Primero de marzo de 2016. El presidente de todos los argentinos volvía a emplear uno de sus canales de comunicación preferidos para brindar certezas de la agenda que seguiría su Gobierno cuando comenzaba a entenderse que los brotes verdes y la lluvia de inversiones eran un cuento.
“Los jubilados serán prioridad para nosotros. Trabajaremos para normalizar lo pendiente y diseñar una respuesta al reclamo del 82% móvil”, escribió entonces Mauricio Macri en su cuenta de Twitter.
Hoy, a la vuelta de esa promesa, una de las franjas de población más sensibles entendió que el cambio no contemplaba mejoras para ellos… todo lo contrario. A las abultadas tarifas y la abismal inflación que deben afrontar con sus magras mensualidades suman ahora que no habrá bono de fin de año para ellos.
Los jubilados, aquellos que sudaron y se sacrificaron para que el país, mal que mal llegue a estas instancias, no tendrán por delante nada más allá de lo que ya estaba previsto desde principios de año.
El ajuste, una vez más, recae sobre los que menos tienen y más necesitan.
Sucede en un país en el que una familia tipo necesita de más de 24 mil pesos al mes para no caer en la pobreza, según los datos ofrecidos ayer por el INDEC.
Todo bien con el discurso de “vamos juntos” y “gracias por aguantar”, pero cabrían a estas alturas, más y mejores anuncios para los jubilados, para la clase media, para las Pequeñas y Medianas Empresas, para los formadores de empleo registrado, para las economías regionales, para el campo, para los argentinos en su conjunto.
Y valen estos reclamos porque, afrontando ya el último año de mandato, nada bueno tiene para exhibir un gobierno que hizo del ajuste su programa económico arrojando a la pobreza a miles de familias y jaqueando sin sonrojarse a nuestros adultos mayores.
Todo bien con la “pesada herencia”, pero seguir echando todas las culpas hacia atrás, tres años después, es casi un insulto.