Sentada en la pista de baile de su casa, donde lleva décadas viviendo, ubicada en el populoso barrio Ñu Porá, Blanca Chapay recibió a PRIMERA EDICIÓN. Es el mismo lugar donde el domingo 13 de enero festejó su cumpleaños número 100. Así como lo leen, 100 años de vida.
“En pleno festejo se largó la lluvia”, cuenta su hijo Hugo Moreira, quien la cuida. Y Blanquita, como la conocen todos, agrega feliz “tuve que bailar bajo la lluvia”, porque ni el mal tiempo la detuvo.
Con una vitalidad increíble, la visión intacta y una lucidez envidiable, Blanquita cuenta que recordó viejos tiempos durante el festejo de su centenario “mi casa siempre estuvo abierta para los músicos, acá venían, y aún vienen, los grupos de chamamé y se arma el baile”.
En medio del relato, canta la letra de Kilómetro 11, como parte de la explicación de lo que fue su cumpleaños. Y también como recordatorio de lo que fue su vida, su historia en ese mismo espacio, porque Blanquita crió allí a sus ocho hijos, tiendo en el lugar negocios diversos como ramos generales, bar, pool, billar, pista de baile, donde la alegría y el talento musical eran parte del entorno.
“Ella tiene todos los permisos para que acá se hagan bailes, se juntan 200 y hasta 300 personas, ahora sólo lo hacemos de vez en cuando, cuando podemos traer los baños químicos, porque es mucha gente”, explica Hugo, quien residía en Buenos Aires hace años y “decidí dejar todo y venir a cuidar a mi madre, ella estaba sola acá, y yo no quería que le pase nada”, es el menor de los ocho.
Blanca Chapay es parte de la historia, no sólo del barrio de Garupá sino de Posadas. Una calle, la del frente de su casa, lleva su nombre, como recordatorio de su compromiso con el barrio. Cuenta que cuando tenía su negocio “no daba fiado, les daba que lleven, porque si te piden es porque necesitan”, explica la mujer que se muestra desprendida de todo.
“¿Cuál es para usted la clave para vivir 100 años?”, fue la pregunta y Blanquita ni siquiera lo pensó “la alegría mi hija, siempre alegre, lo pasado en el pasado está”, dice muy sabiamente.
La mujer de mirada alegre y palabras afables tiene una rutina simple “se levanta temprano y desayuna mate, siempre mate, después pan con manteca y dulce de leche, que le encanta; a media mañana un yogurt y después el almuerzo. Su comida favorita siempre fue el asado con mandioca, pero también le gusta el estofado y el guiso y un vasito de vino. Tiene muy buen apetito y come con azúcar o sal sin problemas. Cada vez que la llevo al médico, la atienden sin turno, la mayoría ya la conoce y siempre bromea con los otros viejitos, porque nadie le cree que tiene 100. No toma medicamento alguno, el mismo médico dice que tiene que darle la “receta” de su buen estado de salud. Porque mamá lee a distancia o cerca sin problemas, multiplica, suma y resta mentalmente”, cuenta orgulloso Hugo, mientras Blanquita corrobora los dichos de su hijo multiplicando en voz alta.
Recuerdos de Posadas
Por su casa pasaron artistas chamameceros de todas las épocas. Desde que llegó de Corrientes, cuando era muy chica junto a sus padres, se instalaron en lo que era la Bajada Vieja de Posadas. Se mudó muchas veces y no conserva fotografías antiguas, según explicó su hijo. Seguramente la frase anterior de Blanca explica esto “lo pasado en el pasado está”, entonces para qué guardar imágenes.
“Siempre tuve bares y pista de baile, acá y en Encarnación, Paraguay. Allá (por Encarnación) tenía un bar-restaurante que se llamaba “Suena Lindo” con pista de baile cerca de las vías del tren. Incluso cuando me mudé acá (por Ñu Porá), no había nada, se veía el río, las lanchas y puse también mi negocio con pista de baile siempre”, cuenta.
El detalles de las lanchas, Hugo explica que la familia de su madre era dueña de las primeras cinco embarcaciones que hacían el transporte a Encarnación.
“La Pampa, Don Juan, El Pacú, La Libre, El Curumayo”, detalla la misma Blanquita los nombres de las embarcaciones de su familia, que trasladaban en épocas muy remotas a los pasajeros que querían llegar a la vecina orilla. Iban del puerto Posadas a Encarnación.
“Mis abuelos estaban en la zona de Villa Mola, bien cerca del río, donde ahora es la seccional Cuarta de Policía, y la casa de ellos era bien alta porque cuando subía el Paraná se guardaban debajo de la casa las lanchas” recuerda, aclarando que era pequeño cuando esto pasaba y que le es de mucha ayuda la memoria de su madre para estas cosas.
Blanca recuerda que hizo la escuela primaria en dos lugares, la Escuela 3 “que está por Santa Fe” aclara por si quedan dudas, y la “4 Fraternidad”. Esto también denota los años que ambas escuelas públicas llevan en la ciudad y la historia de cuántas personalidades guardan entre sus paredes y sus patios.
Entre los muchos lugares donde vivió Blanquita, se cuenta también Buenos Aires. “Estuve un tiempo allá con mis primos hermanos los Ferreira, incluso formamos una comparsa “Los Misioneros” allá y bailábamos”, dice Blanquita y esto demuestra que la música, la alegría, el baile, es de familia.
En el barrio todos la conocen y siempre pasa alguien a saludarla. Además, con su hijo Hugo viajan al interior de la provincia siempre que pueden “tenemos parientes por muchos lugares y conocidos, así que la llevo a Cerro Azul, Apóstoles, donde ella quiera ir”, cuenta orgulloso y feliz de tener a su madre.