Se usa el juego de palabras “Hangry” (hungry en inglés: hambre; y angry: enojo) para denominar a este fenómeno que sucede cuando pasamos muchas horas sin ingerir alimentos. Pero ¿por qué nos ponemos de mal humor cuando tenemos hambre?
Cada vez que ingerimos algo, los mecanismos de digestión se activan y descomponen los alimentos en moléculas más pequeñas. La más pequeña de estas es la glucosa (metabolito final de la digestión). La glucosa (o azúcar) es el único combustible del que se alimenta nuestro cerebro. El organismo prioriza siempre al cerebro en el abastecimiento de energía, por lo que, también, es el primero que siente la falta de ella. Como consecuencia de esto, empieza a funcionar muy por debajo de su capacidad y no sólo nos sentimos de malhumor e irritables, sino que también nuestro poder de concentración y productividad disminuyen notablemente en estos momentos.
Otra razón por la que nos ponemos de mal humor es que, a consecuencia de que nuestro cerebro no funcione bien por la falta de glucosa, se liberan hormonas del estrés (cortisol y adrenalina) como una defensa del cuerpo para contrarrestar la situación de “riesgo” que el cuerpo detecta. Si esto se mantiene en el tiempo puede causar migrañas, trastornos como acidez estomacal, úlceras, hipertensión arterial, calambres, dolores musculares, taquicardias, entre otras.
Incluso, se han realizado estudios sobre el tema y se comprobó que el hambre se relaciona con las conductas agresivas y que las parejas que se someten a “dietas de hambre” son las que peor se llevan y más discuten entre sí.
Cuando comemos, los alimentos se digieren, liberando glucosa, haciendo que nuestro cuerpo se recomponga. Por lo tanto, la solución a esta cadena de acontecimientos desfavorables es llevar siempre algún snack saludable adonde vayamos y no pasar tiempos prolongados sin ingesta. Una fruta, un yogurt, unas galletitas simples, frutas secas, cualquier alimento que podamos picar y así no tener que llegar a extremos de hambre irracional.
Las personas que viven a dieta o pasan hambre para adelgazar, son característicamente más irritables, y ahora sabemos por qué. Las dietas no sirven, los buenos hábitos sí. Entonces, panza llena… ¿corazón o cerebro contento?