¿Cómo fue construyendo ese entramado de ficciones que componen el libro?
Decís que “las mujeres debemos recolectar nuestros relatos y a la vez aprender a releer los de los hombres con los que nuestra mirada y nuestra voz han sido alfabetizadas”. ¿En qué claves pensás ese camino de relecturas?
La conciencia crítica y el ejercicio de una lectura en profundidad que entienda cada texto literario en su contemporaneidad, en su contexto. Tolstoi, Borges, James, Pavese, Galdós están dentro de mí.
Forman parte de mi ADN, se han quedado dentro de mi cuerpo que es un campo de contradicción y batalla. Están dentro de mis ojos configurando el espacio de mis deseos y mi idea respecto a lo que somos las mujeres. Así que se trata de leer sabiendo que la literatura es un medio de comunicación y conocimiento, que no busca la ejemplaridad ni la corrección, sino que cada quien se formule preguntas a partir de su experiencia, su bagaje cultural, su ideología y el propio texto para generar nuevas preguntas, nuevas ideas.
El enriquecimiento proviene de esa confrontación, de la posibilidad de que un libro un día nos parta en dos el cráneo como el cortahielos del que hablaba Kafka. Por otro lado, ese ejercicio de lectura crítica y contextualizada que entiende el arte como una acción responsable en el espacio público ha de complementarse con la búsqueda de genealogías específicamente femeninas y feministas que han sido opacadas o silenciadas por un canon patriarcal.
Busco lo que las voces de los hombres han dejado dentro de mí, lo que me ha nutrido y lo que me ha manchado, y a la vez intento visibilizar voces injustamente silenciadas para dar con la afinación de mi propia voz.
Planteás la importancia de la ficción y nos encontramos con un mapa de relecturas, lecturas críticas de libros pero también de películas. ¿Cómo fuiste construyendo ese entramado de ficciones? Intentando revivir los textos que durante los últimos tiempos habían sido significativos para mí.
En el cine, películas como “Elle”; en literatura haciendo el inventario de todos los libros escritos por mujeres que me habían interesado y de los que había escrito reseñas sencillamente porque me parecían estupendos y me estaban ayudando a pensar.
En este sentido, muchas escritoras argentinas han sido importantes: Mariana Dimópulos, Paula Porroni, Mariana Enríquez, María Gainza, Selva Almada, Ariana Harwicz y muchas más.
En todo caso, lo fundamental es no perder de vista la idea de que la cultura no es un ornamento, de que es esencial en la medida en que construye ideología y vida, de que las escritoras tenemos un espacio de indagación impresionante en ese punto en el que la realidad se relaciona con sus representaciones, y los imaginarios culturales -sobre nuestro cuerpo, los estereotipos reduccionistas con los que se nos ha construido- inciden en lo que aspiramos a ser.