Como no podía ser de otra manera, la pasión de Agustín Garzón Maceda (23) por el automovilismo provino de su padre. Hasta ahí, no hay mucho fuera de lo común: uno hereda los bienes, las deudas y también, la pasión por Boca Juniors, River Plate, Douglas Haig o, en este caso, el volante. Sin embargo, detrás de la historia de los Garzón Maceda hay algo más.
Son pocos los padres e hijos que tienen la posibilidad de compartir la pasión en la alta competencia. Hay algunos pocos casos en el fútbol. Pero los antecedentes escasean.
Es entonces donde aparece la primera fecha del Rally Sudamericano, que se corrió el fin de semana pasado y tuvo como protagonistas, justamente, a padre e hijo.
Agustín piloteó el VW Gol que se llevó el mejor tiempo en la clase RC5 y ganó la fecha, acompañado por un navegante al que conoce bien: Alejandro, el copiloto, es su padre.
Aún con la emoción a flor de piel por el triunfo en los caminos del sur misionero, Agustín habló con EL DEPORTIVO y relató cómo es correr junto a su padre, quien le inculcó ese amor por la velocidad e incluso debutó como navegante de rally varios años atrás con la única excusa de cumplir el sueño de su hijo y acompañarlo. Una de esas historias especiales que esconde el deporte.
Agustín ¿cómo fue ganar la primera fecha del Sudamericano?
La verdad es que no esperábamos ganar la primera etapa, el sábado, así de entrada. Sabíamos que esa era la jornada más difícil porque los caminos estaban más sueltos, pero salimos a tratar de hacer lo mejor posible. Y es cierto que nos ayudó un poco la fortuna. Después, el domingo, salimos a regular la distancia, porque sabíamos que completando la carrera era probable ganar. No podíamos salir a fondo y arriesgarnos a romper el auto.
¿Cuándo se sintieron ganadores?
Fue cuando terminamos el último prime. Sabíamos que habíamos hecho un tiempo dentro de los parámetros normales y no se nos podía escapar. Fue un momento muy especial, es una felicidad increíble la de haber ganado. Más porque el domingo tuvimos un pequeño error a la hora de calcular el combustible, entonces cada vez que salíamos de una curva el auto amagaba con quedarse. Lo que pasó es que en el provincial no corremos carreras tan largas, con enlaces tan amplios. Fue un error por la inexperiencia en este tipo de distancias.
¿Cuál fue la velocidad máxima a la que llegaron el fin de semana?
Y de lo que pude ver, en un momento que enfoqué en el velocímetro, íbamos a casi 170 kilómetros por hora.
¿Van a seguir corriendo en el Sudamericano?
Sí, la idea es correr todo el Sudamericano. La próxima fecha es en Encarnación, pero después se corre en Brasil, a 600 kilómetros de Posadas; en Bolivia, a tres mil kilómetros; y en Uruguay a mil kilómetros. No es tan sencillo.
Es casi una obviedad, pero fue tu papá quien te inició en el automovilismo…
Sí, claro. Mi viejo fue quien me inició. Cuando era chico, tenía 12 o 13 años, buscábamos en el diario dónde corría y nos íbamos a ver el rally misionero. Después fuimos dos veces a ver el Rally Mundial en Córdoba. Un día, vino papá y me dijo: “Está la posibilidad de cambiar el auto o de comprar uno de rally”. Yo ni lo dudé. Siempre fue la idea. Siempre decíamos que algún día teníamos que animarnos y correr.
¿Y cómo fue ese debut?
Debutamos los dos juntos. A él también le gustaba esto, pero nunca antes había corrido. Fue una experiencia única. Y el debut fue en San Ignacio, en 2013. Fuimos la noticia de ese fin de semana, pero no por el resultado: volcamos dos veces, las dos en el mismo lugar (se ríe). Pero terminó siendo un buen año, porque terminamos terceros en el campeonato. Y el año pasado logramos el segundo puesto, siempre en la clase N2.
¿Cómo es correr con tu viejo al lado?
Y la verdad es que nos llevamos re bien, nos entendemos. Hace seis años corremos todas las carreras juntos. Nos conocemos demasiado y cada uno sabe lo que tiene que hacer en el momento justo.
Imagino que, más allá de todo, hay momentos en los que debe existir alguna que otra pelea… ¿Y ahí quién manda? ¿Vos, que sos el piloto, o tu viejo?
Bueno (se ríe Agustín), eso es un poco mutuo. A veces yo lo puteo un poco y otras veces, él me putea a mí. Pero hay algo que queda bien en claro: adentro del auto no existe el padre e hijo. Ahí se termina todo (vuelve a reírse el piloto) en pos de hacer lo mejor posible.