil, Chile y Colombia, entre otros. Los grandes cargamentos de alimentos, medicamentos y demás se agolparon en las ciudades fronterizas de Venezuela. Cúcuta en Colombia o Roraima en Brasil, esta última una de las más pobres del vecino país. Vaya paradoja…
¿Puede la recolección de ayuda humanitaria generar más conflicto y llevarlo a su pico de tensión?
En política internacional sí. La geopolítica muchas veces es como un juego de ajedrez, las piezas se mueven buscando un objetivo y la misión es atacar al rey sin que éste pueda anticipar y defender la ofensiva.
Maduro denunció una intervención encubierta por parte de los Estados Unidos y mandó a cerrar las fronteras. Guaidó siempre agradecido con la comunidad internacional, denunció el “genocidio” que está llevando adelante el Gobierno de su país. Y así, mientras la pelota pasa de un lado para otro, la gente espera soluciones. Todos defienden su honor y la gente… espera.
Mientras el dirigente del chavismo se aferra al poder, sostenido militarmente, Guaidó se aferra en la diplomacia y Trump presiona con un accionar militar. Medida que si prospera perjudicará a vencedores y vencidos.
En el medio, el pueblo. Millones de personas que hoy están divididas y luchando entre sí, en una guerra de pobres contra pobres que forjó una grieta casi tan amplia como su sufrimiento.
Con las fronteras totalmente cerradas y los camiones llenos de provisiones se desató el nuevo enfrentamiento dirigencial. Megarrecitales y actos políticos fueron la puesta en escena del poder. En las calles la gente, enfrentándose con la policía. Varios muertos y centenares de heridos fueron el resultado.
Camiones incendiados, comida e insumos médicos desechados. La gente vio frente a sus ojos cómo elementos necesarios para sobrevivir se prendían fuego. La discusión pasó por el territorio, si fue en Colombia o dentro de Venezuela. Si fue Maduro o una estrategia de Guaidó.
Los de arriba se disputan el poder mientras los de abajo siempre buscan qué comer. La diplomacia es siempre como el juego de ajedrez, en el que se sacrifican los peones buscando salvar al rey.
Mirar lo ajeno para no ver lo propio
Argentina y Brasil se mostraron muy activos en criticar el accionar del Gobierno de Venezuela. ¿Pero cuál es la realidad de estos dos países? Si bien no se puede hablar de una crisis humanitaria, las políticas económicas implementadas parecen estar lejos de defender los intereses de la gente.
Mauricio Macri está transitando su último año de mandato y claro está que su Gobierno estuvo marcado por una política de ajuste. Menos subsidios, tarifazos y un índice de inflación que se asemeja al de la última crisis del 2001. El año pasado cerró con una variación de precios de 47,8% y enero arrancó con 2,9% según las cifras oficiales.
Según los últimos datos difundidos en la semana que pasó por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en febrero, el índice de precios al consumidor subió 3,8%, incremento con el cual la inflación minorista del primer bimestre del año ascendió a 6,8% y alcanzó al 51,3% en la comparación de los últimos doce meses. Un dato difícil de ignorar.
El índice de pobreza oficial se ubica en 27,3% pero ya reconocen desde el Ejecutivo que la próxima medición será más alta de lo previsto y podría superar el 30%. A poco más de nueve meses para que termine su mandato, cada vez estamos más lejos de aquella promesa de “pobreza cero”.
El escenario es muy complicado y lo peor pudo no haber pasado. “Hagan algo por la gente por favor”, imploró un obrero en presencia de Macri.
En Brasil también el futuro es desalentador y el presente da algunos indicios. Jair Bolsonaro asumió el 1 de enero y si bien lleva muy poco tiempo de mandato, sus medidas parecen darle la espalda a su pueblo. Aunque el salario mínimo aumentó, por un decreto presidencial la variación fue menor a la que debía ser, actualmente se ubica en los 998 reales (unos 257,5 dólares). No obstante, la cifra es inferior a los 1.006 reales (259,6 dólares) calculados por el Gobierno saliente y recogidos en los presupuestos de 2019.
Entre los objetivos de Bolsonaro también está la reforma jubilatoria, algo que por estos días ya está discutiendo el Congreso. Los cambios impulsan un aumento de la edad y el retorno de los fondos de ahorros privados. Algo similar a las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) que Argentina supo tener.
Este panorama hace que valga la pena pensar en un viejo y sabio refrán popular: “La caridad bien entendida debería empezar por casa” ¿o no?
La gota que llenó el vaso
Como si fuera poco, en los últimos días la situación siguió empeorando. Casi todo el país se vio afligido por un apagón que duró aproximadamente seis días y trajo consigo consecuencias devastadoras.
El servicio de agua interrumpido, los hospitales colapsaron y no podían brindar atención, la cifra de muertos superó las dos decenas y la inseguridad se adueñó de las calles.
Ante esta situación, tanto Maduro como Guaidó ocuparon los medios de comunicación para deslindarse de responsabilidades. El Presidente denunció un “sabotaje externo” y el “mandatario encargado” aprovechó para redoblar la presión y elegir su salida.
Detrás de ellos el pueblo al que dicen querer defender, detrás de ellos la gente que permanece dividida pero que pide a gritos soluciones concretas.
Por Sergio Dalmau
Periodista