Tras 28 años de trabajo, admitió que el día que entregó su arma reglamentaria y su uniforme, “salí vacía, como que me sacaron algo muy importante”. Emocionada, aseguró que “si pasé y dejé huella, valió la pena”.
“Tuve la suerte de trabajar en muchos lugares. Todo sirvió para contribuir a mi vida particular. Nunca olvido mi primer destino, mi primera Navidad estando lejos de mi familia, en la guardia. Hasta hoy tengo relación con la gente de esa época”, manifestó Ninfa Gamarra de Galbán, que cumplió 28 años de trabajo dentro de las filas de la Policía de Misiones. Ingresó a la fuerza el 17 de mayo de 1988, después de cumplimentar los estudios y trámites correspondientes.
Es que “siempre me gustó el uniforme porque dentro de la institución tenía a mi hermano Darío, que siempre me hablaba sobre las actividades que desarrollaba”. Fue así que terminó el secundario en 1987 en el Bachillerato 5 “Fray Mamerto Esquiu”, de San Ignacio, “me decidí e hice todos los trámites”.
Además, como su padre, Daniel (ya fallecido) fue un hombre “muy sufrido, siempre quiso que nosotros tengamos otra vida, relacionada al estudio, que fuéramos profesionales. Luchó mucho por nosotros para que tengamos otro estilo de vida. Él siempre fue el puntal de la familia. Me apoyó, me acompañó a Jefatura, donde entregué la documentación necesaria”. También recibió el apoyo incondicional de su mamá, Nina Gómez, y de sus hermanos: Ángel, Nidia, Darío, Isabel, Luis y Graciela. En la capital provincial, donde se mudaron por razones laborales de su padre, se encontraba la Dirección General de Instituto “donde realizábamos todas las clases teóricas, era con máquinas Olivetti o Remington, de las que nunca me olvido. Defensa personal hacíamos en el Instituto de Deportes, con Miguel Ángel Salgado”, recordó la funcionaria que compartió la profesión junto a su esposo y a sus dos hijas.
En una amena charla que se concretó en su domicilio, recordó que en esa época las mujeres no tenían posibilidades de ingresar a la Escuela de Oficiales, solamente a la de Suboficiales.
“En mi grupo éramos 35 mujeres y finalizamos el curso apenas 27. Orden cerrado -práctica, desfile, cuerpo a tierra- lo teníamos en la Escuela de Policía donde había un campo con espinas, y mi profesor era Wilfrido Ladine. El curso duró seis meses. Mi primer destino fue central radio en la Residencia del Gobernador. Ahí aprendí todo lo relacionado a recibir y emitir textos. En esos tiempos se hacían los preventivos judiciales por ocho o diez copias y se distribuía a las comisarías y a jefatura, sobre todo lo que ocurría a nivel nacional y provincial”, confió.
Para ese entonces con su esposo, ya se conocían y estaban de novios. “En 1986 fuimos a festejar el mundial. Él era oficial y trabajaba en la seccional Tercera. En 1987 decidimos casarnos. Teníamos que pedir la venia a nuestro jefe directo. Mi esposo hizo una nota solicitando permiso para contraer matrimonio. Se hacía una investigación sobre con quién se casaba, qué tipo de vida tenía la futura esposa y los familiares. Nos casamos y fuimos a vivir a Guaraní. Yo era agente de Policía y él oficial ayudante. Estuvimos trabajando tres años y luego nació Silvana. Volvimos a Posadas donde me desempeñé en la seccional Primera, luego en la Tercera, en Logística, en la Guardería de Jefatura y en la Dirección General de Personal, donde estuve siete años y aprendí muchísimo”, agregó.
Sus hijas por la misma senda
Silvana estaba cursando el cuarto año y un día de vacaciones de julio, mientras sus padres se encontraban prestando funciones en Santo Pipó, les pidió para hablar y les confió que quería ser policía. “Le dijimos que pensara bien pero que desde ya la apoyábamos en la decisión. Luego averiguamos todos los requisitos. Silvana es decidida y no dudó sobre su vocación en ningún momento”, contó.
Fátima también estaba en quinto cuanto les hizo el mismo planteo. “Era la nena más chica, la mimada. Ese año, por decisión del exgobernador (Maurice) Closs, no hubo ingresos, y pensamos que iba a cambiar de idea. Quería ser chef pero vio que no era lo suyo. Entonces, se preparó en la parte física, hizo natación, para asegurar el ingreso”.
Ninfa Gamarra siempre manifestó a sus hijas que “el que llega a la comisaría es porque está necesitando y hay que atenderlo de la mejor manera. Siempre puse en práctica eso. Siempre me encariñé con los viejitos. En los últimos tiempos necesitaban el certificado de supervivencia e iba a hacer las huellas dactilares a la casa, con testigos, en caso que estaban postrados, para poder cobrar el sueldito que tanto esperaban cada fin de mes. Si algo no sabía, averiguaba para informarme y saber informar, por ejemplo, para evitar que viajen a Posadas sin motivos reales, o en las entidades bancarias. Siempre dando la mano a alguien que necesita”.
La embargó la nostalgia al referirse al último día que vistió el uniforme azul. Admitió que “una nunca se prepara para el último día de trabajo. Yo no lo hice. Estábamos arreglando el jardín de la comisaría de Jardín América con mi jefa, Marcela Ortigoza, y al otro día tuvo una mirada especial. Cuando conocés a la gente pensás: qué tenés para decirme, y luego supe que ese comportamiento se debía a que me tenía que notificar. Andá a mi despacho que tengo algo para vos pero no te vayas a poner mal”, la alertó. Había llegado una nota de Jefatura de Policía señalando que a partir del 1 de octubre pasaba a retiro. “No caí en ese momento. Me di cuenta de lo que estaba pasando cuando salí de Logística, donde acababa de entregar mi arma reglamentaria y mi uniforme. Salía vacía, como que me sacaron algo muy importante. Por suerte mi marido me acompañaba y sabía lo que esto significaba para mí”.
Entiende que “si pasé y dejé huella, valió la pena. Para el Día de la Madre o de la Policía me reconocen y me saludan. Y dicen a mis hijas tu mamá hizo esto por mí, y eso es grandioso. Mi hija Fátima, por ejemplo, hizo de partera de Daniel, que ya cumplió un año y con quien seguimos en contacto”.
Admitió que la continuidad de los Gamarra-Galbán está garantizada porque “mi hijo Juan estudia traductorado de inglés para ingresar a la Policía.Y mi nieto Lautaro, que con cinco años hace el saludo 1, y también quiere ingresar a la Policía. Aunque no tenga apellido Galbán, lo lleva en la sangre”.
“Tuve la suerte de trabajar en muchos lugares. Todo me sirvió para mi vida particular. Nunca olvido mi primer destino, mi primera Navidad, estando lejos de mi familia, en la guardia. Se logra el cariño de la gente porque uno pone mucho de sí al estar en la Policía. Y no se fija a quién. Aún tengo relación con muchos de entonces”, alegó la mujer.